viernes, 30 de septiembre de 2011

H U E V A

La verdad es que los acordes de la orquesta y las voces más que ajustadas del coro que en este momento escucho en el radiocaset del coche mientras viajo a Hueva, solemnizan los campos de la Alcarria por los que ahora voy. Se trata de una estupenda grabación del "Requiem" de Melchor López, el primero en importancia de los maestros de capilla de la catedral compostelana, que nació en Hueva a mediados del siglo XVIII, y del que me honro haber sido su descubridor sin haberlo pretendido. Uno celebra que a nivel popular sea éste el año de su descubrimiento entre sus paisanos, de ahí que, un poco a título de homenaje hacia la persona del hijo ilustre, continuemos reptando hacia su pueblo natal por esta carretera de curvas.

Hueva aparecerá tras el cerro extendido a la solana, luego de consumir tiempo y paciencia en el larguísimo meandro en forma de herradura que dibuja la carretera antes de llegar a él. Ya estamos en Hueva. Al pueblo no se llega por un camino de entrada como a los demás pueblos; se accede bruscamente, pasada la curva, por una calle en cuesta que al cabo nos pone en la Plaza Mayor.

Hueva es un pueblo grande, sabida en tantos casos la pequeñez de los pueblos de la Alcarria. He estado allí en ocasiones anteriores, pero hoy me ha parecido mayor que en aquellos viajes. La Plaza Mayor ostenta con garbo la importancia de ser el centro de una vieja villa con solera. La mole parro¬quial por una parte; el edificio del ayuntamiento con su doble fila de columnas superpuestas por otra, y allá la fachada de una robusta vivienda con blasón en relieve, solo piden para tenerlo todo la gracia de una fuente rumorosa y un expresivo rollo en mitad, y, ¡vaya por Dios!, también los tiene. Todo ello, como el pueblo entero, bajo la protección del cerro Carrallano, pedregoso y hosco, pero excelente parapeto contra los aires del norte, que al decir de las buenas gentes del lugar son malignos y traicioneros.

La Alcarria de Hueva es la Alcarria de los olivos, los chaparrillos, las aliagas, los robles, los chopos, y por supuesto, la Alcarria del espliego, del romero y de los tomillares, que en su conjunto dan lugar a la Alcarria de la miel que el mundo conoce; también a la Alcarria de las vegas feraces que los campesinos siembran de hortalizas, y de las laderas grises e improductivas. La Alcarria, al fin, uno de los retazos más notorios de esta Castilla sin par de nuestros pecados. Por las calles de Hueva aún se pueden ver rincones genuinos con sabor alcarreño, casonas de entramado, aleros saledizos de oscuro maderamen, callejones estrechos que a uno le recuerdan aquellos no tan lejanos de la vecina Pastrana.

-Pastrana es muy importante. Dicen que tiene mucha historia. Aquí se nos vuelcan todos los de Pastrana cuando hay toros.

-Muchos bares es lo que tienen. Creo que he visto por lo menos cuatro.

-Sí; cuatro o cinco debe haber para tan poca gente.

-¿Cómo llaman a este barrio, señora?

-A todo esto le decimos la calle del Rincón.

En la tarde del 2 de junio del año ochenta ardió la iglesia de Hueva. El suceso fue en su momento penosamente fuerte. Se quemó el retablo mayor y la imagen venerable de su Patrona la Virgen de la Zarza. Todavía se recuerdan aquellas escenas de histerismo ante la imposibilidad de salvar lo perdido. Hoy he subido por las escaleras a través del pequeño jardín que lleva hasta la puerta de la iglesia. Por el pequeño ventanal de una capilla he visto al fondo un retablo oscuro y alguna imagen que no he sido capaz de distinguir. La puerta principal conserva dos medallones en relieve con las efigies de los apóstoles Pedro y Pablo. Desde la barbacana se domina una buena parte del vallejo que queda al pie del pueblo, por el que corre un arroyo y cruza la carretera en curvas que sube hacia Pastrana. Al otro lado, ya en las afueras, hay una casa de campo con grandes naves adornadas con utillaje rural ya en desuso. Todos los aperos de labranza, instrumental, vasijas, y demás cachivaches que hace tiempo se solían utilizar en una casa de labranza tienen cabida allí, al aire libre, a manera de museo que mal distingo desde el muro del pretil. Abajo, en la plaza, un grupo de hombres salen del ayuntamiento y pasan en animada conversación, pienso que a refrescar, en el barecillo de los soportales que en el pueblo conocen por "El rincón del a

viernes, 9 de septiembre de 2011

P A R E J A

         
            Pareja, situada en la Alcarria que baña el Tajo, es una villa antigua que ha llegado hasta nosotros con una vitalidad muy por encima de la que gozan la mayor parte de los pueblos de su entorno, y con un nombre señero, considerado sobre todo por el peso de su historia como uno de los pueblos más importantes de la provincia. Recorrer sus calles con los ojos de la cara y los del corazón bien abiertos, es abrir de par en par a la imaginación las puertas de su pasado.
            La villa de Pareja, hasta hace poco más de medio siglo, ha estado vinculada a la vida y costumbres -también a los privilegios cuando los hubo- de la ciudad de Cuenca, y mucho más aún a su diócesis, pues durante años y siglos se pudo considerar como segunda sede de sus obispos, de lo que aún se advierten en la villa alcarreña muchos detalles, además de que el obispo de Cuenca siga ostentando el título de Señor de Pareja y Casasana, lo que de alguna manera le sigue uniendo con tal vínculo a la provincia que tiene por vecina, y a cuya diócesis perteneció, como varios más de los pueblos de su comarca, desde tiempos imprecisos.
            Como villa antigua que es, y ligada por motivos ya dichos a la mitra conquense, al hablar de su iglesia y de los monumentos religiosos con los que todavía cuenta (sólo una parte de los que antes tuvo), habremos de notar en este sentido su calidad de pueblo privilegiado.
            La monumental iglesia de la Asunción destaca en la distancia sobre el resto del pueblo. Hace algunos años levantaron su torre, con lo que la presencia del monumento se acrecienta todavía más. Un legado de siglos que en nuestros días, como ocurre con tantos más repartidos por nuestros pueblos en todas sus comarcas, resultan costosos de mantener, y de cuidar como merecen cuando la entidad de los municipios marcan mínimos y los monumentos siguen ahí, esperando que se les tenga la debida consideración, entre otras varias razones porque en casi todos los pueblos y villas es la iglesia la única muestra de su antigüedad, de su arte en tantas de ellas, y hasta de su particular historia como único archivo donde echar mano siempre que hizo falta, y tan unida, además, a sentimientos nobles y a recuerdos entrañables.
            Aunque pasado el tiempo, las cosas nos resulten hoy muy distintas a como las conocieron nuestros abuelos, hay están los documentos escritos hace cientos de años en los que se da cuenta de las particularidades de cada lugar, que no pocas veces a las gentes de hoy nos cuesta trabajo. Y uno de los más fieles documentos que existen en este sentido son las famosas “Relaciones” que durante la segunda mitad del siglo XVI el rey Felipe II ordenó se llevasen a cabo en todos los municipios con intención recaudatoria, y que, tal como fueron contestadas por las autoridades y escribanos de cada lugar, han llegado hasta nosotros. Así nos ha sido posible saber que en Pareja llegaron a existir hasta catorce ermitas. Transcribo literalmente del referido documento, según respuesta a la pregunta número 41, y que dice así: «Tiene extramuros una hermita que se dice Nuestra Señora del Remedio, de muy gran devoción, y bien reparada; tiene un humilladero que se llama de la Quinta Angustia; otra hermita del Sr.San Lázaro: otro humilladero con un crucifixo en medio, otra hermita que llaman de los Bienaventurados San Sebastián y Fabian, y otra de Santa Lucía, y otra de Santa Agueda, otra de Santa Quiteria, otra hermita que llaman de Santa ana, otra de San Miguel, otra del Sr.San Gil, y otra de Nuestra señora de las Nieves, otra del Sr.Santiago, otra extramuros del Sr.San Juan Baptista, las quales dichas hermitas están mui bien reparadas, y algunas dellas dotadas.»
            El mismo documento nos habla después de la devoción en el pueblo a los Apóstoles San Simón y San Judas, dando asimismo noticia precisa de cuál fue su origen. El texto literal es el siguiente: «Tiene la dicha villa devoción con los Bienaventurados San Simón y Judas Apóstoles, y los tiene por sus patrones y Abogados, y ase oido decir a los antiguos que fue milagrosamente tomada la dicha devoción, porque en tiempos de peste general desta Villa, tomaron por devoción de celebrar la fiesta del Santo, que nuestro Señor les inspirase, y para ello hicieron doce velas de cera, y en cada una pusieron el nombre de un Apóstol, e las pusieron encendidas delante del Santísimo Sacramento, proponiendo que la última vela que de ellas quedase viva, que todas eran de un peso y pábilo, fuese visto ser aquella la devoción que habían de tomar, para celebrar y dar caridad en ella permanentemente, y ansí las dos últimas velas que quedaron fueron las de San Simón y Judas, y estos dos Santos se celebran perpetuamente, y oy en dia se hace la dicha fiesta dando y repartiendo doce reses vacunas a los Vecinos de la dicha Villa y pobres forasteros; ansí mismo se celebran las fiestas del Sr.San Gil, y Santa ana y Santa Agueda, y tomada la dicha devocion, cesó la dicha peste.»
            En la suntuosidad interior de la iglesia de la Asunción se deja ver la mano amiga de los obispos conquenses. La he visto con detalles en compañía de su joven párroco don Fernando Rojo. Lejos ya de los reveses sufridos durante el último siglo, profanaciones y siniestros, sigue guardando toda la prestancia que le da la piedra y las solemnes formas ojivales con las que fue construida en el siglo XVI. Si tenemos en cuenta lo que antes debió de ser, hoy podremos decir que se trata de un templo hermoso, pero falto de muchas cosas, sobre todo de su retablo mayor desaparecido en 1936 como un ciento más de los retablos e imágenes de nuestras iglesias, sobre todo de la comarca en donde nos encontramos.
            He conseguido del legado Tomás Camarillo una fotografía de su retablo mayor, además de una serie de datos muy concretos que nos hablan de él; por ejemplo que su ensamblaje fue debido a Pedro Martínez Mendizábal, vecino de Pareja, quien colaboró con el famoso escultor abulense Antonio de Lanchares, al que en 1630 todavía se le adeudaban por su trabajo cinco mil reales. Constaba el retablo de tres calles y cuatro entrecalles, dos cuerpos y un remate final. Estaba adornado con estatuas de extraordinaria calidad: los cuatro Evangelistas en el cuerpo inferior, dos a cada lado del tabernáculo, y en el cuerpo superior dos santos obispos con San Miguel y San Sebastián. En el remate la escena del Calvario y escudos de los obispos de Cuenca. Los lienzos sobre diversas escenas de la vida de la Virgen habían sido pintados por Alonso del Arco, pintor de moda en Castilla durante las primeras décadas del siglo XVII. Hoy aparece el ochavo del presbiterio completamente vacío, tan solo una imagen de la Asunción en concepción moderna, y un Cristo en la cruz del mismo estilo, ocupan una pequeña porción del muro frontal sobre el que se ajustó durante siglos uno de los mejores retablos clásicos que existieron en nuestra provincia.
            Por lo demás, resaltar la magnífica portada renacentista orientada al mediodía, la monumentalidad de las cuatro columnas que separan las naves en el interior del templo, y las artísticas nervaduras que adornan el techo de la sacristía, sólo una muestra de las que tuvo la cobertura de la nave central, que a mediados del pasado siglo se vino abajo y fue preciso reponerla con nuevas formas y nuevos materiales.
            A la salida del pueblo, ahora en obras de restauración, la ermita patronal -la más importante quizá de las catorce que hubo- de Nuestra Señora de los Remedios.


(Fotografía: Presbiterio de la iglesia de Pareja)

martes, 6 de septiembre de 2011

VIAJE A LAS CUENCAS DEL GARIGAY

El arroyo Garigay, subsidiario del Guadiela, sirve de línea divisoria entre las provincias de Guadalajara y Cuenca a lo largo de dos o tres kilómetros por la Hoya del Infantado, al otro lado de Alcocer. Todavía joven, cuando de las altas tierras de Peralveche desciende hasta los bajos de Salmerón, el arroyo Guirigay es poco más que una rambla y se le llama Valdemediana, vaya usted a saber desde cuándo y cuál es la razón; pero lo más curioso del caso es que con un nombre o con otro, el arroyo se suele secar incluso antes de que llegue el verano, y, de lo que antes fue, tan sólo le queda el nombre: Garigay, un nombre sonoro y bullanguero.
La antigua Hoya se reparte por esta zona entre toda una serie de pueblos memorables, en los que de vez en cuando bien vale la pena detenerse. Lo he hecho recientemente por enésima vez, aunque de manera fugaz. Alcocer, Millana, Escamilla y Salmerón, debieron de ser junto a Valdeolivas y a algún otro pueblo más de la Alcarria de Cuenca, piedras de excelente valor engarzadas en la real corona de quienes algún día fueron sus dueños, con la diferencia en favor de aquellos (de los pueblos, me refiero) de que sus dueños desaparecieron del mapa hace siglos y para siempre, y ellos han quedado casi todos aquí, con sus defectos endémicos y sus virtudes heredadas, mostrando a quienes la desean mirar la plana limpia de sus razones históricas, tantas de ellas repartidas en común, y sus viejos monumentos por enseña, que desde luego es bueno conocer.

La cabecera, o dicho de otro modo, la capitalidad de la Hoya del Infantado, es la villa de Alcocer, ribereña al río Guadiela, que se extiende como antiguo mantón bordado de escudos nobiliarios y de casonas ilustres en torno al soberbio torreón que domina, con su linterna final como remate, el magnífico templo que a mediados del siglo XIII mandara construir doña Mayor Guillén de Guzmán, señora de la villa y amante del Rey Sabio, el décimo don Alfonso, y que acabó sus días precisamente allí, en el convento de Santa Clara donde murió y reposaron sus restos hasta la hora, aún no demasiado lejana, de su demolición.
Desde Alcocer hasta Millana la carretera es asequible, aunque quebrada en algunos tramos como el terreno por donde pasa. Millana se inscribió en la larga relación de pueblos beneméritos debido a la portada románica de su iglesia, de aguda estampa y de reconocido interés dentro del románico alcarreño, debida con toda probabilidad a la mano hacendosa y bienhechora de doña Mayor y al impecable hacer de los canteros del siglo XIII que le dieron forma. De la noble condición de algunas de las familias que vivieron por allí queda constancia escrita sobre la piedra tallada, como se hace ver sobre la fachada de la casa de los Astudillo en el escudo de los suyos, una de las más impresionantes piezas heráldicas de las muchas que se lucen sobre tantos muros a lo largo y ancho de esta provincia antigua. La Casa Grande, a la que se ha de entrar bajo una solemne portada de dovelas, es otra de las muestras retrospectivas que, con Jorge Manrique, a uno le invitan a pensar que también para Millana cualquier tiempo pasado fue mejor. Desde la ermita de la Fuensanta se alcanza a ver por todo su entorno un espectáculo impresionante formado por tierras y por pueblos de las dos Alcarrias.

Escamilla viene a caer un poco a trasmano por la carretera de Salmerón, pero a muy poca distancia. No es mucho lo que queda en Escamilla de su viejo castillo medieval que se alzaba en las orillas del pueblo, y que destruyeron a cañonazos los soldados franceses de Napoleón, después de saquearlo y de arrear con todo cuanto de valor pudo haber dentro, y que no sería poco. Escamilla, como algunos más de los pueblos de esta comarca fronteriza, perteneció al alfoz de la ciudad de Cuenca, y se rigió por el mismo fuero que en el año 1177 el rey conquistador, Alfonso VIII, otorgó a la Ciudad del Júcar. Sobre todas las demás de su contorno, sobre las más galanas y estéticas de la provincia entera, y muy por delante de las torres castellanas habidas en cualquier latitud, apunta hacia los cielos de la alcarria la torre de Escamilla. La torre parroquial es de estilo neoclásico y fue construida en el siglo XVIII; su trazado se atribuye nada menos que al genial arquitecto Ventura Rodríguez; un juego geométricamente perfecto de cornisas, de balaustres, de cupulinos, de molduras, todas de piedra, y de otros elementos ornamentales que van a concluir en la famosa Giralda, repuesta con muy poca fortuna años después de que la anterior, la auténtica Giralda de Escamilla, tan unida a la leyenda como amor sempiterno del Mambrú de Arbeteta, fuese destruida por un rayo.

Y como término, Salmerón. Para ir a Salmerón es preciso volver de nuevo atrás desde Escamilla. Henos ya en la Plaza Mayor de Salmerón. Una plaza soportalada y sugerente, ordenada y mayestática como los son las plazas mayores de algunas villas importantes de Castilla. Sobre la piedra sillar que conforma la primitiva fachada del Ayuntamiento, existen, perfectamente legibles desde hace más de tres siglos que alguien las mandó grabar, sentencias morales y frases piadosas sacadas de la Sagrada Escritura. En la plaza de Salmerón uno piensa en la mole parroquial tan grande como el mundo que tiene a cuatro pasos, y en la tienda al antiguo estilo que fue de don Ramón Paramio, aquella que en otro viaje ya tan lejano en el tiempo, le ofreció en medio de tanta limpieza y pulcritud un olor remoto a alcanfor y al añejo aroma de la soledad.
Salmerón conserva algunas calles estrechas con buen herraje en los balcones. La Fuente Grande es un rincón solitario y sombrío, donde uno se pondría a leer a Bécquer, sentado a la sombra y muy a sus anchas y sintiendo de continuo el rumor de los chorros. Junto a la fuente hay un edificio antiguo, de piedra labrada, que la gente del lugar pone en duda si antes sirvió de cárcel o fue convento.
Muy cerca de aquí, saltándose la línea provincial y apenas entrar en tierras de Cuenca está Salmeroncillos de Abajo, también junto al arroyo. Un pueblecito de la otra Alcarria al que tratamos con respeto, e incluso con gratitud, porque allí nació en 1845 un personaje ilustre al que tanto debemos los que ahora nos gusta andar con holgura por los caminos de nuestro pasado. Hablo de don Juan Catalina García López -¿verdad que te suena su nombre, amigo lector?-, y que fue académico de la Historia y primer cronista provincial de Guadalajara, cuyos restos mortales, como corresponde a una de las figuras más destacadas de su tiempo, fueron enterrados en la sacramental de San Isidro de Madrid al punto de morir, que fue en enero de 1911. El tiempo pasa para todos y se lleva por delante personas y recuerdos, pero ahí queda la obra de cada uno, el trabajo eficiente al servicio de los que venimos después.
Y si todo lo que en esta ocasión te invito a visitar te supiera a poco, y tuvieses un poco más de tiempo para descubrir lugares y monumentos de los que por fortuna te quedan a una hora de camino, o poco más, o poco menos, me atrevo a aconsejarte que, ya que estás aquí, te des una vuelta por Valdeolivas, lo tienes a un paso. Allí podrás ver algunos restos de molinos de viento en pleno corazón de la Alcarria, un campanario monumental, irrepetible, y un pantocrátor dentro de su iglesia que es todo un lujo para esta comarca en la que hay de todo, y a la que la gente, aunque nos cueste llevarla, poco a poco se va acostumbrando a visitar.


(En la fotografía, "Dertalle de la Plaza Mayor de Salmerón")