sábado, 13 de octubre de 2012

Rutas turísticas: ALTO SEÑORÍO MOLINÉS ( I )

       
            Henos de buena mañana en la falda molinesa del cerro que corona la Torre de Aragón. Abajo marca sus primeros pasos del día la ciudad de Molina. La nueva estampa de la capitalidad del Señorío nos pone al corriente de que Molina conserva con garbo su rango histórico, a pesar de las imposiciones y de las tendencias que llevan consigo los tiempos modernos, sin perder comba, natu­ralmente, en el juego de azar de finales de siglo. Queda la ciudad a nuestros pies, con los pináculos de sus iglesias y de sus conventos encendidos por el sol saliente; con el cuerpo estilizado y mate del Giraldo en vigilia desde la torre de San Francisco; con las aguas del río Gallo, menos cristalinas que antes, colándose bajo los sillares cárdenos del puente viejo, y escapándose después por entre las choperas con rumbo a los tajos míticos del Barranco de la Hoz. Volveremos a Molina en otra ocasión exprofeso. Hoy, en la luminosa mañana de mayo que nos deparó la suerte, tenemos previsto perdernos por las tierras del Señorío que parten de los murallones del Castillo y concluyen ‑burla burlando calzadas, aldehuelas y villas de buen nombre‑ en las chorreras del río Mesa, allá por los bajos del pueblo de Algar, uno de los parajes más bellos y menos conocidos de esta tierra. Confiamos en que los hados del día nos sean propicios, que el tiempo nos dé para todo. Es cuestión de viajar con método, y eso, en principio, se debe dar por supuesto; luego, las cir­cunstancias serán las que digan la última palabra.

            Apenas quedó atrás la ciudad de Molina reposando en el llano, con las torres de su castillo todavía visibles a nuestra espalda, vamos a tomar el camino de La Yunta y de los Cubillejos que parte hacia la derecha. Los Cubillejos son dos: Cubillejo del Sitio y Cubillejo de la Sierra. El primero de ellos recibe su apelativo "del Sitio" por haber sido allí, según la tradición, donde el rey de Castilla Fernando III el Santo se plantó con su ejército a la espera de que el tercer señor de Molina, don Gonza­lo Pérez de Lara, cediese ante sus tropas, pues, por razones que más adelante habremos de exponer, se había refugiado en el cerca­no castillo de Zafra. Otros, en cambio, aseguran que se trata solamente de una derivación casual del sobrenombre "el Cidio" que tuvo antes, como recuerdo del paso del Cid cuando el destierro por aquellas veredas de a este lado de la Sierra de Caldereros. Parece más lógica la primera apreciación, por otra parte muy ligada a la historia personal del Señorío de Molina. Antes de llegar a Cubillejo del Sitio, encontramos junto a la carretera su famoso pairón, dedicado a San Juan Bautista; limpio, perfecto, de fina y elegante concepción barroca, alzado por encima de cuatro escalones de piedra al lado de los trigos. Para mí, el más per­fecto de todos estos monumentos que engalanan, a la entrada y a la salida de los pueblos, la tierra del Señorío.

            Cubillejo de la Sierra vendrá algo más adelante, muy pron­to. Es, como curiosa paradoja a lo que nos pudiera sugerir su nombre, un pueblo llano, extendido como un mosaico de casonas viejas y de modernos hotelitos entre los árboles; un pueblo que, por su situación, anuncia la extensa palma de cereal de Tortuera y de La Yunta. En la plaza de Cubillejo de la Sierra se pueden contar repetidos ejemplares de viviendas según el gusto tradicional molinés, soportado gallardamente el peso de los años sobre dinteles de piedra enrojecida; casonas adornadas  con rejería de forja, cuya solidez y artística estructura los siglos no han sido capaces de borrar. El torreón bajomedieval de los Ponce de León es conocido por los habitantes de Cubillejo de la Sierra por "El Palomar". Existe todavía sobre los muros del viejo torreón un escudo de armas, y una leyenda bien visible que evoca la entrada de los Ponce de León en la villa. El poema, sobre todo, es un interesante legado de la Historia que, quienes pasen por Cubille­jo deben visitar y contemplar desde los pies de la torre. Su contenido literal es el siguiente:
           
             SALEN A LEON LOS PONCES
             SUCESORES DE ROLDAN.
             LA HERMANA DEL REI LES DAN
             POR VENIR DE ENPERADORES
             LLAMADOS DE AQUI LEONES
             EN SEVILLA ASENTARON
             I DE ELLOS AQUI PASARON
             POR BANDOS I DISENSIONES.
       
            El resto de la leyenda que aparece al pie de estos versos se grabó sobre la piedra con caracteres mínimos, difíciles de transcribir hoy si se tiene en cuenta el desgaste sufrido con el tiempo.

            Desde Cubillejo de la Sierra hasta La Yunta la distancia resulta insignificante. A pesar de todo, el semblante de los campos por los que hay que viajar cambia por completo en ese corto espacio. La vegetación de encinas y de pinos desaparece de pronto, y el terreno se torna llano como una carta, extenso como la mar, siendo posible advertir de lejos, como en un mismo plano, las villas de La Yunta y de Tortuera, en medio de incalculables superficies de tierra de labrantío, ahora pintadas de un verde tupido que es el color de los campos por estas latitudes, cuando la cosecha para los agricultores es todavía promesa. Antes de llegar a La Yunta, casi a sus mismas puertas, sale a la derecha de la carretera la desviación que parte hacia Campillo de Dueñas.

            El pueblo de Campillo queda un poco a la sombra de las Sierra de Caldereros, la agreste cordillera vecina en la que se dan altitudes rayanas con los 1500 metros sobre el nivel del mar, y que nos vino siguiendo desde los Cubillejos por el mediodía.

            Cuentan que el pueblo de Campillo de Dueñas estuvo a punto de desaparecer del mapa, por efectos de la despoblación, en el siglo XV. Ahora, a pesar de la operación éxodo de los años sesen­ta, el pueblo anda en torno a las quinientas almas de derecho. Son linderos al pueblo toda  una red de arroyuelos y de regatos ‑secos casi todo el año‑ que concurren en las inmediaciones de Embid para engrosar los caudales del río Piedra. Hermosa iglesia dieciochesca conserva Campillo. Fue inaugurada con toda pompa el día 29 de julio de 1732, destacando entre sus muchos encantos, el capricho barroco de su retablo mayor, obra del maestro de Bello don Miguel Erber, cuyos dorados se mantienen intactos, luminosos, como si dos siglos, por lo menos, no hubieran pasado por ellos.

            Gozan de buena fama en Campillo  las llamadas "tortas de alma", una acertada variedad de la repostería molinesa que en el pueblo amasan y consumen durante las fiestas mayores. Consisten las "tortas de alma" en una especie de empanadillas, muy dulces, que contienen en su interior (el alma) una rica pasta a base de miel, peladura de naranja, pan rallado y algunos granos de anís; lo demás, lo que de verdad encierra el misterio de las famosas tortas, solamente lo saben las hábiles mujeres de Campillo.
            Muy cerca del pueblo, alzado sobre colosal plataforma de arenisca, encima de una más de las elevaciones que por allí presenta  la Sierra de Caldereros, están los restos del torreón y algunos muros del que en otro tiempo fuera el Castillo de Zafra. No hace mucho se le ha intentado salvar  con una meritoria res­tauración por parte de su dueño actual, el destacado molinés don Antonio Sanz Polo. El camino que hay desde Campillo para llegar a él, no va más allá de ser que una pista de tierra por la que las maquinarias del campo andan con facilidad relativa. Por caprichos de la Historia, el Castillo de Zafra fue una de aquellas forta­lezas medievales que, debido a su condición de inexpugnable, llegó a convertirse en  importante foco de codicias y de amargos sinsabores para magnates, guerreros, caballeros y reyes en plena Reconquista. Se fundó, parece ser, en tiempos del rey  Leovigil­do, y cuenta en su interesante historial con el hecho de haber sido, durante cuarenta días, lugar de refugio de don Gonzalo Pérez de Lara, tercer señor de Molina, cuando el rey Fernando III vino a pedirle cuentas por haber intentado ampliar, alegremente y a sus espaldas, el Señorío por tierras de Castilla. Todo acabó con la conocida "Concordia de Zafra", por la cual, Mafalda, hija de don Gonzalo Pérez de Lara, se comprometió en matrimonio con don Alfonso, hermano del rey castellano. Doña Mafalda y su marido habrían de ser, años más tarde, los cuartos señores de Molina.
            Dentro del término municipal de Campillo de Dueñas es posible, y fácil también, llegar hasta la Laguna Honda; una más de cuantas por allí existen, y que se encuadra en el mismo con­junto lacustre al que pertenece la famosa de Gallocanta, vecina así mismo, ya en tierras zaragozanas. En la Laguna Honda, habitan en pleno campo y navegan a placer, los patos de agua.
(En las fotos: Entrada a Cubillejo de la Sierra; pairón de Cubillejo del Sitio; y torre del homenaje del castillo de Zafra desde el interior del castillo)

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