Henos de buena mañana en la falda
molinesa del cerro que corona la Torre de Aragón. Abajo marca sus primeros
pasos del día la ciudad de Molina. La nueva estampa de la capitalidad del
Señorío nos pone al corriente de que Molina conserva con garbo su rango
histórico, a pesar de las imposiciones y de las tendencias que llevan consigo
los tiempos modernos, sin perder comba, naturalmente, en el juego de azar de
finales de siglo. Queda la ciudad a nuestros pies, con los pináculos de sus
iglesias y de sus conventos encendidos por el sol saliente; con el cuerpo
estilizado y mate del Giraldo en vigilia desde la torre de San Francisco; con
las aguas del río Gallo, menos cristalinas que antes, colándose bajo los
sillares cárdenos del puente viejo, y escapándose después por entre las
choperas con rumbo a los tajos míticos del Barranco de la Hoz. Volveremos a
Molina en otra ocasión exprofeso. Hoy, en la luminosa mañana de mayo que nos
deparó la suerte, tenemos previsto perdernos por las tierras del Señorío que
parten de los murallones del Castillo y concluyen ‑burla burlando calzadas,
aldehuelas y villas de buen nombre‑ en las chorreras del río Mesa, allá por los
bajos del pueblo de Algar, uno de los parajes más bellos y menos conocidos de
esta tierra. Confiamos en que los hados del día nos sean propicios, que el
tiempo nos dé para todo. Es cuestión de viajar con método, y eso, en principio,
se debe dar por supuesto; luego, las circunstancias serán las que digan la
última palabra.
Apenas quedó atrás la ciudad de
Molina reposando en el llano, con las torres de su castillo todavía visibles a
nuestra espalda, vamos a tomar el camino de La Yunta y de los Cubillejos que
parte hacia la derecha. Los Cubillejos son dos: Cubillejo del Sitio y Cubillejo
de la Sierra. El primero de ellos recibe su apelativo "del Sitio" por
haber sido allí, según la tradición, donde el rey de Castilla Fernando III el
Santo se plantó con su ejército a la espera de que el tercer señor de Molina,
don Gonzalo Pérez de Lara, cediese ante sus tropas, pues, por razones que más
adelante habremos de exponer, se había refugiado en el cercano castillo de
Zafra. Otros, en cambio, aseguran que se trata solamente de una derivación
casual del sobrenombre "el Cidio" que tuvo antes, como recuerdo del
paso del Cid cuando el destierro por aquellas veredas de a este lado de la
Sierra de Caldereros. Parece más lógica la primera apreciación, por otra parte
muy ligada a la historia personal del Señorío de Molina. Antes de llegar a
Cubillejo del Sitio, encontramos junto a la carretera su famoso pairón,
dedicado a San Juan Bautista; limpio, perfecto, de fina y elegante concepción
barroca, alzado por encima de cuatro escalones de piedra al lado de los trigos.
Para mí, el más perfecto de todos estos monumentos que engalanan, a la entrada
y a la salida de los pueblos, la tierra del Señorío.
Cubillejo de la Sierra vendrá algo
más adelante, muy pronto. Es, como curiosa paradoja a lo que nos pudiera
sugerir su nombre, un pueblo llano, extendido como un mosaico de casonas viejas
y de modernos hotelitos entre los árboles; un pueblo que, por su situación,
anuncia la extensa palma de cereal de Tortuera y de La Yunta. En la plaza de
Cubillejo de la Sierra se pueden contar repetidos ejemplares de viviendas según
el gusto tradicional molinés, soportado gallardamente el peso de los años sobre
dinteles de piedra enrojecida; casonas adornadas con rejería de forja, cuya solidez y
artística estructura los siglos no han sido capaces de borrar. El torreón
bajomedieval de los Ponce de León es conocido por los habitantes de Cubillejo
de la Sierra por "El Palomar". Existe todavía sobre los muros del
viejo torreón un escudo de armas, y una leyenda bien visible que evoca la
entrada de los Ponce de León en la villa. El poema, sobre todo, es un
interesante legado de la Historia que, quienes pasen por Cubillejo deben
visitar y contemplar desde los pies de la torre. Su contenido literal es el
siguiente:
SALEN A LEON LOS PONCES
SUCESORES DE ROLDAN.
LA HERMANA DEL REI LES DAN
POR VENIR DE ENPERADORES
LLAMADOS DE AQUI LEONES
EN SEVILLA ASENTARON
I DE ELLOS AQUI PASARON
POR BANDOS I DISENSIONES.
El resto de la leyenda que aparece al pie de estos versos se grabó sobre la piedra con caracteres mínimos, difíciles de transcribir hoy si se tiene en cuenta el desgaste sufrido con el tiempo.
Desde Cubillejo de la Sierra hasta
La Yunta la distancia resulta insignificante. A pesar de todo, el semblante de
los campos por los que hay que viajar cambia por completo en ese corto espacio.
La vegetación de encinas y de pinos desaparece de pronto, y el terreno se torna
llano como una carta, extenso como la mar, siendo posible advertir de lejos,
como en un mismo plano, las villas de La Yunta y de Tortuera, en medio de
incalculables superficies de tierra de labrantío, ahora pintadas de un verde
tupido que es el color de los campos por estas latitudes, cuando la cosecha
para los agricultores es todavía promesa. Antes de llegar a La Yunta, casi a
sus mismas puertas, sale a la derecha de la carretera la desviación que parte
hacia Campillo de Dueñas.
El pueblo de Campillo queda un poco
a la sombra de las Sierra de Caldereros, la agreste cordillera vecina en la que
se dan altitudes rayanas con los 1500 metros sobre el nivel del mar, y que nos
vino siguiendo desde los Cubillejos por el mediodía.
Cuentan que el pueblo de Campillo de
Dueñas estuvo a punto de desaparecer del mapa, por efectos de la despoblación,
en el siglo XV. Ahora, a pesar de la operación éxodo de los años sesenta, el
pueblo anda en torno a las quinientas almas de derecho. Son linderos al pueblo
toda una red de arroyuelos y de regatos ‑secos
casi todo el año‑ que concurren en las inmediaciones de Embid para engrosar los
caudales del río Piedra. Hermosa iglesia dieciochesca conserva Campillo. Fue
inaugurada con toda pompa el día 29 de julio de 1732, destacando entre sus
muchos encantos, el capricho barroco de su retablo mayor, obra del maestro de
Bello don Miguel Erber, cuyos dorados se mantienen intactos, luminosos, como si
dos siglos, por lo menos, no hubieran pasado por ellos.
Gozan de buena fama en Campillo las llamadas "tortas de alma", una
acertada variedad de la repostería molinesa que en el pueblo amasan y consumen
durante las fiestas mayores. Consisten las "tortas de alma" en una
especie de empanadillas, muy dulces, que contienen en su interior (el alma) una
rica pasta a base de miel, peladura de naranja, pan rallado y algunos granos de
anís; lo demás, lo que de verdad encierra el misterio de las famosas tortas,
solamente lo saben las hábiles mujeres de Campillo.
Muy cerca del pueblo, alzado sobre
colosal plataforma de arenisca, encima de una más de las elevaciones que por
allí presenta la Sierra de Caldereros,
están los restos del torreón y algunos muros del que en otro tiempo fuera el
Castillo de Zafra. No hace mucho se le ha intentado salvar con una meritoria restauración por parte de
su dueño actual, el destacado molinés don Antonio Sanz Polo. El camino que hay
desde Campillo para llegar a él, no va más allá de ser que una pista de tierra
por la que las maquinarias del campo andan con facilidad relativa. Por
caprichos de la Historia, el Castillo de Zafra fue una de aquellas fortalezas
medievales que, debido a su condición de inexpugnable, llegó a convertirse
en importante foco de codicias y de
amargos sinsabores para magnates, guerreros, caballeros y reyes en plena
Reconquista. Se fundó, parece ser, en tiempos del rey Leovigildo, y cuenta en su interesante
historial con el hecho de haber sido, durante cuarenta días, lugar de refugio
de don Gonzalo Pérez de Lara, tercer señor de Molina, cuando el rey Fernando
III vino a pedirle cuentas por haber intentado ampliar, alegremente y a sus espaldas,
el Señorío por tierras de Castilla. Todo acabó con la conocida "Concordia
de Zafra", por la cual, Mafalda, hija de don Gonzalo Pérez de Lara, se
comprometió en matrimonio con don Alfonso, hermano del rey castellano. Doña
Mafalda y su marido habrían de ser, años más tarde, los cuartos señores de
Molina.
Dentro del término municipal de
Campillo de Dueñas es posible, y fácil también, llegar hasta la Laguna Honda;
una más de cuantas por allí existen, y que se encuadra en el mismo conjunto
lacustre al que pertenece la famosa de Gallocanta, vecina así mismo, ya en
tierras zaragozanas. En la Laguna Honda, habitan en pleno campo y navegan a
placer, los patos de agua.
(En las fotos: Entrada a Cubillejo de la Sierra; pairón de Cubillejo del Sitio; y torre del homenaje del castillo de Zafra desde el interior del castillo)
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