lunes, 13 de octubre de 2014

CANTALOJAS, FERIA DE GANADO 2014



Entre un largo millar de libros y revistas, de originales propios y de escritos inéditos que me gusta conservar, no sin un cierto desorden, en mi casa de Cantalojas, he encontrado un folleto editado por la Diputación Provincial en el año 1997, con motivo del cincuenta aniversario de la Feria de Ganado. En él aparece la reproducción íntegra de un artículo que quince años antes publiqué en la extinta revista de la Diputación, al que titulaba “Cantalojas, pueblo serrano a la cabeza de la ganadería vacuna”. Fue en el año 1985 cuando escribí aquel largo trabajo, muy al día y muy interesante en aquel momento, pero que como fuente de información hoy resultaría anticuado. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Transcurrieron treinta años, que a la velocidad de vértigo a la que corre la vida, también en el medio rural, la realidad de hoy no se corresponde en nada con la situación de entonces. En el referido artículo se habla de la ganadería vacuna local de raza avileña, aquellas vacas sufridas, nacidas para el trabajo y para la cría; reses destinadas a la labranza, al acarreo, a los duros quehaceres de la recolección de hierbas y de mieses, nobles ejemplares todo uso que, además, premiaban a su dueño con un ternero, o ternera, cada año.
            Tan difícil como encontrar un trébol de cuatro hojas, es encontrar entre los varios centenares de la especie, una vaca con aquel intenso pelo negro, con aquella constitución y con aquel semblante. Pues a la vista de que la agricultura iba desapareciendo como medio para hacer frente a la vida, las pequeñas parcelas del labrantío se iban quedando sin cultivar hasta su abandono definitivo. Las vacas, hijas de aquellas otras, empezaron a desempeñar distinto papel, dejaron de ser animales de trabajo para convertirse en producto de carnicería, en estrellas de restaurante, a lo que contribuyó poderosamente la selección de sementales, el cambio por otros más apropiados de distinta raza y color, a través de los cuales la ganadería serrana ha llegado a experimentar un cambio radical a lo largo, no más, de media docena de generaciones.

            La semana pasada ha tenido lugar en Cantalojas su Feria de Ganado. Digamos que el tiempo no acompañó del todo. Más que una feria de compraventa de reses, como antes lo fue, a la que asistían compradores y tratantes de varias provincias de España, la feria se ha convertido más bien en un acontecimiento festivo, multitudinario, que se dedica principalmente a la exposición de ejemplares en las praderas de la Dehesilla, y a la recepción de premios patrocinados por la Diputación para los ganaderos que han presentado lo mejor de su cabaña, a lo que siguen diversos números festivos, sin que pueda faltar el clásico mercadillo popular, donde se ofrece a los feriantes en los distintos puestos productos de artesanía, de repostería comarcal, o manufacturas difíciles de encontrar en otros tipos de mercados.
            Uno, que conoce y ha vivido la comarca desde hace más de medio siglo, tiene muy clara la idea de que el futuro de estas tierras, límite entre las dos Castillas, está en la ganadería y un poco también en el turismo minoritario, si se les sabe orientar de modo conveniente. Ejemplos los hay en la correcta explotación del ganado; pues por fortuna, en ciertos lugares la ganadería está consiguiendo levantar cabeza, en tanto que los trabajos del campo -obligada actividad de otros tiempos- ha terminado por desaparecer, prácticamente en toda la comarca. La nueva orientación de los ganaderos (no simples pastores), las ayudas de las administraciones públicas, los modernos medios de los que se dispone, y el recto estudio de las posibilidades de cada lugar, pueden realizar lo hasta ahora aparentemente irrealizable, y convertirse como consecuencia  en el freno definitivo de la despoblación, en una comarca privilegiada, capaz de dar mucho más de lo que da.
            Aprovechando mi estancia en Cantalojas durante las pasadas Fiestas y Feria de Ganado, he tenido ocasión de ponerme en contacto con uno de los varios ganaderos que han apostado por tomarse en serio su trabajo y hacer las cosas bien: Antonio Arenas Bris, uno de los tres hermanos (Juan y Julián son los otros dos), los cuales, trabajando en empresa común, me atrevería a decir, sin miedo a equivocarme, que son los ganaderos más importantes de toda la Sierra Norte, y las reses que producen, tanto de vacuno como de ovino -a la par de toda la cabaña de la comarca-, las de más excelente calidad al decir de los carniceros que, por razones de oficio, no dudo que se trata de las voces más autorizadas.

            - Y eso ¿Por qué es? – responde Antonio.
            - Eso es por el alimento que se les da, por la calidad del pasto que se produce en la sierra, y por los piensos con los que les ayudamos durante todo el año. La sanidad del ambiente también tiene algo que ver.
            - ¿Cuántas reses de cada especie se crían hoy en Cantalojas?
            - Pues, cincuenta arriba, cincuenta abajo, hay unas mil vacas y unas tres mil ovejas, más o menos.
            - ¿Cuanto tiempo pasan las vacas en el pueblo y cuanto en el campo?
            - Las vacas hace ya muchos años que están siempre en el campo. 
            - Todos los sectores de producción suelen tener algún problema ¿Cuál es el de los ganaderos en esta sierra?
            - Los lobos; ese es nuestro principal problema. Nosotros tenemos veinte mastines y no nos podemos quejar, pero no estamos libres. En Galve, aquí a un paso, se han hecho famosos por desgracia los repetidos ataques de lobos, con decenas y decenas de reses muertas, tanto de ovejas como de terneros.
            - Los damnificados tendrán alguna compensación, pequeña o grande, supongo.
            - Nada; no les dan nada. Si tenemos hecho algún seguro, sí que hay compensación por parte del seguro. Un seguro que lo pagamos nosotros, claro.
            - ¿Sois muchos ganaderos en Cantalojas?
            - Sí; aún somos unos cuantos. Con mayor o menor número de cabezas de ganado, somos unos diez.
            - Escasamente a un kilómetro del pueblo tenéis un complejo ganadero con unas naves inmensas para el ovino que son una verdadera envidia. Para hacerlo sí que habréis recibido alguna importante ayuda oficial ¿No es así?
            - Sí; en las naves sí que nos han echado una mano la Junta de Comunidades y otros estamentos oficiales, como el Fondo Europeo, por ejemplo.
            - El hecho de que la Feria de Ganado se celebre cada año en Cantalojas ¿Os favorece en algo?
            - Bueno, económicamente no creo que sea en mucho, refiriéndome a los ganaderos. Al pueblo sí le favorece. Nos da a conocer, y eso siempre nos beneficia.
            Dejamos a Antonio, con su sombrero calado como en él es costumbre, metido en sus quehaceres en plena feria, y nos dedicamos a observar -cuando la lluvia nos lo permite- el resto de las actividades y atracciones que componen el programa festivo, que son muchas y muy variadas, en una feria que en su nuevo formato y contenido (ya existía desde muchos años antes) ha cumplido su edición número treinta.  Lástima que el tiempo atmosférico no haya querido colaborar. 

(En las fotos: Centenares de vacas pastando en las praderas de la Dehesilla; nave-retablo de los hermanos Arenas; danzantes de Condemios de Arriba bailando frente al ayuntamiento)

martes, 7 de octubre de 2014

LA LEYENDA DE "LA CARA DE DIOS"


Hace pocas fechas, en los últimos días de agosto, la villa de Sacedón celebró una de las efemérides que con más fuerza se han marcado en la conciencia colectiva de sus moradores a lo largo de los tres últimos siglos, y de la cual, del hecho que le sirvió de motivo, ha venido convirtiendo con el paso del tiempo en una constante para la devoción y para la vida de tantas genera­ciones de hijos de esta importante villa alcarreña. Me refiero a la aparición en circunstancias extraordinarias de la Cara de Dios, perdida para siempre en su santuario a impactos de balas durante la última guerra civil.
            Por aquellos tiempos, años finales del siglo XVII, era Sacedón un pueblo ribereño de escaso vecindario, mayorazgo de la casa del Infantado y diócesis de Cuenca por cuanto a lo religioso, que, ni remotamente, podía pensar en la tragedia que unos cuantos años más tarde se volcaría sobre él, cuando las tropas del Archiduque en la inminente Guerra de Sucesión arrasaran con todo. A su condición de ribereño, el pueblo debió unir algunas más que con el tiempo  le servirían de reclamo, incluso para la Familia Real: Sacedón de los Baños, villa tranquila y romántica a la sombra de la soberbia vegetación con que en cada verano le premiaba por sus orillas el padre Tajo. Pues bien, precisamente en el verano de 1689, cuando por razones ya apuntadas su número de habitantes debería rayar al completo, acaeció un hecho con no pocos ribetes de sobrenatural que alteró por unos días la calma de la villa y de sus alrededores, transcendiendo siglos después, como podemos ver, a través del tiempo.

        
   La leyenda, o la historia -cada cuál juzgue- de la Cara de Dios, me la contó hace tiempo una mujer anciana que no era natural de la villa, pero que había vivido durante muchos años en Sacedón y la había oído contar miles de veces. La buena señora añadía a su peculiar manera de contar las cosas, el ingrediente de la buena fe, de manera que la historia, real en el fondo y quizás imaginaria en las formas, me ha servido de tema para pensar en ella muchas veces. Lugar: el antiguo Hospitalillo de Nuestra Señora de Gracia de Sacedón; tiempo: la media tarde bien pasada del 29 de agosto de 1689; protagonista: un blasfemo de origen catalán, seductor de mujeres, llamado Juan de Dios.
            -¡Que no puede ser, miserables del demonio. Esa mujer estaba entre vosotros hace un instante y no puede haberse escapado de aquí!
            Aunque al irritado Juan de Dios se le escapaban al hablar espumarajos de ira por la boca, impotente ante la súbita desaparición de la muchacha, era cierto que Inés había huido del hospicio a refugiarse en la casa de una familia de vecinos con los que le unía cierta amistad. Llevaba la muchacha unos días atemorizada por el trato cruel al que la venía sometiendo a diario su poseedor, sin ver otra luz que la de poder separarse de él para siempre, aun a riesgo de su vida, en el primero momento que tuviera ocasión.
            Estaba comenzando a oscurecer. Ante el rostro desencajado y los bramidos del mancebo, que con insistencia amenazaba con el cuchillo a los hospicianos después de haber perdido el dominio de sí, los mendigos temblaron de miedo. No era aquel el benéfico lugar de la Alcarria donde tantas veces habían recibido un bocado de pan y habían encontrado un refugio seguro donde pasar la noche, el hogar común de la calma y de la caridad, como conse­cuencia de la condición mezquina y de los celos de aquel desalmado.
            -¡Os aseguro -gritaba- que si alguno de vosotros sabe dónde está, o quién se la ha llevado, y no me lo dice, lo va a pagar muy caro!
            Por su cabeza ruin de hombre vencido y de animal salvaje, Juan de Dios hizo desfilar un tropel de posibilidades que pudieran llevarle al porqué de la desaparición de la muchacha. Al final le turbarían los celos. Pensó que otro refugiado, ausente del Hospitalillo desde primeras horas de la mañana, se la hubiese podido arrebatar valiéndose de engaños. Su estado de desesperación era cada vez más grande. En un momento de su desdicha alzó la hoja del cuchillo y, al tiempo que vomitaba una horrible blasfemia, lo lanzó con toda su fuerza sobre la pared, donde quedó clavado, balanceándose a merced del duro temple del acero.
            -¡Voto a la Cara de Dios que si los cogiese aquí los mataría!
            El yeso que cubría la pared se descascarilló con la fuerza del impacto. En seguida llegó la noche. Cuentan que a la mañana siguiente, sabedores de lo ocurrido, algunos vecinos acudieron al salón del Hospitalillo donde se produjo la escena, y donde aún permanecía la hoja del cuchillo clavada en la pared. Al intentar arrancarlo, se desprendió un trozo más de la placa de yeso que tapaba el muro, de manera tal que por debajo se podían ver con sorpresa los rasgos de una cara pintada. Siguieron haciendo un poco mayor el agujero hasta descubrir por completo la imagen y con ella la identidad de aquel rostro fácilmente reconocible. Se trataba de la Cara de Cristo, muy similar a la que quedó prendida sobre el paño de la Verónica en la mañana del primer Viernes Santo, pero ésta con el corte producido por la puñalada a la altura de la sien derecha.

            La noticia cundió por la comarca como reguero de pólvora. Muy pronto se inició en el obispado de Cuenca el trámite oportuno para poner en marcha su correspondiente proceso canónico a nivel diocesano, con las declaraciones y las firmas del señor alcalde de la villa, del cura párroco y de algunos albañiles y vecinos dignos de todo crédito, que dieron fe de lo acontecido. El resultado inmediato fue la autorización episcopal para dar culto público a la imagen del Hospitalillo de Sacedón, así como una indulgencia plenaria en el día de su festividad, otorgada por el Papa Clemente XI, extensiva al día del ingreso en la correspon­diente hermandad y al de la muerte de los cofrades.
            Tres capillas distintas acogieron la venerada imagen desde su aparición en 1689 hasta su destrucción en 1936. La última fue la actual ermita que llaman de la Cara de Dios en el centro del pueblo. Tiene esta ermita un bonito campanario de sillería y portada de corte neoclásico. El presbiterio y la cúpula se adornan al gusto rococó. A esta última y definitiva estancia se trasladó el sagrado lienzo muy solemnemente el día 12 de noviembre de 1748. Se dice que asistieron al acto -el más memorable seguramente de toda la historia de Sacedón- once Hermandades y mil quinientas antorchas encendidas. Al día siguiente se lidiaron ocho toros para celebrar la inauguración del nuevo santuario, que, por fortuna para la villa, todavía existe, siendo uno de los motivos de mayor interés que tienen entre sus monumentos.

            Los habitantes de toda aquella comarca atribuyen infinidad de hechos extraordinarios a la intervención de la Santa Faz. Por nuestra parte, apenas nos resta levantar acta en la que se haga constar que, más de tres siglos después de todo aquello, la aparición de la Cara de Dios en el antiguo Hospitalillo de Sacedón es una más de las hermosas páginas que hay que recoger, y así se hace, en la general historia de las tierras de Guadalajara para general y perpetuo conocimiento.