Desde Uceda vamos a volver sobre lo andado, siguiendo contra corriente las vegas del Jarama. Las distancias, con fortuna para quienes han de viajar por aquí con frecuencia, no son largas, y sí que resulta atrayente y novedoso el espectáculo visual que vamos dejando entre pueblo y pueblo. Durante un largo trecho será protagonista el paisaje.
El
Cubillo nos queda ahora a la derecha de la carretera, y algo
más adelante, pero a nuestra izquierda, Casas de Uceda, el pueblo que alza sobre el llano la mole
monumental de su iglesia. Algo más
adelante se informa en un cruce de caminos que Cogolludo queda a 31 kilómetros
si seguimos en la misma dirección, que a la izquierda por la carretera serrana
se va al Pontón de la Oliva, y que al mediodía, al remate de una recta de dos o
tres kilómetros, está Villaseca. Vamos a tomar el ramal que parte hacia
las sierras del norte. La carretera es
más estrecha, pero aceptable y en buen estado. El paisaje se compone de campos
de cultivo, algunos oterillos baldíos, y
como vegetación arbórea más frecuente se
da la encina, el chaparrillo y las sabinas; más adelante
se ven también nogueras. A medida que el camino se
introduce hacia la sierra,
los campos se van tornando ásperos
paulatinamente, las jaras ocupan
su sitio sobre los descampados y
las laderas en donde es la maleza la que manda. Varios
cuarteles de labor ocupan en buena parte
la hondonada del Valle del Jarama. El
río corre manso por debajo del puente. Ahora se nos
brindan dos opciones interesantes: conocer Valdepeñas de
la Sierra y conocer Tortuero, dos
lugares serranos tan próximos como
diferentes. Conoceremos los dos
con riguroso orden, comenzando por el que queda más cerca, es decir, por
Valdepeñas.
Una vez situados en el ramal que sube hasta Valdepeñas, el pueblo se deja ver muy pronto, encrestado
al final de un fecundo vallejo de mies.
La temperatura ambiente al subir a Valdepeñas se nota que desciende. El pueblo
tiene todo el aspecto de una residencia
veraniega, mimado por los que
vienen de la capital los fines
de semana. Sobre la hilera de
edificios que miran a la
solana destaca el robusto torreón de la
iglesia del pueblo, con triple vano
en la cara sur por la que mira al
barranco de la Fuente del Cubillo. La iglesia de
Valdepeñas de la Sierra es uno de los contados ejemplos del arte protogótico
que la
provincia tiene para ofrecer en toda su longitud y anchura; en ella hay
una voluminosa pila bautismal, en piedra repujada, que es pareja en antigüedad y en estilo con el propio
templo.
Cuando se han recorrido los primeros metros por la carretera que baja
hasta Tortuero, uno se da cuenta de que pisa
tierras anónimas, si no desconocidas por lo menos muy poco frecuentadas,
lo que en cualquier caso supone una
tremenda equivocación; pues estas primeras
estribaciones de Somosierra, agrestes
y crudas como cualquier tierra
alpina que se precie, resultan de una belleza
fuera
de lo habitual, muy próximas a
la metrópoli, por cierto,
circunstancia que algunos
madrileños conocen y saben aprovechar en sus horas de asueto.
Tortuero, muy al
contrario que su vecino
Valdepeñas, aparece medio arracimado en el fondo de una hoya por la
que pasa el río Concha, afluente del Jarama con el que se
unirá poco más abajo. Desde la primera
curva de la carretera que nos aboca en el barranco se divisa la iglesia con su grupo de casas
ocre que la rodean; el cerro Campillo y
el de la Cresta cierran la decoración de
manera completa. Al otro lado del
pueblo uno se imagina la chorrera
de agua espumosa en donde se despeña el
arroyo, un puente antiquísimo de
piedra oscura por el que los campesinos
y pastores de Tortuero regresaban
al son de campana en cada anochecida,
mientras que a nuestros pies, cuatro muros de argamasa y lajas de pizarra
enmarcan tres cipreses afilados y otras
cuantas crucecillas de madera que florecen en medio de yerbas silvestres y de flores de lis; es el
cementerio. La primera sensación justifica
cumplidamente una visita a Tortuero. Luego, metidos en las calles del pueblo,
uno se encuentra con el consabido espectáculo de la despoblación que amenaza con acabar con
todo. Las huertas de tierra mullida, entre el pueblo y el arroyo,
han sido
desde antiguo la despensa común de los lugareños, ahora en
vías de inminente desaparición,
si las formas de vivir no cambian
de rumbo.
Dejaremos aquí estas tierras para
cruzar la vertiente en busca
de otros motivos
de interés. Todavía quedan
en las proximidades de donde
ahora estamos lugares que podrían
merecer la pena, siempre al hilo de estos que acabamos de ver, en los
que la Naturaleza es dueña absoluta de hombres y de haciendas, donde las
viejas formas de desenvolverse
van unidas al mandato
que desde antiguo les impuso el entorno. Seguro que alargar el viaje,
si acaso queda tiempo, hasta Valdesotos
o hasta Alpedrete de la Sierra, nunca
será tiempo perdido.
POR
LAS SIERRAS DE ALLENDE EL JARAMA
La
distancia en kilómetros que separa a
Tortuero de Puebla de Valles es
relativamente corta; por medio, las corrientes
serranas del Jarama, la estrecha franja de su cuenca y nada más. No
obstante, las pésimas comunicaciones en tan corto
espacio de tierra, nos colocan al
llegar a Puebla en un mundo diferente.
Puebla de Valles, lo mismo que Tortuero, es otro de nuestro pequeños
paraísos anónimos; un mar de calma hundido en la ladera y
en los bajos de un barranco, que invita a contemplarlo a distancia
antes de decidirse a bajar hasta él. La carretera brinda desde
los altos una gratificante visión de este pequeño municipio,
casi deshabitado. Desde el augusto mirador del camino, uno se da cuenta en seguida de que se trata
de un pueblo con cobertura parda,
de iglesia esbelta colocada a
propio intento por encima del ramaje de una alameda, de
pintoresca estampa que adorna, como en los cuadros de los impresionistas
franceses, el seco barandal de un
puente sobre el arroyo. Todo ello,
ocupando la solana de un cerro
que se corona con las tronqueras retorcidas de viejos olivos. En el pueblo interesa la iglesia parroquial,
en mal estado; se cubre el muro absidal con un
sencillo retablo neoclásico, en
donde se ven pintadas figuras de obispos y escenas de la
Pasión y Muerte de Nuestro Señor; sobre el suelo, a los
pies del altar mayor, hay nueve lápidas
mortuorias con sus correspondientes epitafios, que cubren los
restos mortales de honrados caballeros del siglo XVII, prohombres,
cabe imaginar, de aquellos valles, dueños quizá de honores
sin cuento, de personas y de haciendas
hará cuatro centurias.
Luego Retiendas. El pueblo de
Retiendas cae más al norte, desviado a
la izquierda según se avanza por la carretera que sube hasta Tamajón. Retiendas une a su particular
encanto de pueblo serrano, acogedor y pintoresco, el contar en su
término ‑sólo a dos kilómetros de las
últimas casas‑ las ruinas venerables de
un famoso cenobio medieval, levantado en aquel rincón ribereño allá por los años finales del siglo XII. Se
trata del monasterio cisterciense de Bonaval.
Tuvo monjes, naturalmente, esta joya abandonada y
maltrecha del tardorrománico castellano.
Vinieron de Palencia hasta él en
el año 1170 los frailes del Cister, bajo
la obediencia a un tal don Nuño, que fue su primer abad;
y allí permanecieron durante
muchos años, hasta 1821 en que lo tuvieron que abandonar definitivamente. Tanto
el paraje en donde se halla como las
ruinas en sí del monasterio, son un recogido coso
de sosiego, de evocaciones
lejanas para quien goce de
corazón sensible, de calma hasta el extremo, de paz, de mucha paz. En las
húmedas praderas de Bonaval se
conjugan, al abrigo de los hoscos cerros de su cercanía, las formas
románicas de los capiteles y las corrientes del arroyo, en un juego
entretenido que vislumbran por
doquier los álamos y las nogueras, el jaral y
las delicadas varillas del brezo. Los turistas de ocasión, que acuden
por aquí atraídos por la maravilla
natural del rincón en donde reposa la piedra sillar del monasterio,
acostumbran a no detenerse bajo los arcos apuntados que surgen en el muro,
por cuyas oquedades se cuela el ramaje silvestre de las higueras
y tapiza la yedra. El mecenas del viejo convento ‑ya hace
años de
ello‑ fue, según dice la Historia, el rey castellano Alfonso VIII.
Tamajón es por estos lares la
capital de la Sierra, y por
añadidura de todo el Macizo, al que volveremos
más adelante en trabajo exclusivo y monográfico. Es muy
probable que en la actual Tamajón estuviera la antigua Tamalla, refiriéndonos a
los primeros siglos de nuestra era. Resulta de fe que en la antigüedad fue
Tamajón una ciudad importante. Existen
en sus inmediaciones las ruinas de un convento de Franciscanos, fundado en
1592 por doña María de Mendoza y de la
Cerda, y las de una importante fábrica de
cristal que estuvo produciendo
vidrio de gran estima hasta mediados del siglo XIX. Se cuenta, que
fue en esta llanura serrana de Tamajón, donde el rey Felipe II pensó edificar
en principio el célebre monasterio de San Lorenzo, que definitivamente construiría
en El Escorial de la sierra madrileña. También aseguran sus
vecinos que en el Arroyo de las
Damas, que corre junto al pueblo,
se dieron en otros tiempos ‑dudo si históricos o de leyenda‑
las piedras preciosas. Fue célebre durante la Independencia Española contra los franceses
el "Cura de Tamajón", Matías
Vinuesa, famoso guerrillero que, el 4 de abril de 1821, fue sacado
violentamente de la cárcel donde cumplía
diez años de condena por un grupo de
liberales descontrolados y ávidos de sangre y de venganza, los cuales le
asesinaron de inmediato y arrastraron después
su cuerpo por las calles de Madrid. El recién instalado ayuntamiento de la villa, permite hacernos idea de lo que
pudo ser su viejo palacio de los Mendoza.
A la salida de Tamajón por la carretera de la sierra, se alza el robusto torreón de la parroquia. La primera iglesia que tuvo Tamajón fue románica, pero la actual, con atrio porticado incluso, es toda ella obra del siglo XVI. Más allá queda la ermita patronal de Nuestra Señora de los Enebrales, desde la que se dominan las alturas más destacadas de la sierra con sus picachos oscuros y con sus aristas. Aquellas praderas mesetarias de enebros y de abetos poco desarrollados, fueron por tradición sede de populosas romerías, a las que solían acudir devotos procedentes de todas las aldehuelas del contorno. Es costumbre que las portonas de la ermita de Los Enebrales permanezcan siempre abiertas de par en par. Ahora impide la libre entrada al sacro recinto una reja de hierro; si bien, las puertas continúan abiertas con arreglo a la costumbre. Son curiosas por allí las formas que suelen adoptar las piedras en los alrededores, pues las hay haciendo figura de arco, otras se doblan en comedidas curvas, otras, en fin, se contornean en farallones que la erosión consiguió modelar con maneras caprichosas.
A las sierras del poniente volveremos después, en otro tiempo pero no demasiado tarde; allí tendremos ocasión de vivir, en colaboración estrecha con los caprichos paisajísticos del Macizo, la "aventura de los Pueblos Negros". De momento vamos a regresar en buena hora hacia las veguillas de blancal que regó, cuando era más caudaloso, el arroyo Aliendre. Vamos a tomar por sorpresa, zigzagueando por la carretera retorcida que baja de la sierra, la histórica villa de Cogolludo, uno de los antiguos cabeceras de partido judicial, en donde habrá que detenerse por un sinfín de razones que lo aconsejan. En el camino tenemos muy a mano las aguas rugidoras del río Sorbe, que desciende a trechos encajado entre peñas; los pueblos escondidos de Muriel y Arbancón, y, al final, Cogolludo, un clásico de la Geografía Histórica de Guadalajara.
(Las fotos corresponden a una calle de Valdepeñas, al monastserior en ruinas de Bonaval, y a una plazuela de Tamajón)
Hola como siempre gratamente sorprendida por las nuevas rutas que está subiendo al blog no sé si tendré tiempo para pasear por todas ellas. He colocado un enlace en mi blog del suyo así cuando suba una nueva entrada los visitantes la verán y así puedan pasar por su blog para conocer otros lugares distintos de los que yo subo, ya que vivo en BCN y sólo paso unos días al año en esta zona y como no me gusta utilizar material de otros, pues eso, que poco a poco.
ResponderEliminarMe encantaría que el turismo reactivara la economía de la zona así los jóvenes no tendrían que marcharse por falta de trabajo.
Un saludo