El pueblo de Illana, aparte de ser el más meridional de la provincia de Guadalajara, cuenta con otros muchos motivos de más calado para interesarse por él. Debido a su situación en el mapa, y a la poca distancia que le separa de poblaciones importantes de otras provincias distintas a la nuestra (Tarancón por ejemplo), las gentes de Illana suelen usar menos de los servicios de su capital de provincia a como lo hacen la mayor parte de los pueblos, excepción hecha de las comarcas molinesas más cercanas a sus tierras vecinas del reino de Aragón, que a menudo se sirven de Teruel o de Zaragoza por simples razones de proximidad. Y es que, como todos sabemos, la ciudad de Guadalajara se encuentra en un extremo de la provincia, hecho que con bastante frecuencia supone una cierta extorsión para un considerable número de pueblos, entre ellos Illana, el más apartado de la Alcarria Baja, al que ahora voy, por tercera o cuarta vez en mi vida, después de aquel estúpido accidente de moto que sufrí en sus proximidades, hace ya muchos años, y en el que me atendió generosamente su médico de entonces, don Eleuterio Revuelta, nombre que llevo en la mente y en el corazón desde entonces, unido al del propio Illana.
Desde Albalate de Zorita todavía hay que recorrer un largo trecho antes de llegar a Illana. Que aparecerá al fin como escondido en un valle en un valle de extrañas formas, de altos y de bajos, de cuestas y de descensos, rodeado de un número infinito de pequeños olivares sobre un horizonte de tierras grises, que se van perdiendo en la distancia hasta tomar por suyo un importante pellizco del mapa de Madrid al otro lado del Tajo.
Illana, el pueblo, se divide en barrios bien determinados. El urbanismo de Illana, tal como se aprecia con cierta perspectiva antes de haber entrado en él, es uno de los más complejos que conozco. Al andar por sus calles, estrechas y enrevesadas muchas de ellas como corresponde a un pueblo antiguo, uno se encuentra con motivos que mirar y que admirar a cada paso. Aquí la portada echada al olvido de un palacio con escudo de armas del siglo XVIII, el de los Palomar, como fondo a una pequeña placita que lleva su nombre junto a la iglesia; no muy lejos de éste, y en condiciones bastante similares, la portada y el mero frontal de otro palacio de la misma época, dicen que más importante que el anterior, el de don Juan de Goyeneche, marqués de Belzunce, personaje destacado en la España de la Ilustración, que tuvo la brillante idea de instalar en Illana unos talleres para la fabricación de tejidos, de los que todavía queda alguna remota señal, como es el nombre de una amplia plaza en el barrio que dicen de las Cuevas, junto al Barranco de la fuente Vieja, y que todavía se registra en placa medio borrosa su nombre que es todo un documento: Plaza de la Tenería, en memoria, sólo en memoria, de aquellas pequeñas industrias de telar y de curtido de pieles, que por aquellos contornos puso en función don Juan de Goyeneche, personaje que como ningún otro podremos encontrar tan unido al pasado de Illana.
De las antiguas cuevas, frente por frente a los huertos del Barranco, tan solo quedan -deshabitadas y como mero testimonio- media docena de ellas. De la fábrica de aceite, en la que suponemos debieron de trabajar varios de los habitantes de las cuevas debido a su proximidad, nada más queda que el sólido edificio, también como testigo del pasado, delante del que han levantado con dos de sus muelas y otros utensilios propios del mismo quehacer, un curioso monumento que cuando menos da prestancia a la Plaza de la Tenería, a la par de los toriles del día de la fiesta, de una fuente novísima tallada en piedra, que se adorna con altorrelieves de cabezas de faunos y de otros personajes irreales, un poco al gusto de la Roma clásica, pero sorprendente, y para mi gusto no falta de interés.
-Con esa goma se llenan los bidones de agua para el herbicida.
-¡Pero será buena para beber!
-Sí, señor. Beba usted toda la que quiera, y luego cierre el grifo.
El hombre venía de los huertos con una legoncilla al hombro y un par de lechugas tiernas metidas en una bolsa de plástico. Lo vi desaparecer por la calle de la Fuente Vieja.
No obstante, la primera de las plazas del pueblo, la plaza mayor de Illana, se encuentra arriba, junto al grandioso edificio de la iglesia de la Asunción. La plaza de Illana está dedicada a la Constitución, y así reza en una placa que aparece colocada sobre uno de los laterales. Es el lugar más concurrido y más conocido del pueblo, donde queda el nuevo edificio del Ayuntamiento, los bares y restaurantes, el típico arco que llaman el Puntío, y una fuente redonda en mitad. Durante los últimos treinta años creo que en la plaza de Illana he visto un modelo de fuente distinta en cada viaje. De todas me quedo con la actual, que quiero pensar que será la definitiva, aunque con esto de los bailes de autoridad tan frecuentes en pueblos y ciudades, nada es definitivo en cuestiones de estética municipal como bien sabemos por experiencia.
La puerta de atrás de la iglesia de la Asunción estaba abierta. Desde que la conocí por primera vez, la iglesia de Illana se ha beneficiado de un cambio radical, sobre todo desde los últimos diez años. El cura, supongo que ayudado por las autoridades y sobre todo por la feligresía, han conseguido para su pueblo, después de restaurada, una iglesia que es un auténtico modelo. En contraste con el lamentable deterioro de las casonas palacio ya aludidos, se luce por dentro y por fuera el edificio común de todo el vecindario, el del monumental retablo churrigueresco en madera vista, donde a temporadas veneran la imagen menuda de su patrona, la Virgen del Socorro, y limpian y asean las mujeres del lugar en vísperas de algún acontecimiento importante, como así lo fue en esta reciente ocasión que anduve por allí, hace tan solo unos días, cuando la señora Joaquina con alguna otra mujer de su familia, se esforzaban en dejar la iglesia “como los chorros del oro”, porque al día siguiente se casaba Cristina, su hija, que por allí andaba entre las demás pasando bayeta, procurando poner las cosas en su debido orden; pues unas horas después, toda ilusión, debería atravesar aquel pasillo con su impecable vestido blanco, mientras que en uno de los laterales, dispuesta para ser devuelta a su ermita, también al día siguiente, la venerable imagen de la Virgen del Socorro contemplaría la escena desde su peana rodeada de ángeles y de flores frescas.
A punto de dar por concluido el trabajo de hoy, tengo por seguro que tras este rápido asomo a uno de los principales pueblos de la provincia, habrá todavía muchas más cosas que decir. Y así es, efectivamente; pero eso será en otra ocasión, pasado algún tiempo a la espera de que Illana vuelva a sorprendernos en su seguir adelante, bandeando como debe ser la señal de los tiempos.
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