lunes, 11 de julio de 2011

PAISAJE CON MURALLAS



No tengo duda de que en este trabajo contarán más las murallas que el paisaje, aludiendo al título con el que he creído oportuno encabezarlo. La estampa de los campos por allí no es otra que la propia de la meseta fría sobre la que en tiempos ya lejanos se aposentó la Historia, y lo que es más, dejó una huella perdurable que ha llegado hasta nosotros. Es la eterna imagen del campo de Sigüenza la que, en el interesante recorrido de hoy, habremos de tener como escenario.
Apenas un arroyuelo, y otro más allá, con nombres confusos, o sin nombre siquiera; unos con los bordes teñidos de blanco de sal y otros con las márgenes verdes erizadas de carrizo, apenas ofrecen al caminante un hilillo sutil de agua corriendo por su fondo, que acaba por desaparecer cuando llega el verano. Y allá, a nuestra mano izquierda, se distingue metido entre murallas Palazuelos. La carretera sigue adelante abriéndose paso camino de Atienza, primero, y de Soria, después. Palazuelos es una reliquia del pasado. Lo es cada vez menos, pero ahí está, escondido dentro del fortísimo cerco al borde de la vega, al pie de un páramo al que dan forma los parajes de la Tainilla, del Cañejo y del Alto de los Mirones. Todos ellos nombres con vieja remembranza.
El cerco de murallas atrae al viajero que pasa por sus aledaños. En casi todos los pueblos antiguos, marcados a perpetuidad por el punzón de la Historia, hay que ir a buscar los detalles artísticos e históricos que puedan tener allá donde los haya. No es ese el caso de Palazuelos, en donde la presencia de las piedras pregona su noble condición desde la distancia. Una vez dentro hay veces en que las cosas son distintas; seguro que las nuevas maneras que ha dejado sobre los hombres y su modo de vivir el roce de los siglos, en las que se intenta que prevalezcan sobre todo lo demás el confort y la buena imagen, vayan dejando a un lado el poso de lo que antes fue, y que es en realidad lo que hoy busca la gente, lo que llama la atención y hace distinto a éste de aquel otro lugar. El impacto del turismo llamado rural es uno de los últimos recursos que quedan a los pueblos para sobrevivir, y Palazuelos, al que acabo de llegar, es sin duda uno de los que cuentan con mayores posibilidades de éxito en ese posible despertar.
Se llega a la plaza después de haber cruzado en ángulo una de las tres puertas por las que se entra a la villa, además del arco de la Fuente que bien podría considerarse como otra puerta más. La plaza es ancha y estirada en vertiente. Algunas de las casas que la entornan han sido restauradas y otras no. Un vendedor ambulante acaba de instalar su negocio en mitad de la plaza. Poco después llegaría sonando el claxon la furgoneta del panadero. Desde la plaza parte la Calle Mayor siguiendo la dirección de las murallas hasta la puerta de San Roque, después de haber dejado en mitad, a un lado y al otro, la fuente abrevadero y la iglesia de San Juan Bautista con su portalejo sobre dos columnas cubriendo la portada románica. La Calle Mayor, a pesar de las muchas reformas habidas en varias de sus viviendas durante los últimos quince o veinte años, sigue mostrando ese sabor señorial que tuvo siempre. Uno piensa que si en la provincia existe algún pueblo con auténticas reminiscencias altomedievales es precisamente éste, una afirmación que autoriza y que avala su magnífico cerco de murallas, regalo a la posteridad del Marqués de Santillana, don Iñigo López de Mendoza en el siglo XV, y de su hijo el adelantado de Cazorla, don Pedro Hurtado de Mendoza, cuyo escudo de armas figura, dando vistas al campo, por encima del arco en la puerta de San Roque.
Como propiedad mendocina que fue, y bien que se nota, el recinto amurallado alza anexo el castillo sobre un lateral situado al poniente. Hoy es propiedad particular este castillo, pero desde el momento de su construcción a la par que las murallas, y hasta casi la mitad del siglo XIX en que se abolieron los señoríos, la fortaleza fue propiedad de la familia Mendoza en sus distintas ramas.
Un paseo más, ahora por callejuelas pinas hasta la tercera de las puertas de la villa: la puerta del Monte. Un vistazo a la vega y otra vez Calle Mayor adelante imaginando el otro Palazuelos, el de los grandes señores que anduvieron por estas tierras, tales como el Infante don Juan Manuel, que muy cerca de aquí, en la otra vertiente de la ancha vega, puso punto final en Pozancos a la primera parte de uno de sus libros más reconocidos: el Libro de los estados; o a cualquiera de los Mendozas, desde el propio don Iñigo, hasta los últimos Iñigos y los Pedros Hurtado que en diferentes épocas debieron de ocupar las estancias del sólido castillo que tenemos enfrente, y cabalgar por sus senderos cercanos, y cazar por las laderas hoy mondas y grises de estos campos de Sigüenza.

En las afueras, camino de Carabias, está la más fotogénica de todas las ermitas de Castilla, modelo de construcciones piadosas del siglo XVIII, de las que tanto abundan en nuestros pueblos, pero menos pulidas y coquetonas que esta que luce al sol fuera del cerco amurallado de Palazuelos. Y algo más allá, un poco a mitad de ladera, otro pueblecito, Carabias, testimonio de siglos, de nueve siglos atrás. En Carabias vive muy poca gente de manera continua, diez personas tal vez, o quizás menos.
Las casas en Carabias se ven por el barrio de arriba diseminadas e inconexas. Ahí el antiguo paredón de adobe y entramado; más allá la fuente de la Escopeta, con su piloncillo seco. La vega, capricho por generaciones de los hombres del campo, ahí a la caída. La fuente neoclásica que surte al pueblo mana por sus dos caños, y con el agua del sobrante se riegan los huertos de la Roqueña; el agua baja hasta los huertos por unos canales ocultos que los hombres del lugar entienden muy bien y hacen funcionar por medios rudimentarios, pero efectivos. Los huertos de la Roqueña dieron para vivir a hombres y animales domésticos durante toda la vida, incluso cuando en el pueblo eran no sólo diez, sino más de cien personas.
Lo mismo que Plazuelos, también Carabias perteneció en tiempo inmemorial a los Mendoza. La estrella de Carabias, la buena estrella de Carabias es su iglesia. Solo el placer de verla detenidamente y de sacar algunas fotografías desde ángulos diferentes, justifica acercarse hasta el pueblo. Es un ejemplo más de lo mucho y bueno que, a Dios gracias, todavía conservamos en la provincia como muestra simpar del arte románico. La restauración a la que fue sometida tiempo atrás ha vuelto a darle su primitivo esplendor. Hasta siete arcos entre columnillas parejas se cuentan a cada lado de la pilastra central por la cara del atrio que mira al mediodía. En la cara poniente tiene el artístico corredor otros siete arcos más. La torre campanario es posterior al resto de la iglesia, pienso que sustituye a la espadaña en su propio estilo que pudo tener en origen.
Es buen momento de tirarse al camino, amigo lector. El invierno con sus fríos y rigores por estas latitudes del campo de Sigüenza es ya cosa pasada. La distancia no cuenta, y el tiempo parece el más oportuno. Sigüenza, Palazuelos, Carabias, Pozancos. Motivos no faltan para dedicarles todo un día de tu descanso, y si vienes de lejos, mejor todo un fin de semana.

(En la fotografíaparece la iglesia románica de Carabias)

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