Cuando
el tiempo se muestra favorable por estas latitudes, que por lo general suele
extenderse hasta la mitad del año, es aconsejable echarse al campo y compartir
con cierta frecuencia una pequeña parte de nuestro tiempo libre con la
Naturaleza de la que somos parte, a la que estamos unidos desde la tarde de la
Creación, y de cuyo favor en la vida del hombre es un contrasentido renunciar,
siempre que no haya para ello una causa mayor.
Perdona,
amigo lector, si te digo que los que somos de tierra adentro sentimos un cierto
complejo, de inferioridad, naturalmente, en relación con los que viven en las
comarcas costeras, con aquellos que siempre tienen a mano las caricias de la
brisa del mar. Las playas, al margen de otros criterios entre los que se
encuentra el mío, son para muchos de nuestros paisanos un privilegio
inalcanzable, una vivencia soñada de la que sólo unos pocos pueden disponer
durante todo el año. Pienso que es un error del que tanto nos cuesta salir, a
no ser que las circunstancias nos obliguen. Por fortuna, debido sobre todo a la
proliferación de las Casas Rurales en una mayor parte de nuestros pueblos, y a
la mejoría de las carreteras durante los últimos veinte o treinta años, el
turismo rural va ocupando a lenta velocidad el sitio que le corresponde. El
campo va escalando puestos en el querer de las gentes. Somos unos afortunados,
y de ahí que en éste mi trabajo de hoy os proponga una excursión lo más de
aprovechada, que tan solo hace unas semanas tuve ocasión de experimentar en
compañía de parte de mi familia; una más de tantas posibles que cualquier
residente de esta tierra se puede plantear, programar y cumplir, cuando apenas
se dispone de tiempo suficiente para mayores proyectos o nos encontremos en
temporada de crisis, como es la actual, que nos impida volar más lejos.
Sábado,
tres de la tarde. A alguien se le ocurre en la sobremesa dedicar las seis u
ocho horas que tenemos por delante hasta que cierre la noche en salir al campo.
Hay una mayoría que apoya la idea. Se me encarga improvisar un itinerario que
complazca a todos y que se ajuste al tiempo del que disponemos. Unos minutos de
silencio y una hora después estábamos en camino. Destino: el Alto Tajo;
programa a seguir: ninguno, lo que durante el viaje pudiera surgir sobre la
marcha.
Son
unas horas en las que por la Alcarria hace calor. La tarde comienza a entrar
cuando nos apartamos de la autovía cerca de Almadreones. Cruzamos Cifuentes por
un lateral. Dejamos atrás la villa de las Cien Fuentes, comentando sin
detenernos en ella los muchos motivos de interés que le ha legado la Historia:
las torres de sus conventos, la espectacular portada románica de su iglesia, la
Fuente de la Balsa, el pasado mítico de la Cueva del Beato a la salida…, para
enseguida disfrutar de las irrepetibles escenas del campo de la Alcarria, de
áspera piel, tesos y pequeñas ondulaciones de matorral, selladas con la silueta
en pareja de las famosas Tetas de Viana, empalmes de carretera que llevan a los
pueblecitos más cercanos: Carrascosa, Oter, Canredondo, Esplegares. Los
farallones de roca sobre la altura -Peña del Águila- que bordean Saelices de la
Sal, son el anuncio previo de que vamos por el buen camino.
En
Saelices nos hemos detenido unos instantes para echar un vistazo a las salinas
y después descansar un rato a la sombra de la fuente del lavadero, que a falta
de solo dos de sus nueve caños, mana abundante por todos los demás un agua
fresca que los expertos hortelanos del lugar emplean para regar sus huertos al
amparo de una alameda densa, con ejemplares altísimos, rectos como velas. Son
algo más de las cinco.
Al
pasar junto al pueblo de la Riba, hablamos del rico tesoro artístico-cultural
de la Cueva de los Casares, y comentamos la tragedia que se inició por aquellos
parajes, hace ahora ocho años, y que costó la vida a un nutrido grupo de
paisanos nuestros en un accidente que jamás debió ocurrir.
Huertahernando
se deja ver sobre el altiplano coronando la vega, luciendo en la media
distancia la espadaña barroca del campanario de su iglesia. Cuento a mis compañeros
de viaje que por estos campos de Huertahernando, murió peleando en la batalla
el obispo guerrero don Bernardo de Agén, fundador de la nueva Sigüenza en el
siglo XII. Las siguiente parada lo será en el monasterio de Buenafuente del
Sistal, que tenemos a cuatro pasos. Conocer este importante monasterio
medieval, desempañando todavía el principal cometido para el que se fundo
después de toda una serie de vicisitudes y controversias surgidas entre los
reyes de Castilla y los señores de Molina, es uno de los enclaves de la
provincia de Guadalajara que nadie debería privarse de conocer.
Solo
el canto de los pájaros altera el silencio que se acrecienta con la visión de
las viejas piedras del monasterio. El rumor de la Fuente Santa es continuo
dentro de la iglesia románica en donde se guardan los restos mortales de
algunos personajes principales del histórico Señorío Molinés, de doña Sancha y
de doña Mafalda, en la pequeña urna que se anuncia con una lápida reciente
sobre un lateral. Un saludo a don Ángel, alma del monasterio desde hace casi
medio siglo, escuchar el canto de vísperas en la capilla por las monjas
cistercienses que se encargan de mantener encendida la llama del espíritu, una
ligera vuelta por el exterior del monasterio, y de nuevo a continuar el viaje que tendrá como
siguiente escala otro paraje mítico del Alto Tajo: el Puente de San Pedro.
El
sol y las sombras de la tarde se reparten por igual cuando llegamos a la junta
de los ríos, el Gallo, que baja color tierra, y el Tajo, joven aún, que corre
abundante con un agua clarísima. Las tonalidades, ocre de uno y cristal del
otro, continúan sin mezclarse ni confundirse cauce abajo durante un largo
espacio. La bravura del entorno, los árboles equilibristas que nacieron y se
desarrollaron sobre lo alto de las peñas, el agua tranquila que se extiende a
manera de discreto remanso, forman un conjunto idílico, que en la tarde en
calma invitan a gozar del frescor de las aguas. Un pequeño grupo de mujeres
toman su merienda sentadas sobre l plataforma de piedra que hay al lado del
río.
-
Estará permitido bañarse –les pregunto.
-
Sí; nosotras ya lo hemos hecho. El agua está un poco fría al entrar, pero
después está estupenda. Con que se sepa nadar un poco no hay ningún peligro.
Iniciamos
el regreso por caminos distintos a lo que nos han traído. Es aconsejable una
vez aquí no perderse una vista general sobre todas estas tierras desde el
conocido como “Mirador de Zaorejas”. Se puede subir en coche. La naturaleza al
desnudo a una hora en la que la tarde es pura trasparencia. Un espectáculo
visual inolvidable en varios kilómetros de distancia a la redonda, donde el
Alto Tajo en su conjunto y en todo su misterio, es posible de avistar desde la
altura. Brilla el sol, se doran las peñas en los violentos cortados que bajan
hasta el fondo por donde se retuerce el cauce del río. Todavía nos queda más de
una hora de sol, lo suficiente par regresar a casa por Alcocer y la ruta de los
pantanos. Otra posible excursión de cuatro o de cinco horas.
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