martes, 21 de agosto de 2012

Rutas tirísticas: EL ALTO TAJO ( I I )


DE LA RUTA DEL CAOLIN AL PUENTE DE SAN PEDRO

      Pinos madereros y sabinas de las que no mueren se van  re­partiendo  el espacio hasta caer de hecho en Villanueva  de  Al­corón.  El pueblo saldrá más adelante, como de puntillas,  encima del  otero limpio que cubre con las corazas ocre y tierra  rojiza de sus tejados. En Villanueva todo es subir. Las calles vienen  a ser un complicado laberinto de entrantes y de salientes que con­cluyen arriba, en la plaza, junto al campanario y al rejuveneci­do edificio del Ayuntamiento. En el centro de la Plaza Mayor  han colocado una fuente sobre peana de escalones, cercada con  cuatro columnas que forman un enorme cubo de aire.

     En Villanueva de Alcorón, a 1275 metros de altura sobre  el nivel  del mar, las casas más antiguas lucen todavía un  señorial rusticismo con sus portadas en arco de piedra, unas en semicírcu­lo,  otras en ojiva. Dicen que los antiguos montaron sus  puertas de duro dovelaje, porque no se fiaban de las vigas de madera para los dinteles. Sea cual fuere la razón, son las portadas de piedra haciendo  arco uno de los detalles que más resaltan las  excelen­cias de esta importante villa. Ya en las afueras, es también  una  característica  del pueblo, el tamo blanco que sobre los  ejidos, igual que una nevada, arrojó la fábrica del caolín.

     Desde la propia Villanueva parte un ramal de carretera  que sube  hacia Armallones. El pueblo está a ocho kilómetros,  más  o menos.  En  el término municipal de Armallones  se  encuentra  el famoso Hundido, paraje de extraordinario efecto visual al que  se puede  acceder sin demasiadas dificultades por camino de  tierra. El Hundido no es otra cosa sino el primitivo cauce del río,  que, hace  cuatro o cinco siglos se hubo de desviar como  consecuencia de una tremenda riada asoladora de campos; y, como señal  perma­nente  de lo que antes fue, queda este bellísimo rincón del  Alto Tajo, compendio impresionante de roca y de vegetación, de agua  y de viento, en conjunto incomparable que, por supuesto,  aprovecho para recomendarles.

     Situados de nuevo  en  Villanueva de Alcorón, todavía  está lejos,  pero es aconsejable acercarse a Peñalén,  aunque  después nos cueste regresar al punto de partida como nos acaba de ocurrir con la escapada al lugar de Armallones. La carretera a seguir nos vendrá  a  la derecha apenas hayamos iniciado la salida por el camino de  Zaorejas. Es la carretera que emplean en sus  idas  y venidas  hacia las canteras de Peñalén y de Poveda  los  camiones del caolín.


     Cuando uno se asoma a Peñalén desde los altos que dicen del Portillo, y contempla por primera vez la estampa serena del pue­blo en el fondo de la hoya, la visión permanece inamovible en  la memoria  durante mucho tiempo. Peñalén es uno de los lugares  más fotogénicos y mejor  situados de todos los  pueblos  de  España (entiéndase que por cuanto a su función estética, en juego con la naturaleza  que  le rodea). Los cerros arropados de pinar  y  los cortes  rocosos tan propios de esta serranía, son por los  cuatro costados su principal atractivo. Aquí podríamos contar con el  de La Machorra, de aterciopelada piel; el de Fuentecillas, que  tuvo las  entrañas repletas de caolín; los peñascales abruptos  de  La Muela del Conde, donde dicen que vivió doña Florinda, la hija del conde don Julián, aquella que arrojó las joyas en el fondo de  la laguna de Taravilla para evitar que los moros se  apoderasen  de ellas; el cerro del Castillo que se encresta en la Peña del Agui­la, y siente a sus pies, muy profundo, el despeñadero de Cagarra­tones. El río pasa cerca del pueblo,  al otro lado  de los cerros que  tenemos frente a nosotros. Un bello paraje -qué decir- para deleitar la vista, los pulmones y el corazón, y un plácido refu­gio donde sacudirse durante una temporada, si ello fuera posible, de los devaneos y de las presiones de nuestro siglo.

     Huertapelayo viene a caer muy próximo a las corrientes  del río; allá por donde el Puente de la Tagüenza da nombre a otro  de los más bellos espectáculos naturales del Alto Tajo. La carretera de Huertapelayo nos sale a mano izquierda,  tres o cuatro kilóme­tros antes de llegar a Zaorejas. El acceso es estrecho, enrevesa­do y con subidas y bajadas harto pendientes. Ya casi a la entrada de Huertapelayo se pasa bajo el hosco arco de triunfo que  llaman "El  Portillo del Salvador"; es a manera de túnel que  horada  la peña  dejando paso libre; a su vera hay una estruendosa cascada que completa con creces el encanto indescriptible  de  aquellos rincones. El Portillo del Salvador, se consiguió abrir taladran­do  la roca que por siempre impidió la entrada al pueblo, a  ins­tancia y efectiva gestión ante las autoridades competentes de don Salvador Embid Villaverde, hijo predilecto de  Huertapelayo;  de ahí  el  nombre por el que sus paisanos lo reconocen.  El  pueblo cuenta  con una docena de habitantes inscritos en el censo,  como anejo que es del Ayuntamiento de Zaorejas. Hace unos años  estaba completamente vacío. Dos enormes crestones rocosos: el  de  La Cadena  y el de Las Covachas, se yerguen por encima del  caserío, uno a cada lado, dejando en mitad el silencio y la soledad de las noches, para uno de los lugares de la provincia en que, con mayor rigor, se vivieron las rurales costumbres de antaño, al amparo de su singular escenario.

     A  las  puertas de Zaorejas, el tendido de bosque  que  nos vino acompañando durante todo el viaje desaparece con brusquedad. Entramos  en  un páramo más serio, no menos bello pero  falto  de vegetación. Los cortes aparatosos del terreno en la lejanía dela­tan  a  distancia los muchos paraísos que rodean a  Zaorejas:  el Puente de San Pedro -por ejemplo- que visitaremos a continuación; el  valle que dicen de Los Cholmos, con su delicada fuente de  La Falaguera; el vallejo del Losar, que tiene como fondo el cerro de la Canaleja, allá en tierras de Huertapelayo; el nuevo mirador sobre unos valles fantásticos que dejan al descubierto los altos del extinto castillo de Alpetea, y tantos  rincones más  de agresiva belleza perdidos en su término, que los  vecinos conocen, y que con no mal criterio se sienten por ello  sencilla­mente  honrados.  Por los cielos de intenso azul en el  campo  de Zaorejas, merodea el buitre y planea el quebrantahuesos a la  que salga, a la busca de algo que llevarse al nido.

     Zaorejas  conserva  en sus viejos edificios el porte  y  la elegancia de los pueblos que fueron algo importante en el pasado. Tiene  dos plazas: la Vieja y la Nueva. Varias  casonas  muestran triple  planta en su estructura, y se adornan con fina  balconada de  forja.  La portada de la parroquia, bajo  saliente  tejadillo protector, se ve con cierto deterioro por efecto, tal vez, de  la climatología. Los detalles ornamentales del arco son de ejecución tardorrenacentista.

     Fueron  nota característica del costumbrismo zaorejano  los "Cantos  de la Pasión", con sentido verso popular en cadencia  de romance,  donde  se recoge la Pasión completa  de  Nuestro  Señor Jesucristo, y se solía cantar en los actos solemnes de la  Semana Santa.  Visto cuanto es aconsejable ver en Zaorejas, contando siem­pre con el tiempo del que cada cual disponga, salimos junto a  la Casa‑Cuartel  carretera  adelante hacia el mítico Puente  de  San Pedro. Una escala obligada; un paraje ideal donde perderse.

     EL PUENTE DE SAN PEDRO

      Es de alguna manera la estrella del Alto Tajo por cuanto se refiere  a  recepción de visitantes; el lugar  común  de  gentes molinesas y de otras muchas procedencias en las horas del  solaz o  de las conmemoraciones  familiares. En el Puente de San  Pedro se  dan ‑a menor escala, pero todos ellos reunidos‑ los  delirios paisajísticos de la comarca, con la nota a favor de una excelen­te  comunicación  por carretera. La práctica de la pesca  en  sus alrededores, es una actividad doblemente atractiva.

     Deben  ser cuatro o cinco kilómetros de carretera  los  que separan a Zaorejas del Puente de San Pedro. Como consecuencia  de las excelencias del paisaje antes de llegar al curso del río,  en este breve trayecto se hará preciso detenerse en más de una oca­sión para admirar la altivez espectacular de unos crestones roco­sos;  la asombrosa profundidad de una barranquera; el remover  de las  aguas  en las albercas de un criadero de  truchas;  las  mil covachas  con estalactitas -destrozadas casi todas ellas-  en  la superficie  vertical de las peñas; el ambiente, en fin, a que  da lugar  y en el que se desenvuelve este espectacular rincón de  la provincia, para el que toda palabra de elogio resultará en cual­quier caso desajustada e insuficiente. Ya cerca del Puente de San Pedro  propiamente dicho, se alza a nuestra izquierda  un  enorme cabezo  rocoso de piedra oscura, que tiene la  particularidad  de simular  por su forma todo un grupo apretado de setas  colosales. Por  encima  de esta extraña formación rocosa  crecen  los  pinos silvestres, como suele ser natural en los abruptos peñascales  de todas las sierras de la Meseta.

     El actual Puente de San Pedro sobre el río Tajo es de  re­ciente construcción. El anterior, el que conocimos siempre, queda a solo unos metros aguas abajo. Por un paraje de adusta  vegeta­ción y de apuntados farallones de piedra, que se recortan en di­rección saliente con el azul de los cielos serranos, baja solemne y apretado, de pared a pared, el padre Tajo. Ya en el mismo puen­te  se escalona en una chorrera de extremada pulcritud.  A  pocos metros  recibe  las aguas subsidiarias del  Gallo,  el  histórico Gallo molinés, cuchillo milenario facedor de profundos cortes que dieron lugar a su famosa Hoz. Todo un espectáculo. Por debajo del puente,  los vehículos de los pescadores esperan a la  sombra  el regreso de sus dueños, que andan Gallo arriba estirando el  sedal por entre las mimbreras, las espadañas y los sargatillos en ambas márgenes.

     Con  el murmullo incesante de las aguas en los  oídos,  uno piensa  en los rincones perdidos que deberán quedar al otro  lado de las peñas, en los pasadizos inaccesibles que sólo las  águilas tienen  el  singular  privilegio de ver y de  gozar.  La  fortuna querrá  que, poco después, sea posible desde otro punto  de  esta serranía,   contemplar  algo de lo mucho que la mente adivina viendo correr las aguas del Tajo, limpias todavía,  momentáneamente tranquilas,  en  tarde estival dada a  la  contemplación,  aquí, donde la Naturaleza lo domina todo. 

     Es posible viajar en cuestión de minutos desde el Puente de San Pedro hasta el Monasterio de Buenafuente, detalle  histórico‑artístico más considerable de esta ruta. El viaje hacia el anti­guo  cenobio  incluye, como ahora veremos,  otra  nueva  sorpresa paisajística.

     Si  continuamos carretera adelante, sólo a medio  kilómetro del  Puente de San Pedro, parte a nuestra izquierda una pista  de tierra  que  es la que debemos seguir. Salvo en  caso  de  lluvia reciente,  el firme de la pista resulta consistente y cómodo.  El sendero nos acercará en seguida hasta Villar de Cobeta, ya en los aledaños de Buenafuente del Sistal. Pues bien, ahí, en ese  breve recorrido sobre pista de tierra, surgen al volver de cada  curva, los  más aparatosos espectáculos visuales de toda la jornada.  En principio  serán abruptos precipicios de roquedal por cuyo  fondo discurren  serpenteando  las  aguas del río;  luego,  cortes de vértigo, aterciopelados de bosque incipiente, los que reclamen nuestra  admiración; después, el soberbio meandro del Tajo,  des­cribiendo  una curva colosal en las profundidades del barranco, como si pretendiera abrazar, con la tremenda faja de su cauce, el corazón mismo del paisaje sobre el que sobrevuelan las aves rapa­ces  que anidan en las altísimas covachas de junto al  río,  allá donde la planta del hombre no tiene posibilidad de acceso. Lásti­ma que la tarde no dé para más. El sol de caída anima a marcharse de allí, dejando la cinta plateada del río brillando abajo  entre las  sombras. La luz tibia de la atardecida descompone en  ricos dorados las tierras del Villar.

(En las fotos:  Panorámica desde el mirador de Zaorejas; Detalle del pueblo de Peñalén; y el río Tajo por el Puente de San Pedro)


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