A SAN GINÉS POR SANTA MARÍA DE LA FUENTE
Como
compensación a su riqueza monumental, no es Guadalajara una ciudad aparatosa
en bellezas naturales a su alrededor que ofrecer al visitante. Es más bien en
ese sentido una ciudad monótona, sin más accidente natural que merezca interés
que el cauce del Henares bañándole los pies por el lado norte. Como visión
inmediata del balcón capitalino de todas las alcarrias, apenas cuenta con la
llanura triguera de la Baja Campiña y con la recortada silueta del Pico Ocejón
allá lejos, por las sierras que sirven de techo a la provincia.
Como
ciudad monumental, reflejo en piedra de las diferentes épocas por las que
atravesó desde la primitiva Arriaca, Guadalajara es un curioso laberinto de
motivos en los que detenerse. Como prueba de ello, vamos a caminar a pie el
kilómetro escaso que separa al Palacio del Infantado de la iglesia de San
Ginés, pasando por la concatedral de Santa María.
La
Iglesia de Santiago será el primer
eslabón de la apretada cadena de monumentos que cubren el recorrido. Se trata
del extinto convento de Santa Clara, originario de la primera mitad del siglo
XIV. Su estilo es gótico‑mudéjar, con un interior impecable, casi todo el
montado sobre ladrillo que se puso al descubierto en una reciente restauración.
La llamada "Capilla gótica" de esta iglesia se fundó en el año 1452,
en tanto que la que sirve de fondo a la nave del Evangelio es obra visiblemente
posterior, del siglo XVI posiblemente, con trazado que se atribuye a
Covarrubias.
A
cuatro pasos de la iglesia de Santiago, frente por frente en la misma calle,
hay un patio sombrío en cuya pared lateral izquierda se abre la portada
plateresca de una capilla perteneciente al antiguo convento de La Piedad,
fundado por doña Brianda de Mendoza, verdadera joya del arte renacentista
castellano. Se montó en el año 1530, con trazado y participación directa
durante las obras de Alonso de Covarrubias. La capilla queda anexa al Palacio de don Antonio de Mendoza,
sobrino que fue del Gran Cardenal, en donde hay un artístico patio interior
columnado y escalera de honor en tres tramos a base de piedra tallada. Es la
primera muestra en España del Renacimiento en arquitectura civil. La fachada
del edificio se debe a una restauración llevada a cabo a principios del siglo
XX, obra del arquitecto Velázquez Bosco.
El
Convento de Carmelitas de San José
queda en nuestro recorrido monumental un poco más adelante. Se construyó en
el siglo XVII para recoger a la
comunidad de religiosas fundada por doña Magdalena de Frías, siempre con el
pláceme y la ayuda económica de los duques del Infantado. Sencilla portada con
una vieja estatua de San José y los escudos de Frías y Mendoza, es todo lo que
el convento enseña como de más interés en su parte exterior. Dentro de la iglesia
conventual cuenta con un bellísimo retablo barroco, buenas imágenes de talla en
el mismo estilo, un lienzo representando a Santa Teresa con la firma de Andrés
Vargas, y el moderno cofre que contiene los restos mortales de las Mártires
Carmelitas de Guadalajara, puesto a la veneración de los fieles desde su
beatificación en el mes de marzo de 1987.
Los
marqueses de Villamejor levantaron en el siglo XVIII un palacio frente al
convento de San José y que hoy se conoce por Palacio de la Cotilla. Es un edificio de ladrillo con interior
bastante bien conservado. Posee una curiosa "Sala Oriental", forrada
toda ella con papel pintado a mano por artistas orientales, y unos jardines
que, debidamente cuidados, podrían ser uno de los rincones más acogedores y apacibles
de la ciudad.
En
la Cuesta de San Miguel, muy cerca ya de la Plaza de Santa María, se encuentra
la llamada Capilla de Luis de Lucena,
lo único que pervive de la que en otro tiempo fuera iglesia de San Miguel del
Monte. La construyó a sus expensas y la diseñó el humanista guadalajareño Luis
de Lucena, hacia el año 1540. Es toda ella de ladrillo, con meritorios motivos
ornamentales conseguidos con ese material. Los aleros, cornisas y
contrafuertes, son modélicos, un juego de formas mudéjares la mar de original.
El interior de la capilla es de doble planta, teniendo la primera en los techos
y enjutas algunas pinturas interesantes de Rómulo Cincinato.
La
Iglesia de Santa María cuenta con el
rango de concatedral. Se construyó en el siglo XIII con el nombre de Santa
María de la Fuente la Mayor. De la primitiva obra mudéjar queda el exterior
casi completo. A principios del siglo XVI se le añadió un pórtico de elevadas
columnas al gusto renacentista. Las puertas principales son de puro estilo
mudéjar, con arcos de herradura en dos de ellas y en otra tercera inutilizada
sobre el muro de la antigua sacristía. La esbelta torre de Santa María, de
planta cuadrada, concluye en afilado chapitel de conchas de pizarra. El
interior data casi por entero del siglo XVII. Tres naves y algunas capillas
laterales, empleadas como panteones de familias distinguidas de otro tiempo,
ocupan prácticamente todo el espacio. El retablo mayor presenta artísticos
relieves con tallas de mérito, en los que figuran escenas diversas de la vida
de la Virgen. Su antigüedad se fija en el primer tercio del siglo XVII y es de
autor anónimo.
Existen
en el entorno mismo de la Plaza de Santa María dos detalles históricos
interesantes: el Torreón del Alamín,
resto de la vieja muralla del siglo XII, con planta cuadrada y dos cuerpos, y
el Palacio de los Guzmán, casona
solar reconstruida en el siglo XVII, donde nacieron y pasaron parte de su vida
personajes tan importantes como don Nuño Beltrán de Guzmán, ilustre arriacense
a quien se debe la fundación de la ciudad de Guadalajara en México. Del palacio
de los Guzmán, apenas si se salva de la ruina la fachada barroca con valiosos
detalles ornamentales, así como el escudo de armas sobre el muro, perteneciente
a las familias Guzmán y Zúñiga.
La
Plaza de Bejanque representa para la capital un cruce importante de caminos, lo
que la convierte en uno de los lugares más transitados de todo el casco urbano.
Sobre un altillo situado al noreste de la Plaza de Bejanque se alza el antiguo monasterio de San Francisco, ocupado hoy
en su mayor parte por instalaciones militares y alguna colonia de viviendas. Su
origen parece ser que se remonta a tiempos de doña Berenguela, que levantó un
convento para los Templarios en aquel lugar. En su iglesia hubo siempre un
magnífico retablo gótico con pinturas del guadalajareño Antonio del Rincón. Del
primitivo convento franciscano se conserva su importante fachada neoclásica.
Bajo el ábside de la iglesia queda la cripta panteón de la Casa del Infantado,
que mandara construir para enterramiento de los suyos el décimo duque del
Infantado, allá por los años finales del siglo XVIII, tomando seguramente como
modelo el panteón de reyes del Escorial. Cuando la invasión napoleónica, los
franceses saquearon el convento y profanaron las tumbas. Los restos de la
insigne familia mendocina fueron recogidos algunos años más tarde, en 1859;
confundidos y cargados en urnas mortuorias se llevaron a Pastrana para ser
enterrados de nuevo en el panteón de la Colegiata, sin que haya sido posible
precisar, después de tanto tiempo de abandono, cuales eran y a quién
pertenecían.
El
más importante parque público con que cuenta Guadalajara comienza en las
inmediaciones del convento de San Francisco, y se extiende hacia la zona
céntrica de la capital en donde encontraremos, al cabo de un rato, la iglesia
de San Ginés. Este parque, La Concordia,
se instaló como tal en 1854, aprovechando lo que hasta entonces habían sido las
eras de pan trillar de los agricultores. Son magníficos sus paseos ajardinados,
el templete central de la música en donde de tarde en tarde se suele programar
algún concierto a cargo de la Banda Provincial, así como una vistosa fuente
surtidor de hechura reciente. El parque de la Concordia se prolonga en
dirección este por el Paseo de San Roque,
con plácidos rincones en sombra casi perpetua, modernas instalaciones
deportivas y de recreo que se extienden hasta la ermita del santo, y la verja
lateral de magníficos herrajes que limita con los terrenos y edificios de la
Fundación de la Vega del Pozo.
Acabamos
el imaginario periplo monumental en San
Ginés, ya en el centro de la ciudad moderna. Se trata de una antigua iglesia
conventual de los Dominicos, levantada en el siglo XVI por el arzobispo
Bartolomé Carranza y Miranda, a quien la Inquisición desterró por atreverse a
publicar un catecismo de la doctrina cristiana con ideas supuestamente
heréticas. La iglesia de San Ginés tiene una sólida fachada de piedra de
cantería, con dos machones laterales que acaban en sendas espadañas minúsculas
para el campanario. El interior es de una sola nave con varias capillas
laterales. A los lados del presbiterio quedan restos de los enterramientos de
don Pedro Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla, y de su mujer doña Juana
de Valencia, violentados brutalmente y deshechos durante la Guerra Civil de
1936. Se trataba de obras escultóricas del siglo XVI, procedentes del
desaparecido convento dominico de Bolarque. En ambos brazos del crucero están
los enterramientos de don Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, y de su mujer doña Elvira de
Quiñones, traídos en el siglo XIX desde el monasterio jerónimo de Santa Ana,
hoy en ruina por las afueras de Tendilla. Como los anteriores, fueron
prácticamente destruidos cuando la Guerra Civil.
Mas
no acaba aquí el legado artístico e histórico de Guadalajara. Fue una cumplida
muestra que nos permitió conocer un poco la zona tradicional de la ciudad, pero
nada más. En justicia, y sin salir del casco antiguo, habría que detenerse
aunque fuera de paso en la iglesia jesuítica de San Nicolás, donde, aparte de un grandioso retablo churrigueresco,
se conserva el sepulcro gótico de don Rodrigo de Campuzano, comendador santiaguista
muerto en el siglo XV; en la iglesia del
Carmen, regida hoy por padres Franciscanos,
donde está enterrada en sencillo mausoleo sor Patrocinio, "la monja
de las llagas"; en la ermita patronal de la Virgen de la Antigua, vieja iglesia de Santo Tomé, obra mudéjar del
siglo XIII, donde es de fe que rezó Alvar Fáñez de Minaya después de la
reconquista de la ciudad en el verano de 1085; en la iglesia renacentista de Los Remedios, cuyos esbozos se
atribuyen, como en tantos monumentos de la ciudad, al genio de Covarrubias; en
los palacios de la Diputación Provincial
y del Ayuntamiento, ambos de la
segunda mitad del siglo XIX, aparte de otras muchas casonas solar, conventos y
palacetes, que harían esta relación demasiado extensa.
A
pesar de todo, teniendo en cuenta su condición de monumento poco común, no
demasiado conocido pero de gran significado para la moderna traza de
Guadalajara, nos referiremos más cumplidamente al panteón en particular, y en
general a la Fundación de la condesa de la Vega del Pozo
(Fotos de: Santa María de la Fuente, Ayuntamiento de Guadalajara, Convento de la Piedad y Parque de La Concordia)
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