martes, 11 de junio de 2013

Rutas turísticas: EN LA RUTA DE LOS PANTANOS ( I I I )




Por  aquello de las aguas del embalse, Sacedón se ha  con­vertido  desde hace un cuarto de siglo en una  pequeña  ciudadela cosmopolita. Un lugar de veraneo con ciertas pretensiones marinas en plena Alcarria.
     Parece  haber  constancia  de una  antigua  ciudad  romana llamada Alce, ocupando el mismo lugar sobre el que ahora asienta Sacedón, de ahí que su origen, por tanto sea remotísimo. Se cree que allí fueron martirizados, entre otros cristianos más de  hace veinte siglos, Eleuterio, Teodoro y Zoilo, discípulos directos de Santiago Apóstol. Durante la Edad Media se sabe que fue una aldea integrada en el común de Huete, hasta el año 1553 que recibió  el título  de villa independiente por privilegio real del  emperador Carlos  I. Siglos más tarde, la Guerra de Sucesión lo  castigaría impíamente,  quedando en lo sucesivo como uno más de los  pueblos casi anónimos de la comarca, hasta los tiempos modernos en que la construcción  de la presa lo volvió a revitalizar. Destaca  sobre el pueblo de Sacedón la torre monumental de su iglesia del  siglo XVII, con una discreta portada clásica y tres naves en el  inte­rior  con cubierta de nervaduras, realmente interesante. En  otra romántica  plazoleta queda la ermita dieciochesca de la  Cara  de Dios, de bonita espadaña barroca y pulcra cúpula en media naranja al gusto rococó.
     No lejos de Sacedón está sólo el paraje, sin nada que pueda dar  fe de que en tal sitio hubo algo parecido, en donde  el  rey Fernando VII mandó levantar un fastuoso palacete de recreo,  co­pioso en sombras y en vegetación al estilo Versalles; con  rectos y cuidados paseos, fontanas rumorosas y plácidas puestas de  sol, al que dio el nombre de La Isabela, en honor de su segunda esposa Isabel de Braganza. Quiso el infortunio que desapareciese en aras del progreso, triste holocausto; y todo lo que antes hubo, sola­mente  queda triste noticia en la memoria de los más  viejos  del lugar, algunas fotografías desvaídas, y un montón de ruinas  bajo el embalse de Buendía, que son a un tiempo llanto y nostalgia por otra  de  las grandes maravillas de la Alcarria  que  pasaron  al inaccesible paraíso de las cosas olvidadas.
     Por una carretera, ahora bien acondicionada que lleva hasta Alcocer y luego a la provincia de Cuenca, topamos a cuatro  pasos del  pueblo  de Córcoles con otras ruinas evocadoras: las  de  la abadía  monacal cisterciense de Monsalud. Las oscuras piedras  de Monsalud,  sus  formas clásicas vistas a distancia,  traen  a  la memoria arcaicos cantos de maitines y aromas a incienso en  aquel tranquilo  rincón. El monasterio de Monsalud fue  durante  varios siglos  meca de devociones y de romerías, en donde "la rabia,  la melancolía  y el mal de corazón", entre otras dolencias  más  del cuerpo  y del espíritu, se curaban con la simple fricción  de  un poco de aceite de las lámparas en la piel del enfermo, acompañada siempre de una invocación o de una oración devota. Se fundó  como monasterio  en la segunda mitad del siglo XII por el rey  Alfonso VIII,  si bien, las muestras arquitectónicas más antiguas que  se conservan corresponden a las primeras décadas del XIII.

     De entre los muchos milagros que se atribuyen a la interce­sión de Nuestra Señora de Monsalud, cuenta la leyenda que fue  en aquel  lugar  precisamente en donde el rey Amalarico,  hombre  de agrios  instintos a quien se debe la construcción de una  primi­tiva ermita, desterró a su mujer la reina Clotilde, acusada  ca­lumniosamente  de  adulterio,  y que las  fieras  encargadas  de despedazar su cuerpo la protegieron y alimentaron hasta que  fue posible  probar su inocencia. En los últimos veinte años se  han hecho  importantes esfuerzos por restaurar algunas de las  piezas principales del monasterio de Monsalud.
  
     EN LA HOYA DEL INFANTADO

      Y  al cabo Alcocer, cabecera del Infantado, con el  orondo chapitel de su torre como señal al otro lado de un campo  extenso de olivares y de algún que otro majuelo sin fortuna. Villa apenas conocida  y  con un importante papel en  el  pasado;  relacionada históricamente por mil motivos con la realeza castellana bajome­dieval, y museo más que meritorio de arte en piedra aún sin des­cubrir por el gran público.
     Alcocer,  mora en origen como bien anuncia su  nombre,  fue entregada  por el rey Alfonso X el Sabio a su amante  doña  Mayor Guillén de Guzmán a título de Señora ─la historia repetida que ya se  contó  al hablar de Cifuentes─, con algunas  tierras  más  y lugares  del  valle del Guadiela. De doña Mayor pasó  a  su  hija Beatriz, reina de Portugal; de ésta a doña Blanca, y, finalmente, al infante don Juan Manuel, quedando todo para la posteridad  con el nombre de Hoya del Infantado.
     El pueblo de Alcocer brinda al visitante la sorpresa, sen­cillamente  excepcional,  de su iglesia. Tiene  tres  puertas  de ingreso:  una románica y dos góticas, todas ellas de  transición. El  interior  se compone de tres naves, formidables  columnas  en manojo  con aéreos capiteles foliados que abrazan las cimeras  de los fustes, de donde parten las nervaduras en estrella con  per­fecta  concepción  gótica. Las naves laterales se  comunican  por medio de girola, como en las catedrales. Una torre vistosísima de tres  cuerpos se levanta sobre el edificio parroquial;  posee  un artístico pináculo reconstruido recientemente, en el que aparecen aspilleras, arquillos ojivales, ventanales góticos con  parteluz, y  un templete o linterna como remate que ensalza todavía más  su elegante estampa.
     En  el antiguo convento de Clarisas estuvieron, desde  1267 en  que  ocurrió su óbito hasta 1936 en que  desaparecieron,  los restos  momificados  de su primera señora doña Mayor  Guillén  de Guzmán,  mujer tan ligada personal y sentimentalmente a la  villa de Alcocer y a toda la Hoya del Infantado.

     Una última salida a estas alturas de la Alcarria,  aprove­chando  la  estancia en Alcocer, es siempre recomendable:  la  de Millana y Escamilla. Millana es un lugar tranquilo, un poco  es­condido, que acostumbra recompensar al visitante con el  soberbio muestrario románico del tambor en su iglesia parroquial de  Santo Domingo de Silos; algún escudo mural interesante por las  calles, como  el  de los Astudillo, y varias casonas  repartidas  por  el pueblo  completan su legado. En Escamilla, algo más allá  pero  a paso seguido, hay una lujosa torre parroquial neoclásica,  atri­buida  nada menos que al genio arquitectónico de Ventura  Rodrí­guez; un juego complicado de cornisas, de cupulinos y balaustres, de  molduras y de adornos en perfecta geometría, que van a  con­cluir  con la graciosa Giralda, repuesta ─todo hay  que  decirlo─ con  muy  poca  fortuna, después que la  anterior  existente,  la auténtica  Giralda de Escamilla y amor sempiterno del Mambrú  de Arbeteta, fuese destruida por un rayo hace una docena de años.
      Desde aquí es la otra Alcarria la que toca nuestra curio­sidad: la Alcarria de Cuenca. No lejos, y como detalle de  máximo valor aun fuera de nuestras fronteras provinciales, no me resisto a  dejar de referir aquí, y a recomendar una escapada  hasta  las ruinas  de Ercávica, término municipal de Cañaveruelas,  al  otro lado  del Guadiela porque el pantano de Buendía a  estas  alturas hace muchos años que dejó su fondo al descubierto. Allí quedan  a vista  del  público la mínima parte de los restos de una  de  las ciudades romanas más importantes de los siglos segundo y  primero antes  de Cristo, en donde sus ciudadanos gozaron del  privilegio especial  del viejo derecho latino, y se acuñó moneda en  tiempos de  la  República y durante los imperios de  Augusto,  Tiberio  y Calígula.

(En las fotos: un aspecto de la presa de Entrepeñas; detalle urbano de Alcocer, y el famoso campanario de "El Giraldo" de Escamilla)


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