OVILA
Y TRILLO
Cuando se deja Cifuentes y se toma con dirección sur la
carretera que baja hasta Trillo, siguiendo el curso de las aguas del arroyo Cifuentes, que no es sino el
sobrante de la Fuente de la Balsa cifontina que escapa por aquí hasta
encontrarse con el río Tajo, siempre se
llevan por mascota en el horizonte las Tetas de Viana. Las Tetas de Viana son
dos cerros gemelos, acabados en un
altiplano con corona de piedra. Seguramente que son, por cuanto a paisaje se refiere, la principal nota de
identificación de las tierras de la Alcarria. Los dos Gárgoles, el
de Arriba y el de Abajo, uno a la
derecha y otro a la izquierda del camino,
nos salen al paso antes de llegar a Trillo. En Gárgoles de Arriba hay
un importante yacimiento
romano en el
que se iniciaron excavaciones con éxito; en Gárgoles de Abajo, las
bodegas subterráneas abiertas
al pie de un otero, nos dan idea de
lo que fueron los
caldos alcarreños antes de que viniese
la filoxera hace tres cuartos de
siglo.
Sin entrar en el pueblo de Trillo, pero sí a sus
mismas puertas, nos desviaremos ─merece la pena─ por una pista en no muy
buen estado que dará con nosotros en
Ovila al cabo de unos cuantos minutos.
El monasterio de Santa María de Ovila se construyó a la
vera del Tajo, allá por el siglo XIII con la ayuda de los monarcas castellanos; si bien, su fundación en origen
se debe al rey Alfonso VIII, hacia el
año 1181, y no exactamente en donde
ahora está, sino un poco más arriba de su definitivo emplazamiento. Su desaparición, en lamentables circunstancias,
constituye una de las historias más tristes que ha vivido la
Alcarria.
El monasterio de Ovila fue
vendido por sus dueños en 1930 al caprichoso y desaprensivo magnate estadounidense W.R.Hearts, quien inmediatamente lo mandó desmontar, piedra a piedra,
con intención de reconstruirlo de
nuevo en su rancho de San Simeón,
en California. El venerable cenobio fue
deshecho en sus partes más
nobles y más antiguas, pero no se volvió a reconstruir,
ya que, por falta de medios
económicos suficientes para acabar la empresa, y debido a las circunstancias
políticas del momento ─no demasiado a su
favor─, las piedras de Ovila hubieron de encontrar albergue definitivo , después
de mil vicisitudes, cinco incendios y otros tantos cambios de lugar, en un
almacén de San Francisco, cuando no
demolidas y amontonadas entre la hojarasca de un parque en la misma ciudad,
añorando ─quién sabe si como la misma
Alcarria─ aquellos siglos
postreros de la Edad Media en que fueran gala
de Trillo y ornato simpar de las vegas altas del Tajo.
Lo único que aún puede verse del vetusto monasterio
son algunos arcos descarnados del
claustro, ruinas irremediables, y una gimiente espadaña
como testigo de algo que jamás
debiera haberse hecho.
Las torres parejas de la central nuclear nos
sirven de norte para volver a Trillo. Bajo un enorme puente que une
los dos barrios, discurren mansas las
aguas del Tajo. Arriba el pueblo viejo, empinado y albo sobre su peana
de arenisca, oteando desde las bodegas
que hicieron los moros la moderna
estampa de las calles del río.
Trillo es un pueblo singularmente
hermoso. En Trillo es siempre
protagonista el agua. Por una parte el remanso del
río encajado entre frondosas
arboledas, y herrajes de pasamanos, y paseos
ajardinados, y galerías y miradores de la pequeña
villa cosmopolita; por otra, el desagüe precipitado del arroyo Cifuentes
que se despeña en cascadas estruendosas al sombraje perpetuo de los barrancos, desprendiendo al
caer una neblina húmeda por la que se
cuelan los pájaros que acuden a picotear en
las plantas del liquen
y de la yedra que sale entre las
peñas. Trillo es pueblo de callejuelas pinas y de plazuelas
señoriales a pesar de su urgente
actualización urbanística, forzada, claro está, por el aumento de la población con motivo de la puesta en
funciones de la central nuclear.
En Morillejo, lugar
relativamente próximo a Trillo,
se fabrica por procedimientos centenarios el aguardiente de orujo y el
churú, en sus populares destilerías caseras. El churú que se hace en Morillejo es un líquido dulzón,
mezcla de mosto sin fermentar y de
aguardiente de la cosecha, según
fórmula magistral que tan solo
conocen los lugareños; divino elixir con el que, en las
noches de plenilunio, después de hartos de miel hasta decir basta, se embriagan en las mesas
peñascosas de las Tetas de Viana los brujos de la Alcarria mientras los hombres
duermen.
CON
EL AGUA A LOS PIES
Desde Trillo bajamos a favor de corriente en
busca del embalse de Entrepeñas. Se puede hacer por Azañón y
Viana, o
de nuevo por la carretera de Cifuentes hasta Durón. Las condiciones del camino aconsejan la segunda
posibilidad. En Durón es recomendable
conocer su fuente neoclásica; y
en Chillarón del Rey el magnífico
retablo mayor de la parroquia,
una de
las mejores muestras de la
escuela de Churriguera que existen
en todo el país.
Budia, aunque las distancias desde aquí
siempre son cortas, viene a caer un poco
a trasmano, pero es imprescindible llegar hasta
él si de veras se desea conocer
lo más destacable de la comarca.
Budia se esconde entre las alamedas y se
resguarda de los vientos por sus cerros vigías. Es un
pueblo antiguo, bello como pocos. En sus calles son
frecuentes los rincones pintorescos que
trasladan al visitante con la imaginación
cuatro siglos atrás. La Plaza Mayor es un recuerdo vivo de aquella
época, con el edificio
consistorial del siglo
XVI, pero restaurado recientemente, como fondo. En la
monumental iglesia de Budia se guardan los tesoros escultóricos más valiosos de
toda la
Alcarria. Se trata de dos bustos en tamaño natural, de Pedro de Mena,
que representa a La Dolorosa y al
Ecce‑Homo respectivamente, ambos
procedentes de la cercana ermita patronal de Nuestra Señora del Peral. Son
réplica de otros del mismo autor que se
conservan en las Descalzas Reales de Madrid. El altar mayor de la
parroquia es todo un joyel en plata
repujada, resto de lo que fuera antes
de su parcial saqueo y destrucción
cuando la Guerra Civil, que había
sido donado en siglos precedentes
a su templo común por familias
hidalgas de la villa. Entre la rica gastronomía de la
comarca destacan los bizcochos crispines, típico producto de las fiestas de Budia. Por extramuros se
levanta, restaurada también, la famosa
picota o rollo jurisdiccional de la villa.
Luego Alocén y El Olivar, ambos con impresionantes miradores hacia las
aguas del pantano. Más adelante, ya en la carretera de Cuenca, Sacedón, y poco
antes Auñón, otra antigua villa alcarreña
por la que sería un error para el viajero pasar sin detenerse.
Auñón
se presenta desde la carretera semicolgado sobre el ribazo
pedregoso, mostrando en lugar
bien visible el
fornido corpachón de la torre de
su iglesia. Fue en la antigüedad villa
cabecera de encomienda de la Orden de Calatrava. Todavía se conserva la Casa
del Comendador entre las más añosas e
interesantes de Auñón. En el siglo XIX de la villa y de todos
sus títulos nobiliarios don Angel
Saavedra, duque de Rivas, autor entre otras obras de su
tiempo del famoso drama romántico Don Alvaro
o la fuerza del sino. Dominando
un paisaje hosco, pero bellísimo, con
el inmenso espejo de Entrepeñas siempre como fondo a una
hora larga de camino a pie, se encuentra el santuario
de Nuestra Señora del Madroñal,
celestial patrona de Auñón, cuya primitiva
imagen desaparecida en 1936, se consideró por tradición como una talla menuda
debida al arte y al cincel del evangelista San
Lucas.
(Las fotografías nos muestran: un aspecto de las chorreras de Trillo, estado actual del monasterio de Óvila, y "La Dolorosa" de Pedro de Mena en la iglesia de Budia)
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