jueves, 24 de marzo de 2011

CENDEJAS: UNO, DOS Y TRES


Los Cendejas, efectivamente, son tres; los tres dentro de una superficie relativamente escasa al norte del Henares, a la altura de Matillas o de Villaseca para dar una idea. Son tres: Cendejas de la Torre, Cendejas de Enmedio, y Cendejas del Padrastro. El de la Torre, o simplemente La Torre, le llaman así por la del reloj seguramente, pues lo que es la parroquial en este caso no mucho se diferencia de las torres de lo demás pueblos; al del Padrastro, seguro que le apellidan de ese modo por encontrarse alzado sobre la colina que mira a un arroyo que en los mapas llaman del Prado de Rizales; y el de Enmedio, por estar situado entre los otros dos, casi a mitad de camino.
Son muy distintos uno de otro los tres Cendejas del valle del Henares en tierras de Jadraque. Si algo tienen en común, es precisamente esa chispa de originalidad que los distingue, y tal vez también la vocación por la altura que los iguala; pues, los tres son balcones magníficos sobre sus respectivas vegas, tapizadas todas ellas de un verde prometedor a estas alturas de la primavera.
Para recorrer en conjunto los tres Cendejas, se puede comenzar entrando desde Matillas, y buscando a la salida el santuario de Valbuena, o viceversa. En este viaje me incliné por la primera opción, colándome por Bujalaro y Matillas, para seguir después en un breve recorrido hasta la carretera de Soria, luego de haber hecho una breve parada en cada uno de ellos.
Desde el empalme, Cendejas de la Torre aparece extendido en la ladera mirando al Sol. La Torre es un pueblo en cuesta, un pueblo con cientos de ventanas orientadas al valle y con dos torres que destacan sobre el resto de los edificios: la torre del reloj y la de la iglesia. Al cruzar el empalme hay un coche de la Guardia Civil con dos números de la Benemérita ojo avizor. En los bajos de la Torre se ven una docena de viñas, o quizá más, de las que pudieron burlar en tan buena hora el azote de la filoxera y que sus dueños han preferido conservar y atender como es debido. La Torre es el más grande de los tres Cendejas; también, creo yo, el que goza de mayores atenciones y de mejores servicios. Lo dice el estupendo parque que hay junto al centro social, con balconaje de hierro como mirador, frontón de pelota, farola capitalina de cuatro brazos, y una fuente a mitad en cuyo frontis se dice que "Se construyó en 1907, siendo alcalde Pedro Molina y secretario Máximo Lacalle". Una escalinata nos sube hasta las puertas de la ermita de la Soledad. En Cendejas de la Torre la ermita de la Soledad, con modelo cabal a las dieciochescas de extramuros en tantos lugares, queda en medio del pueblo, a mitad de la cuesta; pues, hasta llegar al atrio de la iglesia todavía es preciso esforzarse un poquito más, subir y subir.
-Mucha cuesta; oiga, hasta llegar arriba.
-Sí señor; pero luego se baja bien.
A mitad de la calle del Reloj está la torre -la del Reloj, restaurada y antiquísima que tal vez prestará nombre al pueblo-, con su campanil de bronce para dar las horas y su gallo de hojalata en la veleta cortando los vientos. La portada de la iglesia es de sencilla línea renacentista, con arco, dos columnillas estriadas en altorrelieve, y una puerta de madera nueva. En el pequeño atrio hay un olmo muerto. Detras de la iglesia, ya en las afueras, se alcanzan a ver cascos de tinajas sacadas de las bodegas, o tinajas enteras tumbadas, con su panzota de arcilla soportando hoy el sol y mañana la lluvia.
Cendejas de Enmedio es de alguna manera el más sofisticado de los tres, el menos rural, el más parecido a un pueblo de recreo por su situación y por el aspecto general de muchas de sus viviendas. Apenas entrar hay un jardinillo romántico, con una fuente surtidor que desagua sobre un enorme pilón ovalado a la sombra de los pinos. Hoy no funciona la fuente; sí, en cambio, zumban las abejas entre el ramaje al amparo de la humedad. Dos niñas juegan con el chorrillo de una fuente contigua.
-Debe de ser bonito el surtidor cuando corre el agua.
-Sí; pero hoy no funciona. Sólo funciona cuando la enchufan.
La Plaza Mayor de Cendejas de Enmedio queda en la solana de la iglesia. Hay unos cuantos chavales jugando con una pelota sobre la pista. Siempre que pasé por aquí me llamaron la atención los textos escritos que aparecen sobre las piedras de sillería en el primer cuerpo de la torre: "Hizose año 1706. Costó 14.000 Rs", y poco más abajo, una a la derecha y otra a la izquierda, hay otras difíciles de leer a causa del desgaste; pero en las que se da cuenta de que "el día 1 de noviembre de 1765 tembló la tierra y de los edificios se cayeron algunas piedras", y que "en los meses de enero y febrero de 1713 se vio una estrella con un rabo de 6 baras". Todo ello con abreviaturas y otros recursos que lo hacen -cada día más- prácticamente ilegible.
El Bar Moreno está cerrado. La calle del Ultimo Camino concluye en la ermita de la Soledad y en el Cementerio. Los cipreses del camposanto sobresalen por encima del tapial. En Cendejas de Enmedio hay calles nominadas con carteletas ilustra­doras en las esquinas, casi todas ellas relacionadas con la Historia de España, con sus personajes y con sus batallas: calle de Isabel la Católica, calle de Lepanto, del 2 de mayo, de Daoíz y Velarde, de Méndez Núñez. Por la calle de Isabel la Católica cruza un tractor voluminoso, pintado de verde, con media tonelada de aperos colgando de su parte trasera.
Las casas del Padrastro se ven sobre un altillo, alineadas a todo lo largo. El Padrastro es el más pequeño de los tres Cendejas, también el más sencillo y el más entrañable. Tiene buenos campos en sus dos vegas Cendejas del Padrastro. Han reconstruido los de fuera muchas de sus casas, aunque todavía son bastantes las que al andar por los rincones se ven en estado de ruina, a la par que el cementerio, que bien merece se le preste atención de una vez por todas. Más arriba, hay una casa de corte curioso al fondo de una plazuela. Es una casa quijotesca, con pinturas sobre el muro de artista bisoño que representan a Don Quijote y a su escudero Sancho; un molino de viento subrealista se levanta por encima de la lomera de tejas; a la caída, la casa está almenada, con todo el aspecto de un viejo castillo en derrota. En la puerta se puede leer la palabra "Teodora", con letras mayúsculas de distinto tamaño y de diferente color.
-Será de alguna peña de jóvenes, supongo.
-No señor; es de un particular.
A poco más de un kilómetro de distancia desde las últimas casas, al otro lado de la carretera de Soria, está el viejo santuario de la Virgen de Valbuena; sede de importantes y nutridas romerías que, cuando los pueblos de la comarca rebosaban en número de habitantes y en empeño por vivir a tope los dictados de la devoción y de la costumbre, acudían cada año con sus cruces y enseres a rendir el debido tributo a la Madre de Dios cada mes de mayo. Un paraje de tierra gris e improductiva, de campos ondulantes, apto quizá para que liben los enjambres y gocen los cazadores en años de abundancia; donde una imagen de Nuestra Señora, salvada de los desmanes de la última guerra de forma milagrosa, y por lo que se ve sólo en fragmentos, bendice desde la hornacina de su blanco retablo los hogares, los campos y los espíritus de las buenas gentes de aquellos contornos.
Nadie pasa por aquí. Un rebaño hace sonar sus esquilas en la lejanía. Por el limpio azul de la mañana de abril, un milano dibuja círculos en el cielo.


(En la foto, Santuraio de la Virgen de Valbunea en Cendejas del Padrastro)

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