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BRIHUEGA Y SANTA MARÍA DE LA PEÑA
La
importancia histórica de la
Villa de los Jardines hizo de ella un nombre y un lugar harto
conocido, no sólo de alcance provincial o regional, sino en un ámbito mucho más
amplio. En España y en el mundo se conoce a Brihuega por motivos distintos,
siendo los más importantes las dos batallas que se dieron junto a sus muros: la
de 1710 que colocó en el trono de España de manera definitiva a la familia
francesa de los Borbones, y la de marzo de 1937 en que la villa fue bombardeada
repetidas veces en uno de los enfrentamientos más conocidos de la Guerra Civil. También en los
ambientes literarios quedó impreso el nombre de Brihuega, aun fuera de nuestras
fronteras, debido al sustancioso capítulo que C.J.Cela le dedicó en el “Viaje a
la Alcarria”,
el más memorable de los libros escritos por nuestro último Premio Nóbel.
Las
gentes de Brihuega andan por el mundo con fama de ser una raza especial. Defensores
de todo lo suyo, fervorosos de sus tradiciones y costumbres, con un carácter
distinto al de las demás gentes de la Alcarria, y muy amantes de la Señora, de la milagrosa
imagen que para los brihuegos no es otra que la de Santa María de la Peña, un nombre que tantos de
ellos llevan en los labios y guardan en el corazón.
El
fervor de los brihuegos hacia la imagen de su Patrona tiene su origen en la
Edad Media, y se basa en una leyenda, que
resumida, pudiera ser así: La princesa Elima, o Zelima, hija del rey moro de
Toledo Al-Mamún, había nacido, lo mismo que su hermana Casilda -luego Santa
Casilda- de una esclava cristiana ya fallecida, cuyos principios en la fe se
supone que debería conocer aprendidos de su propia madre. Es el caso que en las
serenas noches estivales de la
Alcarria, la princesa, alma sensible y soñadora, acostumbraba
a pasar muchas horas contemplando por las aspilleras de la torre mayor y desde
los adarves del castillo el plácido panorama de la vega, adormeciendo su
espíritu cada trasnochada con el murmullo de las aguas cantarinas que se
despeñaban sobre el abismo, observando con admiración el fulgor nítido de los
miles de estrellas que en las noches claras se asoman desde la bóveda celeste,
centelleantes unas, inmóviles otras, a velar desde la altura el sueño en paz de
aquel tranquilo rincón de la Alcarria.
Cátedra ideal para escuchar de labios de sus hayas
-cristianas a la sazón- los grandes misterios de su fe y los aleccionadores
pasajes de la vida de Cristo y de su santísima madre, mitad rigor evangélico,
mitad fruto de la imaginación a la que eran tan dadas las gentes de aquel
siglo.
Cuenta
la tradición que en una de aquellas noches de vela, cuando la princesa se encontraba
sola alimentando la paz de su alma con el silencio de los valles, levemente
contrastados a la luz de la luna, vio en la pequeña oquedad de unas rocas sobre
las que se sostenía el castillo, la imagen fulgurante de de la Madre de Dios con su Hijo en
los brazos. Corrió despavorida a dar la noticia a sus servidores, y uno de
ellos, llamado Ponce, se descolgó hasta la cueva donde Elima había sido testigo
de aquel portento de luz. Después de apartar cuidadosamente el ramaje y el
matorral que se interponían ante la entrada de la cueva, se encontró,
efectivamente, con una imagen sencilla de la Virgen, la cual, nueve siglos después de que
aquello ocurriera, y bajo la advocación de la Virgen de la Peña, el pueblo ensalza y venera como Reina y
Señora de Brihuega.
El
hecho histórico que dio pie a la leyenda, pudo tener lugar durante las últimas
décadas del siglo XI, de donde procede ésta, una de las más arraigadas
devociones marianas de toda la
Alcarria.
Más
o menos parejo a este hecho portentoso, o quizá no mucho tiempo después, se
iniciaron los primeros trabajos para la construcción de un templo en honor de la Virgen, sobre la vertical
del precipicio en el que apareció la imagen. Iglesia bellísima que, tras una
interminable serie de mejoras en tiempos diferentes, de cambios y añadidos, de
profanaciones y reparos, hoy podemos contemplar como una de las más importantes,
más sólidas y mejor conservadas de toda la diócesis, después de la catedral de
Sigüenza. No es una iglesia monumental la de Santa María por cuanto a su
capacidad y tamaño, pero sí que en su estructura e incontables detalles
arquitectónicos es francamente hermosa. El celo de su actual párroco queda patente
en muchos de los últimos arreglos, restauraciones y añadidos, que no sería
fácil enumerar sin correr el riesgo de pecar por defecto.
De
una de las naves laterales parte de cara al precipicio la fortísima estructura
de hierro en zig-zag que hace posible bajar cómodamente, salvando el vértigo, a
la cueva abierta en la roca donde, según la tradición, fue hallada la venerable
imagen de Nuestra señora de la
Peña, que preside desde su luminosa hornacina en el presbiterio,
la iglesia parroquial a la que nos hemos referido y que lleva su nombre. La
cueva, asegurada con puerta para entrar a media altura del cortante rocoso,
guarda en su interior una reproducción de la verdadera imagen morena de la Patrona, frente a un
ventanal que sirve de mirador hacia la vega; todo un espectáculo de calma y de
grandiosidad, que deja a su pie los cuartelillos de las huertas, dispuestos
para la siembra o la plantación de especies hortícolas tan pronto como el
tiempo lo aconseje, tarea en la que los campesinos de la villa tienen tanta
experiencia y tan buen tino. Una visión incomparable que nada nos extraña fuese
hace siglos un atractivo para reyes, para altas dignidades de la Iglesia, para princesas y
sultanes moros tan ligados en la antigüedad a la historia de Brihuega.
Pero,
con el mayor respeto hacia toda opinión distinta, la iglesia de San Felipe es
para mi gusto la más hermosa de las tres que desde hace ocho siglos enriquecen
los muchos valores que tiene la villa. Entrar en San Felipe y contemplar en una
primera visión de esta iglesia, es uno de los espectáculos más gratificantes
que puede ofrecer un paseo por tierras de la Alcarria. Lo mejor del arte
religioso tardorrománico puede apreciarse, y gozar de él, en el silencio
interior de esta iglesia, cuya correspondiente réplica, aunque en peor estado,
queda poco más abajo, en la misma calle y acera: la iglesia de San Miguel, que
en la actualidad, después de varios arreglos, se dedica a actos de tipo
cultural.
La
iglesia de San Felipe tiene tres naves, la central alcanza una altura mayor que
las naves laterales. Dos filas de columnas dividen las tres naves, y el juego
de arcos que queda entre ellas es una exposición perfecta de lo mejor que el
arte del siglo XIII regaló a Brihuega, por obra y gracia de sus señores en
aquel tiempo, los arzobispos de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, el
abanderado de las Navas de Tolosa, su gran benefactor, un nombre marcado a fuego
en el libro de oro de la historia de Brihuega, tan repleta de nombres y de
acontecimientos que tuvieron su reflejo en la historia nacional.
Brihuega
es hoy por hoy, y por mil razones, una de las villas castellanas más reconocidas,
no sólo por su pasado, sino por su presente también. Las gentes de fuera van
reconociendo a Brihuega poco a poco. Son importantes los proyectos futuros que
ya existen para mejorarla todavía más. En tanto ahí está, para ser vista y
admirada, para descubrirla y disfrutar de ella. Los diferentes establecimientos
hosteleros que allí han abierto, seguro que nos ayudarán a que el viaje a
Brihuega nos sea más grato.
(En la foto, un aspecto de la iglesia de la Virgen de la Peña)
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