martes, 22 de noviembre de 2011

D U R Ó N


            El pueblo de Durón en la Alcarria del Tajo, situado sobre una ladera junto a la encrucijada de caminos que le llegan desde Budia, desde Cifuentes y Sacedón, en tres direcciones, es uno de los lugares de nuestra provincia en donde las piernas, los ojos y la imaginación, no dejan de funcionar de manera constante. Las piernas, porque hay calles en cuesta para dar y tomar; los ojos, porque son infinitos los detalles en los que la vista se ha de fijar a cada paso, al volver de cada esquina; la imaginación, porque se advierte en cada viejo edificio de otros siglos un halo de misterio.
            No sé si es ésta la tercera o la cuarta vez que viajo hasta Durón, siempre por diferentes motivos, y en cada viaje he ido descubriendo cosas nuevas. El más completo y el más ilustrativo de todos ha sido el último, gracias a que un buen amigo del lugar, Julián Larroja, hombre atento y servicial donde los haya, tuvo la gentileza de acompañarme y de ir delante de mí abriendo puertas donde creí necesario. Hoy, como en anteriores y posteriores semanas alternas, recorriendo los monumentos religiosos de los nueve pueblos de la mancomunidad de municipios ribereños, por encargo de la central nuclear de Trillo, como atención al patrimonio de cada uno de ellos.
            La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Cuesta está situada en lo más alto del pueblo. Para llegar hasta ella desde el barrio de abajo es necesario salvar el pino obstáculo de los muchos escalones de la Cuesta del Horno, que al final nos deja en la Plaza Mayor, una placita cómoda, adaptada para las grandes manifestaciones festivas del pueblo, incluida la capea de vaquillas en la fiesta de agosto, y con una fuente sobre el lateral que mana abundante en un leve piloncito redondo. Unos cuantos escalones más y llegamos a la explanada de la iglesia donde espera Julián. Son las doce de la mañana. Desde el atrio de la iglesia se domina todo el pueblo, todo el valle, y al otro lado el reconstruido santuario de la Virgen de la Esperanza, la Patrona de Durón, adonde subiremos más tarde.
            La portada de la iglesia se nos ofrece a primera vista grandiosa y elegante, de corte clásico, como corresponde a la época en la que se debió construir, el siglo XVII, sellando la fecha de su final en 1693, según figura grabado sobre la piedra en un pequeño ventanal en forma de aspillera, que se abre en el primer cuerpo de la torre.
            -Por dentro está muy mal, ya lo verá usted. Arreglarla un poco para que vaya tirando cuesta más millones de los que tenemos. El piso se va levantando por muchos sitios y las paredes están llenas de grietas. La humedad acabará con ella en cuatro días, si no se le da antes alguna solución.
            No es pesimismo infundado, sino realidad en el más estricto significado de la palabra lo que dice Julián. Debió de ser un templo hermoso en siglos pasados esta iglesia de Durón. En su interior la forman tres naves, un coro con escalera, y el presbiterio bastante deteriorado por la humedad como el resto de las paredes. Junto a las baldosas levantadas del presbiterio han colocado un tiesto para que no tropiece la gente. En la sacristía conservan un cuadro -lámina en color de muy baja calidad- en el que está representada la figura de uno de los hijos más ilustres de la villa, el obispo don Antonio Carrasco Hernando, nacido en Durón el 13 de junio de 1783, y fallecido en la isla de Ibiza en 1852, como último obispo que fue de aquella extinta diócesis balear.

            La ermita-santuario de Nuestra Señora de la Esperanza fue nuestro siguiente objetivo. Recogimos las llaves en casa de Julián, que vive en el barrio de abajo, y nos pusimos en marcha hacia el nuevo santuario de la Patrona, que se encuentra como a media hora de camino a pie, aunque subimos en coche por un ramal estrecho, algo abandonado, que al instante nos dejó en la explanada previa al santuario.
            Resultan curiosas e interesantes de saber las vicisitudes que antes debieron de ocurrir hasta verlo aquí, en este mirador sobre el pantano, transportado piedra a piedra desde el primitivo que cubrieron las aguas, y reconstruirlo, tal cual, como lo era antes allá, en el emplazamiento anterior de la ribera, junto a las aguas del Tajo.
            La devoción a la Virgen de la Esperanza tiene en el pueblo una antigüedad de siglos. Ocurrió -cuenta la tradición- que la Virgen se apareció sobre las ramas de una encina a un pintor natural de Palencia y de nombre Fernando de Villafañe, que vivía por aquellos contornos. El pintor, cumpliendo los deseos que le había manifestado la Virgen, y que no eran otros sino que se construyera una ermita en aquel mismo lugar, comunicó enseguida al pueblo y a las autoridades el mensaje; pero el pueblo hizo caso omiso de lo que le decía el vidente. Es el caso que, seguido a la negativa rotunda de los munícipes, se declaró una fuerte epidemia de peste entre el vecindario, hecho que obligó a replantearse en la opinión de la gente si convendría o no obedecer al mensaje que les venía del cielo. Así que, más por temor que por deseo, convinieron en que sí, en comenzar las obras de la ermita con toda celeridad, aunque no en el sitio exacto en que ocurrió el hecho milagroso de la aparición, sino en otro más o menos cercano, a orilla del río. La leyenda añade que lo que construían durante el día, aparecía desmoronado por la noche de forma misteriosa. La ermita se levantó, al fin, en el lugar exacto de la aparición, y allí permaneció, recibiendo el fervor de los hijos del pueblo hasta que, casi trescientos años después, fue sustituida por un santuario (año 1629), dirigido por Juan García Ochaíta, que duró poco, pues hacia el año 1700 fue precisa una nueva reconstrucción, ahora bajo la dirección del maestro Pedro de Villa y Monchalián -el mismo arquitecto que dirigió las obras de la iglesia de Jadraque- y que ha permanecido en aquel lugar de la ribera hasta que la construcción del pantano aconsejó quitarla de allí y ponerla a salvo en un lugar distinto, y aun distante, en la misma forma y el mismo tamaño, aprovechando las mismas piedras en lo que fue posible. Los gastos de construcción y transporte fueron sufragados por la Confederación Hidrográfica del Tajo.
            Impresiona en su interior el tamaño de la nave única, grande, desnuda de toda ornamentación; de líneas severas, sin retablos, con una cúpula en media naranja cubriendo el presbiterio, algún cuadro piadoso pendiente de los muros, y la imagen venerable de la Patrona, la Virgen de la Esperanza, puesta sobre unas andas sencillas por dosel. Me habló Julián, y yo pude comprobar, de los desperfectos y grietas que se aprecian en el interior del edificio, debido, al parecer, a que el terreno ha cedido durante los cuarenta o cincuenta años que la ermita lleva construida.
            - Es sitio es impresionante, Julián. En esos atardeceres del verano, donde parece que se está mal en todas partes, aquí, a la sombra de los árboles se debe de estar divinamente.
            - Sí, todo esto es muy bonito, con el pantano ahí abajo, y esas vistas. En verano se está muy bien. En otro tiempo a lo mejor no tanto, sobre todo si hace frío y corre el aire. El día 15 de agosto, que se sube en romería, se llena de gente la explanada y los alrededores.
            Y abajo, extramuros del pueblo y junto al cruce de carreteras, otra más de las ermitas de Durón: la de Santa Bárbara; restaurada, sólida, con una pequeña imagen de la santa mártir colocada en una hornacina frontal, y un altar en el que los días no festivos se suele celebrar algún acto de culto a lo largo del año.

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