skip to main |
skip to sidebar
D U R Ó N
El pueblo de Durón en la
Alcarria del Tajo, situado sobre una ladera junto a la
encrucijada de caminos que le llegan desde Budia, desde Cifuentes y Sacedón, en
tres direcciones, es uno de los lugares de nuestra provincia en donde las
piernas, los ojos y la imaginación, no dejan de funcionar de manera constante.
Las piernas, porque hay calles en cuesta para dar y tomar; los ojos, porque son
infinitos los detalles en los que la vista se ha de fijar a cada paso, al
volver de cada esquina; la imaginación, porque se advierte en cada viejo
edificio de otros siglos un halo de misterio.
No
sé si es ésta la tercera o la cuarta vez que viajo hasta Durón, siempre por
diferentes motivos, y en cada viaje he ido descubriendo cosas nuevas. El más
completo y el más ilustrativo de todos ha sido el último, gracias a que un buen
amigo del lugar, Julián Larroja, hombre atento y servicial donde los haya, tuvo
la gentileza de acompañarme y de ir delante de mí abriendo puertas donde creí
necesario. Hoy, como en anteriores y posteriores semanas alternas, recorriendo
los monumentos religiosos de los nueve pueblos de la mancomunidad de municipios
ribereños, por encargo de la central nuclear de Trillo, como atención al
patrimonio de cada uno de ellos.
La
iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Cuesta está situada en lo más alto del pueblo.
Para llegar hasta ella desde el barrio de abajo es necesario salvar el pino
obstáculo de los muchos escalones de la Cuesta del Horno, que al final nos deja en la Plaza Mayor, una placita
cómoda, adaptada para las grandes manifestaciones festivas del pueblo, incluida
la capea de vaquillas en la fiesta de agosto, y con una fuente sobre el lateral
que mana abundante en un leve piloncito redondo. Unos cuantos escalones más y
llegamos a la explanada de la iglesia donde espera Julián. Son las doce de la
mañana. Desde el atrio de la iglesia se domina todo el pueblo, todo el valle, y
al otro lado el reconstruido santuario de la Virgen de la Esperanza, la Patrona de Durón, adonde subiremos más tarde.
La
portada de la iglesia se nos ofrece a primera vista grandiosa y elegante, de
corte clásico, como corresponde a la época en la que se debió construir, el
siglo XVII, sellando la fecha de su final en 1693, según figura grabado sobre
la piedra en un pequeño ventanal en forma de aspillera, que se abre en el
primer cuerpo de la torre.
-Por
dentro está muy mal, ya lo verá usted. Arreglarla un poco para que vaya tirando
cuesta más millones de los que tenemos. El piso se va levantando por muchos
sitios y las paredes están llenas de grietas. La humedad acabará con ella en
cuatro días, si no se le da antes alguna solución.
No
es pesimismo infundado, sino realidad en el más estricto significado de la
palabra lo que dice Julián. Debió de ser un templo hermoso en siglos pasados
esta iglesia de Durón. En su interior la forman tres naves, un coro con
escalera, y el presbiterio bastante deteriorado por la humedad como el resto de
las paredes. Junto a las baldosas levantadas del presbiterio han colocado un
tiesto para que no tropiece la gente. En la sacristía conservan un cuadro
-lámina en color de muy baja calidad- en el que está representada la figura de
uno de los hijos más ilustres de la villa, el obispo don Antonio Carrasco
Hernando, nacido en Durón el 13 de junio de 1783, y fallecido en la isla de
Ibiza en 1852, como último obispo que fue de aquella extinta diócesis balear.
La
ermita-santuario de Nuestra Señora de la Esperanza fue nuestro siguiente objetivo. Recogimos
las llaves en casa de Julián, que vive en el barrio de abajo, y nos pusimos en
marcha hacia el nuevo santuario de la Patrona, que se encuentra como a media hora de
camino a pie, aunque subimos en coche por un ramal estrecho, algo abandonado,
que al instante nos dejó en la explanada previa al santuario.
Resultan
curiosas e interesantes de saber las vicisitudes que antes debieron de ocurrir
hasta verlo aquí, en este mirador sobre el pantano, transportado piedra a
piedra desde el primitivo que cubrieron las aguas, y reconstruirlo, tal cual,
como lo era antes allá, en el emplazamiento anterior de la ribera, junto a las
aguas del Tajo.
La
devoción a la Virgen
de la Esperanza
tiene en el pueblo una antigüedad de siglos. Ocurrió -cuenta la tradición- que la Virgen se apareció sobre
las ramas de una encina a un pintor natural de Palencia y de nombre Fernando de
Villafañe, que vivía por aquellos contornos. El pintor, cumpliendo los deseos
que le había manifestado la Virgen,
y que no eran otros sino que se construyera una ermita en aquel mismo lugar,
comunicó enseguida al pueblo y a las autoridades el mensaje; pero el pueblo
hizo caso omiso de lo que le decía el vidente. Es el caso que, seguido a la
negativa rotunda de los munícipes, se declaró una fuerte epidemia de peste
entre el vecindario, hecho que obligó a replantearse en la opinión de la gente
si convendría o no obedecer al mensaje que les venía del cielo. Así que, más
por temor que por deseo, convinieron en que sí, en comenzar las obras de la
ermita con toda celeridad, aunque no en el sitio exacto en que ocurrió el hecho
milagroso de la aparición, sino en otro más o menos cercano, a orilla del río.
La leyenda añade que lo que construían durante el día, aparecía desmoronado por
la noche de forma misteriosa. La ermita se levantó, al fin, en el lugar exacto
de la aparición, y allí permaneció, recibiendo el fervor de los hijos del
pueblo hasta que, casi trescientos años después, fue sustituida por un
santuario (año 1629), dirigido por Juan García Ochaíta, que duró poco, pues
hacia el año 1700 fue precisa una nueva reconstrucción, ahora bajo la dirección
del maestro Pedro de Villa y Monchalián -el mismo arquitecto que dirigió las
obras de la iglesia de Jadraque- y que ha permanecido en aquel lugar de la
ribera hasta que la construcción del pantano aconsejó quitarla de allí y
ponerla a salvo en un lugar distinto, y aun distante, en la misma forma y el
mismo tamaño, aprovechando las mismas piedras en lo que fue posible. Los gastos
de construcción y transporte fueron sufragados por la Confederación Hidrográfica
del Tajo.
Impresiona
en su interior el tamaño de la nave única, grande, desnuda de toda ornamentación;
de líneas severas, sin retablos, con una cúpula en media naranja cubriendo el
presbiterio, algún cuadro piadoso pendiente de los muros, y la imagen venerable
de la Patrona,
la Virgen de la Esperanza, puesta sobre
unas andas sencillas por dosel. Me habló Julián, y yo pude comprobar, de los
desperfectos y grietas que se aprecian en el interior del edificio, debido, al
parecer, a que el terreno ha cedido durante los cuarenta o cincuenta años que
la ermita lleva construida.
-
Es sitio es impresionante, Julián. En esos atardeceres del verano, donde parece
que se está mal en todas partes, aquí, a la sombra de los árboles se debe de
estar divinamente.
-
Sí, todo esto es muy bonito, con el pantano ahí abajo, y esas vistas. En verano
se está muy bien. En otro tiempo a lo mejor no tanto, sobre todo si hace frío y
corre el aire. El día 15 de agosto, que se sube en romería, se llena de gente
la explanada y los alrededores.
Y
abajo, extramuros del pueblo y junto al cruce de carreteras, otra más de las
ermitas de Durón: la de Santa Bárbara; restaurada, sólida, con una pequeña
imagen de la santa mártir colocada en una hornacina frontal, y un altar en el
que los días no festivos se suele celebrar algún acto de culto a lo largo del
año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario