De lo que no hay duda es de que la comarca campiñesa, dentro del variopinto mantel de la provincia de Guadalajara, es la tierra de la luz y de los equilibrios estables, la de los espléndidos horizontes y los atardeceres limpios, en los que el mismo sol se siente ruboroso en cada atardecida, y la luna tiñe de plata todo lo que mira, como así se asegura en la fantástica historia de Alfanhuí, gestada por estas latitudes. Tierras de lucido cristal sobre campos de sudor, vigilada de lejos durante ciertas temporadas del año por los firlachos de nieve que cuelgan de las sierras del norte. Uno, harto de pasear
Los ambientes capitalinos se nos han ido
quedando otra vez atrás. Pasado
el cauce, tantas veces guijarroso
y seco, del arroyo Torote, parece un contrasentido
que en campos de mies, de oterillos baldíos y de olivar, aparentemente tan poco
recomendables para el asueto como éstos que ahora pisamos, se encuentre el
foco de recreo más importante que por el momento conoce la provincia,
sin contar algún otro inmediato a la capital: me estoy refiriendo a la urbanización que dicen
"Parque de las dos Castillas".
Henos desde aquí a punto de entrar, en buena hora, a la villa de El Casar, al oeste de las tierras de
Guadalajara, ya en el límite de las otras vecinas de Madrid. A la
caída del pueblo bajan mansas, por
aquella otra parte, las aguas del Jarama, cortando en su mitad una vega fecunda.
El Casar es un pueblo con raíz y
corazón latidores, un pueblo vivo. Cada 2 de febrero celebran en
El Casar una fiesta la mar de original, atrevida, en la que, con aquello de
la costumbre, se sacan a relucir
públicamente desde el balcón del ayuntamiento, los defectos más sonoros del
prójimo ‑exagerándolos, naturalmente‑, aun contando con los aludidos
entre el auditorio. Eso sí, siempre en verso. A la tal fiesta la
llaman La Carta de Candelas. Costumbre valiosa que
cuenta, además, con una serie de
actos religiosos y callejeros de gran interés.
Insólito, así mismo, en este
lugar de la Campiña ,
es el Calvario del siglo XVI que tienen en las afueras, y que por su
situación sirve de mirador sobre las vegas del Jarama. se trata de un recinto
de ladrillo, cerrado y enrejado, pero descubierto a los
antojos de la climatología. tres imágenes componen el
Calvario: la de Cristo en la Cruz
y la de los dos ladrones del Gólgota, uno a su derecha y otro a su izquierda. El correr de los siglos
no ha hecho demasiada huella en las imágenes de piedra, si bien,
les favoreció mucho una reciente restauración. Según consta
escrito sobre la cruz de Cristo, se levantó en el año 1648, a costa y pago
del bachiller Diego López, canónigo de Santa María de
Arvas y presbítero de la
villa de El Casar. Refugio incomparable de sosiegos ante la grandeza
simpar del Valle del Jarama, mientras
nos van refrescando la piel lentamente,
imperceptiblemente, los vientos norteños
de la Cebollera
y de Somosierra.
Cerca
de El Casar asienta, en el fondo de un
vallejo, el lugar de Valdenuño
Fernández, más conocido por su fiesta anual del Niño
Perdido, que con extraordinaria
algarabía celebra desde tiempo inmemorial el domingo siguiente a la
festividad de Reyes. Durante la fiesta del Niño Perdido sale a la calle
"la botarga", vestida con un
traje irrisorio de colores chillones, cosido a base
de remiendos para provocar la burla. El rostro de la
botarga va cubierto con una
careta diablesca, muy propia para asustar a
los chiquillos que corren por delante guardando las distancias, insultándole, y burlándose de ella con
dichos como éste:
Botarga la larga,
la castañoleta,se mata los piojos
con una escopeta
El sujeto en cuestión que encarna la
botarga, protagonista con los ocho danzantes y con el tamboril de la jornada
festiva de Valdenuño, sacude al publico con unas pesadas castañuelas, haciéndolas sonar sobre la espalda de sus víctimas, o con la cachiporra
de madera que lleva en la otra mano.
Los retazos históricos de un reconocido interés, así como las leyendas en torno a la villa de Uceda, hacen de éste un pueblo francamente interesante. Se sabe que el rey Fernando I de Castilla en el año 1060, y Alfonso VI en el 1085, la recuperaron del poder musulmán, concediéndole un fuero propio como cabecera de un extenso alfoz que ocupaba la mitad de
Aún queda en la villa para dar mérito a su pasado el magnífico ábside tardorrománico de la vieja iglesia de
Resulta impresionante por sus enormes proporciones la actual parroquia en pleno casco urbano. Lo mismo que la anterior en ruinas a la que nos acabamos de referir, está dedicada a
Para los habitantes de Uceda y de los lugares próximos, es de fe que en tierras de su término nació y vivió Santa María de la Cabeza, esposa de San Isidro Labrador el patrón de Madrid, a la que tienen como copatrona y benefactora de la villa.
(En las fotografías: El Calvario de El Casar, el ábside románico de la iglesia de El Cubillo. y la antigua iglesia de la Virgen de la Varga en Uceda)
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