Fue su situación entre montañas y la deficiente comunicación para llegar a ellos hasta época muy reciente, la causa por la que los pueblos de al otro lado del río Jaramilla se considerasen durante años y siglos como desvinculados del resto de la Provincia. Una reserva natural que marca la diferencia en las tierras de Guadalajara.
Recuerdo cómo en mis primeros viajes a estos pueblos tuve que atravesar un buen tramo de la provincia de Madrid hasta llegar a ellos: Torrelaguna, Verzosa de Lozoya, Montejo de la Sierra, y al final, extendido en un llano, a 1.275 metros de altura sobre el nivel del mar, el pueblo de El Cardoso ya en nuestra provincia.
He vuelto en varias ocasiones después a cada uno de los seis pueblos de Guadalajara situados en aquel aparte de nuestra sierra norte, pero aprovechando el paso por el puente de piedra que, entre Campillo de Ranas y Corralejo, construyeron y pusieron a funcionar hacia los primeros años de la década de los noventa, y que permite llegar hasta todos ellos sin necesidad de salir de nuestro entorno provincial atravesando en coche el puerto del río Jaramilla, que hasta entonces sólo se podía cruzar a pie o como mucho a lomos de caballería. La pendiente resulta pronunciadísima en algunos tramos. La carretera baja y sube serpenteando, condicionada por la tremenda pendiente de la ladera. Y abajo el puente magnífico, perfecto, construido con lajas de pizarra arrancadas del paisaje allí mismo, y por debajo del puente las corrientes claras del río Jaramilla dibujando meandros y saltando entre las piedras. Hablamos de uno de los parajes más espectaculares y emotivos de toda la Provincia, que, naturalmente, invito a nuestros lectores que conozcan, evitando, eso sí, viajar en época de hielos.
Corralejo es el primero de los pueblos que nos encontramos al subir el puerto. Los pocos habitantes que son en Corralejo viven de la jubilación y alguno más joven de la ganadería. La plaza chiquita del lugar, con su fuente en mitad y la pequeña iglesia al otro lado, es una de las estampas serranas que se fijan en los pliegues de la memoria y difícilmente desaparecen. A partir de allí –montañas grises en todas direcciones, corpudos robles en las tierras frías y alguna res vacuna mordisqueando entre la breña– uno siente la sensación de viajar en solitario por los techos del mundo.
Poco más adelante el cruce de caminos. A partir de allí los indicadores de carretera nos mandan a todas partes, es decir, a todos los pueblos en los que vive gente y que no pasan de tres o cuatro docenas de habitantes entre todos juntos: El Bocígano, Cabida, El Cardoso, Colmenar de la Sierra, Corralejo y Peñalba de la Sierra. El Cardoso ejerce en lo administrativo como cabecera municipal. Entre pueblo y pueblo valles profundos, y montañas de renombre que alcanzan en algunas de sus cimas las mayores alturas de nuestra provincia y de toda nuestra región: el Pico del Lobo con 2.272 metros, o el Cerrón con 2.200, y riachuelos de agua limpia como el arroyo Veguillas, el Berbellido, o el Jaramilla ya dicho.
La mañana no da para recorrer uno a uno todos estos pueblos; aparecen diseminados en parajes distintos y cada uno de ellos tiene su propia carretera. Son carreteras estrechas, en no demasiado buenas condiciones y bien surtidas en curvas y vericuetos como cabe suponer. Compensa detenerse de vez en cuando a lo largo del camino por el simple placer de contemplar el paisaje: las reses que pastan en la pradera, el regato que se cuela furtivo por el fondo de un barranco, los restos de nieve al contraluz sobre la cumbre de la montaña. Durante los fines de semana son frecuentes las visitas –sobre todo de gentes de Madrid– que andan perdidos por aquellos caminos, sin saber hacia adonde orientar la dirección de su coche.
– Por favor, ¿podría indicarnos por dónde se va a esos pueblos que dicen de la Arquitectura Negra?
– Sí, claro; siga por esta carretera, y una vez cruzado el puerto los empezará a ver. Seguro que les gustarán. Vale la pena perderse por allí.
Estos pueblos, El Bocígano y El Cardoso, que son los que hoy me he propuesto visitar, no tienen sus casas negras ni los tejados negros como los que hemos dejado atrás; son de teja terrera de un color ocre rojizo, y los chalés que tienen alrededor tampoco han cuidado mucho el estilo original de la comarca.
El Bocígano es pueblo situado muy en el alto, por lo menos esa es la impresión que saca el visitante después de subir salvando curvas y más curvas. La Plaza Mayor es amplia. Años atrás cubría de sombras la plaza un olmo gigantesco que la grafiosis se llevó por delante. Sustituye al viejo olmo un arbolillo joven situado al lado de la fuente donde antes estuvo el olmo centenario, de cuyo tronco un corte transversal sirve de recuerdo y de fondo a los dos caños que vierten sobre un piloncillo. La novedad permanente en El Bocígano son las altas cumbres de las montañas que el pueblo tiene por emblema y protección a más o menos distancia: la Buitrera, la Pinilla y el Pico del Lobo, son las que destacan sobre otras más.
– Y en el mes de agosto tenemos La Machada, ¿sabe usted?
– Sí, claro que lo sé, aunque no la he visto nunca.
– Los mozos salen por el pueblo con chalecos de piel de carnero, y son los machos. Otros dos casados hacen de mayorales. La fiesta acaba al día siguiente, comiéndonos aquí en la plaza unas buenas migas de pastor.
– Que hay que comer con la mano, creo.
– Sí señor; hay que comerlas con las manos. Es la costumbre.
Al bajar por la carretera hacia El Cardoso tengo que detener el coche y arrear a unas cuantas vacas que se han aposentado, tranquilas y felices, en medio de la carretera. Pienso que a varios de los turistas que pasan por aquí, y que no sienten familiaridad alguna con estos animales de lucida cornamenta, puede suponer una contrariedad nada fácil de superar, porque los bichos hacen caso omiso al sonido del claxon.
El Cardoso es en lo administrativo la cabecera de todos estos pueblos. El edificio del ayuntamiento común a todos ellos preside la plaza. Si echamos una mirada atrás en el tiempo, este pueblo, lo mismo que Colmenar, El Bocígano, Peñalba, y algunos otros de todavía menor entidad, o acaso inexistentes, escondidos en los ribazos de esta sierra, pertenecieron en lejanos tiempos al común de Sepúlveda, después pasaron a la familia de los Mendoza, en cuyo poder se mantuvieron hasta la tercera década del siglo XIX en que desaparecieron los mayorazgos y señoríos.
El Cardoso es un pueblo tranquilo, rodeado de cerros con nombres familiares para los pastores y campesinos del lugar, de los que va quedando muy escasa muestra. El cerro de la Francisquilla en tierras de Madrid, el Pico de la Calahorra y la Cabeza del Gurrial en término de El Cardoso, son los vigías que libran de los malos vientos a vidas y haciendas. Muy cerca de allí, en la Cebollera, a 2.129 metros de altura sobre la cumbre, se juntan en un mismo punto las provincias de Madrid, Segovia y Guadalajara.
Los amantes de la arquitectura rural serrana, que algo, aunque no mucho, tiene que ver con la Arquitectura Negra, conserva en El Cardoso un interesante muestrario en los contados edificios de adobe y entramado que todavía han ido quedando, ya que el resto de viviendas restauradas y los abundantes chalés construidos en las afueras nada tienen que ver con el tipismo del lugar, referente, claro está, a tiempos ya idos.
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