Sólo veo un inconveniente a considerar en relación con esa importante serie de parajes con los que la naturaleza premió a nuestra provincia, y que nunca nos cansaremos de ponderar. Ese inconveniente no es otro que el que se encuentren tan apartados de nosotros, de los que vivimos en la capital o en sus alrededores, que según las estadísticas anda en torno al ochenta por ciento de la población total de Guadalajara. Nuestros parques naturales: Barranco del río Dulce, el hayedo de Tejera Negra, el Alto Tajo, y tantos más tal vez de menor renombre, de encuentran lejos de nosotros, por lo que se hace preciso buscar una oportunidad o plantearse un viaje con el exclusivo fin de conocerlos.
Los tiempos han cambiado mucho, también las maneras de vivir favorecidas por la facilidad de moviendo y los estupendos medios de transporte que, por lo general, tenemos a nuestra disposición. El momento, ahora a las puertas del verano, es el ideal para salir al campo y darnos el saludable capricho de disfrutar del medio natural, del que, no lo olvidemos, somos parte; de ahí que el hecho de incorporarnos a él plenamente como elementos más del mismo, aunque tan sólo sea de tarde en tarde, es un ejercicio que tanto el cuerpo como el espíritu necesitan, a veces con urgencia, y por tanto, un ejercicio que nunca debiera faltar en nuestros proyectos a lo largo del año.
No ha sido en la presente ocasión un viaje exclusivamente personal, digamos privado, como suele ser la norma que vengo siguiendo desde hace más de treinta años en mis recorridos por los pueblos de Guadalajara, no. Lo que me llevó a este privilegiado rincón, días atrás, fue un viaje en grupo de amigos con motivo de la reciente jubilación de Alfonso, uno de ellos, natural de Zaorejas, al que de alguna manera quisimos homenajear en su propio pueblo. Nada más sencillo, ni nada más acertado a la vista de los resultados al final del día.
Los naturales de todos aquellos pueblos aconsejan viajara desde la capital hasta esta comarca del Alto Tajo por la carretera de Cuenca, desviarse en Alcocer, y por Salmerón, bordeando los límites de la provincia entre ambas Alcarrias, situarse en Villanueva de Alcorón, y desde allí optar por dirigirse a Peñalén, a Poveda de la Sierra, a Arbeteta, a Armallones, a Zaorejas, a todo ese rosario de pueblos donde poderse tirar al campo con la garantía de que el espectáculo natural, los muchos lugares donde gozar a ojos y a corazón abiertos de la esplendidez del campo, están asegurados. Todo ello sin hacer de menos, como veremos después, del interés que por sí mismos ofrecen por uno u otro motivo, todos los pueblos de la comarca.
Nuestro plan de viaje había sido Zaorejas, un pueblo singular cuyos encantos paisajísticos yo conocía desde antiguo y del que sabía de vida y costumbres, un pueblo con cierto regusto señorial, como puede comprobarse en cualquiera de sus dos plazas típicas, la Vieja, con el nuevo ayuntamiento ahora como enseña, y la Nueva, en uno de cuyos rincones se abre el viejo arco que enseguida nos lleva al campo, al mirador sobre uno de los pintorescos valles que rodean al pueblo.
Desde hace aproximadamente un año, o tal vez algo más, en Zaorejas se instaló con acierto el Centro de Interpretación del Alto Tajo, algo así como el escaparate de todas aquellas tierras, que abarcan una superficie total de 176.000 hectáreas según nos dijeron. Para mí ha sido el Centro de Interpretación una interesante novedad. Lo atiende una mujer joven, Yolanda, que ha estudiado el medio natural de la comarca en sus detalles más destacados, y que explica de forma amena delante de los respectivos paneles de flora y fauna dispuestos con ese fin. Una magnífica lección que se completa con la puesta en pantalla de unos audiovisuales muy interesantes, uno sobre el particular ecosistema de la comarca, con particular atención a las diferentes especies vegetales, y otro acerca del río tajo: lugares, parajes, principales pueblos y ciudades a lo largo de su recorrido, desde su nacimiento hasta su desembocadura en la ciudad de Lisboa, donde, como sabido es, no se le llama Tajo, sino Tejo. Una parada interesante, instalaciones perfectas, en donde ambientarse y poderse lanzar a los espectaculares campos de alrededor con unos conocimientos previos bien fundados.
Fue un acierto el que nos llevasen después a visitar el museo etnológico de Florencio Nicolás, instalado en lo que antes fue la escuela de párvulos. Florencio Nicolás nació es natural de Zaorejas, licenciado en Filosofía, y durante una buena parte de su vida ha ejercido como profesor de Historia en un Instituto de Secundaria en la capital. Desde que se jubiló, Florencio pasa largas temporadas en el pueblo, donde tiene como principal distracción cuidar y enriquecer el museo. Él mismo nos acompañó durante el resto del día como uno más de la expedición.
-¿Habrá sido muy laborioso recoger todo lo que tienes aquí? –le pregunto.
- Más o menos unos cuatro años.
- No será fácil saber cuál es el número de objetos que hay en el museo.
- Exactamente no lo sé; pero debe andar alrededor de las doscientas cincuenta.
- ¿Lo más curioso?
- Hay varias cosas curiosas. Para mí lo más curioso puede ser una lavadora de mano que permitía, por medio de un extraño sistema de ventosas, lavar la ropa sin tener que tocarla. También un salvoconducto o permiso militar, fechado en Guadalajara en 1881 y extendido por el Director General de Infantería, por el que se autorizaba a un soldado a venir al pueblo.
Utensilios del hogar y de las faenas del campo, centenarios los más, llenan el local de la antigua escuela de niños colocados por secciones. Una idea feliz que permitirá a generaciones actuales y futuras, conocer también con los ojos la dureza de otras formas de vivir no tan lejanas en el tiempo.
Salimos después en camino a pie a conocer lo que todavía queda del acueducto que hay, como a un kilómetro de distancia, junto a una milenaria vía romana a cuatro pasos de la Fuente de los Cholmos. Sólo queda un enorme lienzo de muro y un arco inmenso en mitad que pudo servir como lugar de paso.
La visita, al hilo del medio día, nos pudo servir para abrir boca antes de la comida, que fue pasadas las tres en el hotel Peñarrubia, uno de los mejores de su especie en pueblos de la provincia.
Pero todo cuanto se nos había mostrado durante la mañana en el Centro de Interpretación, aun con la valiosa ayuda de los audiovisuales ya referidos, hubiera sido pura teoría, o como mucho un poderoso ejercicio de la imaginación, si no se nos hubiese dado la oportunidad de vivirlo en directo contacto con la naturaleza. Y para ello, nada mejor que dedicar parte la tarde a visitar dos de los más impresionantes atractivos que ofrece el medio natural a escasa distancia del pueblo: el Mirador del Alto Tajo, y la chorrera del río que en el pueblo conocen por Fuente del Campillo.
Hasta el mismo Mirador se puede subir en coche sin demasiadas complicaciones, carretera de cemento, algo estrecha y con pendientes duras en alguno de los tramos, pero capaz de llevarnos al lugar indicado en cuestión de dos o de tres minutos. Ya arriba es todo una provocación, una exaltación de la naturaleza lo que se nos pone delante de los ojos: las aguas del río, verdes y claras en los fondos del barranco, colándose entre los abruptos peñascales que bajan violentos por ambas márgenes, dibujando su complicado cauce a una profundidad de vértigo; la abundante vegetación en fondos y laderas entre la que predomina el boj; alguna pequeña edificación a la caída que agracia la visión desde la altura; carreteras y senderos curvos al pie atravesando el valle; aves rapaces planeando sobre todos nosotros, y como vigía, allá frente a nosotros, la mítica peña del castillo de Alpetea, una más de las enseñas de esta tierra privilegiada.
El arroyo de la Fuente del Campillo tiene su nacimiento muy cerca de allí. Con las lluvias abundantes y las nieves del pasado invierno, el arroyo al pasar llena todo su cauce. Hay un momento en el que las aguas del arroyo, condicionadas por lo abrupto del terreno, se precipitan de forma aparatosa hacia otro nivel, dando lugar a la caída de una chorrera que es todo un espectáculo, y a la que se puede acceder por una senda estrecha y complicada, no apta para todos.
Debo decir que para mí, después de tantos años de viaje por la provincia, ha sido un descubrimiento este viaje hasta la entraña misma del Alto Tajo. Y es que, tan cerca de nosotros, hay tanto todavía por conocer, que bien vale la pena una visita. Ninguna época del año mejor (quizá también el principio del otoño) para conocerlo.
(Fotografúia: "El Altro Tajo desde el mirador de Zaorejas)
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