Por aquello de las aguas del embalse, Sacedón se ha convertido
desde hace un cuarto de siglo en una
pequeña ciudadela cosmopolita. Un
lugar de veraneo con ciertas pretensiones marinas en plena Alcarria.
Parece haber constancia
de una antigua ciudad
romana llamada Alce, ocupando el mismo lugar sobre el que ahora asienta
Sacedón, de ahí que su origen, por tanto sea remotísimo. Se cree que allí
fueron martirizados, entre otros cristianos más de hace veinte siglos, Eleuterio, Teodoro y
Zoilo, discípulos directos de Santiago Apóstol. Durante la Edad Media se sabe
que fue una aldea integrada en el común de Huete, hasta el año 1553 que
recibió el título de villa independiente por privilegio real
del emperador Carlos I. Siglos más tarde, la Guerra de Sucesión
lo castigaría impíamente, quedando en lo sucesivo como uno más de
los pueblos casi anónimos de la comarca,
hasta los tiempos modernos en que la construcción de la presa lo volvió a revitalizar.
Destaca sobre el pueblo de Sacedón la
torre monumental de su iglesia del siglo
XVII, con una discreta portada clásica y tres naves en el interior
con cubierta de nervaduras, realmente interesante. En otra romántica plazoleta queda la ermita dieciochesca de la Cara
de Dios, de bonita espadaña barroca y pulcra cúpula en media naranja al
gusto rococó.
No lejos
de Sacedón está sólo el paraje, sin nada que pueda dar fe de que en tal sitio hubo algo parecido, en
donde el
rey Fernando VII mandó levantar un fastuoso palacete de recreo, copioso en sombras y en vegetación al estilo
Versalles; con rectos y cuidados paseos,
fontanas rumorosas y plácidas puestas de
sol, al que dio el nombre de La
Isabela, en honor de su segunda esposa Isabel de Braganza. Quiso el
infortunio que desapareciese en aras del progreso, triste holocausto; y todo lo
que antes hubo, solamente queda triste
noticia en la memoria de los más
viejos del lugar, algunas
fotografías desvaídas, y un montón de ruinas
bajo el embalse de Buendía, que son a un tiempo llanto y nostalgia por
otra de
las grandes maravillas de la Alcarria
que pasaron al inaccesible paraíso de las cosas
olvidadas.
Por una
carretera, ahora bien acondicionada que lleva hasta Alcocer y luego a la
provincia de Cuenca, topamos a cuatro
pasos del pueblo de Córcoles con otras ruinas evocadoras:
las de
la abadía monacal cisterciense de
Monsalud. Las oscuras piedras de Monsalud,
sus formas clásicas vistas a
distancia, traen a la
memoria arcaicos cantos de maitines y aromas a incienso en aquel tranquilo rincón. El monasterio de Monsalud fue durante
varios siglos meca de devociones
y de romerías, en donde "la rabia,
la melancolía y el mal de
corazón", entre otras dolencias
más del cuerpo y del espíritu, se curaban con la simple
fricción de un poco de aceite de las lámparas en la piel
del enfermo, acompañada siempre de una invocación o de una oración devota. Se
fundó como monasterio en la segunda mitad del siglo XII por el
rey Alfonso VIII, si bien, las muestras arquitectónicas más
antiguas que se conservan corresponden a
las primeras décadas del XIII.
De entre
los muchos milagros que se atribuyen a la intercesión de Nuestra Señora de
Monsalud, cuenta la leyenda que fue en
aquel lugar precisamente en donde el rey Amalarico, hombre
de agrios instintos a quien se
debe la construcción de una primitiva
ermita, desterró a su mujer la reina Clotilde, acusada calumniosamente de
adulterio, y que las fieras
encargadas de despedazar su
cuerpo la protegieron y alimentaron hasta que
fue posible probar su inocencia.
En los últimos veinte años se han hecho importantes esfuerzos por restaurar algunas
de las piezas principales del monasterio
de Monsalud.
EN LA
HOYA DEL INFANTADO
Y al cabo Alcocer,
cabecera del Infantado, con el orondo
chapitel de su torre como señal al otro lado de un campo extenso de olivares y de algún que otro
majuelo sin fortuna. Villa apenas conocida
y con un importante papel en el
pasado; relacionada históricamente
por mil motivos con la realeza castellana bajomedieval, y museo más que
meritorio de arte en piedra aún sin descubrir por el gran público.
Alcocer, mora en origen como bien
anuncia su nombre, fue entregada
por el rey Alfonso X el Sabio a su amante doña
Mayor Guillén de Guzmán a título de Señora ─la historia repetida que ya
se contó
al hablar de Cifuentes─, con algunas
tierras más y lugares
del valle del Guadiela. De doña
Mayor pasó a su
hija Beatriz, reina de Portugal; de ésta a doña Blanca, y, finalmente,
al infante don Juan Manuel, quedando todo para la posteridad con el nombre de Hoya del Infantado.
El pueblo
de Alcocer brinda al visitante la sorpresa, sencillamente excepcional,
de su iglesia. Tiene tres puertas
de ingreso: una románica y dos
góticas, todas ellas de transición.
El interior se compone de tres naves, formidables columnas
en manojo con aéreos capiteles
foliados que abrazan las cimeras de los
fustes, de donde parten las nervaduras en estrella con perfecta
concepción gótica. Las naves
laterales se comunican por medio de girola, como en las catedrales.
Una torre vistosísima de tres cuerpos se
levanta sobre el edificio parroquial;
posee un artístico pináculo
reconstruido recientemente, en el que aparecen aspilleras, arquillos ojivales,
ventanales góticos con parteluz, y un templete o linterna como remate que
ensalza todavía más su elegante estampa.
En el antiguo convento de Clarisas estuvieron,
desde 1267 en que
ocurrió su óbito hasta 1936 en que
desaparecieron, los restos momificados
de su primera señora doña Mayor
Guillén de Guzmán, mujer tan ligada personal y sentimentalmente
a la villa de Alcocer y a toda la Hoya
del Infantado.
Una
última salida a estas alturas de la Alcarria,
aprovechando la estancia en Alcocer, es siempre
recomendable: la de Millana y Escamilla. Millana es un lugar tranquilo, un poco escondido, que acostumbra recompensar al
visitante con el soberbio muestrario
románico del tambor en su iglesia parroquial de
Santo Domingo de Silos; algún escudo mural interesante por las calles, como
el de los Astudillo, y varias
casonas repartidas por el
pueblo completan su legado. En Escamilla, algo más allá pero a
paso seguido, hay una lujosa torre parroquial neoclásica, atribuida
nada menos que al genio arquitectónico de Ventura Rodríguez; un juego complicado de cornisas,
de cupulinos y balaustres, de molduras y
de adornos en perfecta geometría, que van a
concluir con la graciosa
Giralda, repuesta ─todo hay que decirlo─ con
muy poca fortuna, después que la anterior
existente, la auténtica Giralda de Escamilla y amor sempiterno del
Mambrú de Arbeteta, fuese destruida por
un rayo hace una docena de años.
Desde
aquí es la otra Alcarria la que toca nuestra curiosidad: la Alcarria de
Cuenca. No lejos, y como detalle de
máximo valor aun fuera de nuestras fronteras provinciales, no me resisto
a dejar de referir aquí, y a recomendar
una escapada hasta las ruinas
de Ercávica, término municipal de Cañaveruelas, al
otro lado del Guadiela porque el
pantano de Buendía a estas alturas hace muchos años que dejó su fondo al
descubierto. Allí quedan a vista del
público la mínima parte de los restos de una de las
ciudades romanas más importantes de los siglos segundo y primero antes
de Cristo, en donde sus ciudadanos gozaron del privilegio especial del viejo derecho latino, y se acuñó moneda
en tiempos de la
República y durante los imperios de
Augusto, Tiberio y Calígula.
(En las fotos: un aspecto de la presa de Entrepeñas; detalle urbano de Alcocer, y el famoso campanario de "El Giraldo" de Escamilla)
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