ZORITA DE LOS CANES Y
OTRAS VILLAS DE SU ALFOZ
Muy poco es, por no decir casi nada, lo
que la Vieja Zorita posee para ofrecer al visitante fuera de su larga lección
de Historia, tan ajustada a los acontecimientos más trascendentales de la
Castilla bajomedieval, como cabecera que fue, nada menos, que de la Orden de
Calatrava. Un leve caserío al amparo del cerro roqueño que sostiene las ruinas
de su castillo, es aquí lo poco que se puede ver con los ojos; ya que lo demás,
el significado y la razón de ser de cada piedra, así como lo que la dilatada
vega por la que el Tajo desciende manso, describiendo meandros entre campos de
hortalizas, de viñedos, de trigo y de girasol, son impresiones que atañen más directamente
al mundo interior de cada uno, al mundo de los sentimientos, de la imaginación
y del espíritu.
Conviene subir hasta las ruinas de su
castillo cuando se va a Zorita. Y ha de hacerse por una doble razón: para
identificarse mejor con su pasado, y para gozar junto a las piedras ocho veces
centenarias, del grandioso espectáculo de las riberas del Tajo desde aquel
ideal mirador. El castillo de Zorita es uno de los más ruinosos, de los peor
conservados que tiene la Alcarria, y, tal vez, el más interesante de todos
ellos. Se trata, por cuanto a su origen, de una fortaleza antiquísima, pues su
nombre aparece ya con motivo de las guerras internas entre musulmanes por los
años del Califato de Córdoba; siendo opinión muy común, en la que coinciden la
tradición por una parte y el testimonio de los hallazgos por otra, que se
edificó con bloques de piedra acarreados desde la ciudad visigoda de
Recópolis, aquella que reconstruyó el rey Leovigildo en honor de su hijo
Recaredo, y cuyas ruinas fueron descubiertas en el llamado Cerro de la Oliva,
próximo a Zorita. Los arcos ojivales y los de herradura que se intercalan entre
sus ruinas, los torreones que difícilmente subsisten al soplo de los siglos, y
la capilla románica restaurada en parte, hablan de otros tantos pueblos y
vicisitudes que hubieron de atravesar la firme peña amurallada, la cual sirve
ahora de corona a la modesta aldea ribereña heredera de su nombre.
Pero sigamos a campo abierto por estas
dilatadas vegas del Tajo. Almonacid de Zorita aparece a renglón seguido, muy cerca, andando con dirección sur por la
carretera que antes dejamos atrás y que baja desde Pastrana hacia Tarancón.
Almonacid fue pueblo amurallado con cuatro puertas de acceso, de las que todavía
pervive una de ellas, la llamada Puerta de Zorita. Su historia como lugar
calatravo corre paralela a la de su cabecera de alfoz, es decir, de Zorita, por
cuyo fuero se rigió y en ella dejó la Orden una especie de palacete con
torreón. A partir del último tercio del siglo XVI se convirtió en asiento de
comendadores, que se trasladaron aquí desde la propia Zorita.
Con la acertada reconstrucción de su ayuntamiento, la Plaza Mayor de Almonacid acrecienta en valores la bella imagen tradicional de coso soportalado al gusto castellano que tuvo siempre. Hacia un ángulo de la plaza viene a caer el viejo torreón del Reloj; avisador de horas y de nuevas al vecindario, que se levantó en 1590, siendo gobernador del partido de Zorita el caballero don Juan de Céspedes.
No deja de ser interesante en ciertos
detalles la fábrica inconclusa de la parroquia; con portada en estilo gótico
isabelino de finales del XV, y rica ornamentación, bastante deteriorada por el
mal de la piedra, por el tiempo o por todo junto. Tras abandonar el primitivo
proyecto, del que tan sólo se llegó a construir parte del ábside al gusto
ojival, la iglesia de Almonacid destaca hoy por su extraordinaria capacidad;
tres naves y alguna capilla más sin mayores intereses ni detalles artísticos
dignos de una especial reseña.
La novedad del arte barroco pasó por
Almonacid y dejó una valiosa señal en el Colegio y Convento de Jesuitas. La
iglesia, de una sola nave, y sobre todo el crucero con cúpula en hemisferio,
son un ejemplo claro del modelo arquitectónico tan peculiar de la Compañía de
Jesús. Sobre el suelo de la nave se conservan algunas lápidas mortuorias, que
cubren los enterramientos de varios hidalgos y personajes notables de los
siglos XVI y XVII. Anexo se levanta el edificio del colegio y convento, construido
durante el siglo XVIII, y en el que
deben tenerse en cuenta sus escalinatas y galerías interiores, con artísticos
balaustres, ventanales y rejas de buena forja.
Del palacio de los Condes de San Rafael,
ya en extramuros, son dignos de admirar en su parte externa la portada y los
escudos heráldicos. El convento de monjas Concepcionistas que hay cerca de él
está deshabitado. Dentro, se recorre en toda su extensión la única bóveda por
un vistoso entrelazado de nervaduras góticas. Tuvo este convento de
Concepcionistas un excelente retablo plateresco, un retablo que fue durante
cuatro siglos la estrella de todo su arte; tallado por Juan Correa de Vivar y
Juan Bautista Vázquez en el siglo XVI, pero enajenado recientemente, en 1952,
por la comunidad religiosa en beneficio de un particular; hoy se luce en la
iglesia del convento toledano de las madres Oblatas de Oropesa, lejos de estas
entrañables y apacibles vegas de la Alcarria que se quedaron sin él para
siempre. Muy característico en las afueras de Almonacid, solemne preámbulo a
los campos, es el templete del Humilladero, bella estampa romántica con cuatro
arcadas en ojiva, lugar común para la meditación, la merienda familiar o la
simple contemplación de aquellas sinuosidades que observan de cerca el curso del Tajo.
En Almonacid de Zorita ‑saciando su alma
lírica en medio de estas buenas gentes y preparando específicos‑ pasó una
temporada larga como boticario el poeta
León Felipe. De su estancia en la villa, dejó al morir un manojo de sentidos
versos. El sombrío recodo de la Farmacia, la ventana enrejada que viene a caer
a la callejuela estrecha por la que se va a la plaza, son, después de muchos
años, recuerdo vivo del insigne autor.
Albalate de Zorita
saldrá, poco más adelante, a nuestro encuentro en la misma carretera. Muy cerca, a mano izquierda y entre las dos
villas, queda la urbanización "Nueva Sierra de Madrid", al amparo de
una suave serrezuela que alcanza a caer en la otra vertiente sobre las aguas
embalsadas de Bolarque.
Lo mismo que Zorita, que Almonacid y que Pastrana, También Albalate fue vendida en su tiempo por Alfonso VIII de Castilla a la Orden de Calatrava. De los detalles artísticos a tener en cuenta dentro de la villa, destacan tres de manera especialísima: la iglesia parroquial dedicada a San Andrés Apóstol, la fuente pública de junto a la carretera, y el cementerio a doscientos metros escasamente de la población.
En Albalate tienen como patrona a la Cruz del Perro, bella pieza de
orfebrería románica del siglo XIII en bronce dorado; descubierta milagrosamente
por un perro en 1514 a
orillas del río Tajo. Tal llegó a ser su popularidad y su buen nombre, que el
emperador Carlos I y el rey de las Españas Felipe III, se desplazaron desde la
Corte ex profeso para rendirle culto.
La iglesia de Albalate es de estilo renacentista; bellísima, bien cuidada; tiene dos portadas de enorme interés, siendo la principal de ellas muy semejante a la que dejamos atrás en Almonacid; los relieves góticos que la adornan, son de lo más exquisito y fino que cabe imaginar. El interior es de tres naves, con impresionantes bóvedas de crucería recorridas por nervaduras. Consta que fue construida por el arquitecto del siglo XVI Miguel Sánchez de Yrola. En la capilla dedicada a baptisterio, existe una artística pila bautismal plateresca, tallada sobre alabastro, posiblemente en el taller de Esteban Jamete.
A la caída de la carretera, dentro del pueblo, queda la fuente renacentista más interesante de toda la provincia de Guadalajara. Su trazado es mural, con ocho, doce o catorce caños, según se cuente; pero que alimenta su abundoso manar por enrevesados sistemas de canalización subterránea, posiblemente árabe. Sobre el muro principal de la fuente pública se ve impreso en relieve sobre la piedra el escudo de la villa, con la Cruz del Perro como motivo único.
El cementerio viene a caer ligeramente en las afueras. Se llega hasta él por un camino estrecho pero bien cuidado. Ocupa en su interior las ruinas de la primitiva ermita de la Virgen del Cubo, o de Cubillas. En el muro sur, que es a su vez el de acceso al cementerio, se encuentra una hermosa portada románica, de múltiples archivoltas apuntadas sobre capiteles foliados. Varios canecillos muecosos sostienen, sobre sus cabezas de piedra desgastada de hace setecientos años, la cornisa que recorre en toda su longitud el muro frontal. Pudo ser ésta, por qué no, la primitiva iglesia de Albalate, y en cualquier caso, tal y como refieren las gentes del pueblo, reliquia quizá de un viejo convento de los Templarios.
Cada día 3 del mes de febrero celebran en
Albalate de Zorita la fiesta tradicional del obispo San Blas, abogado de la
garganta, con botargas extrañamente ataviados y danzantes que bailan durante la
procesión al paso de la imagen del santo.
Desde este mismo lugar, desde las piedras
tardorrománicas del cementerio de Albalate, estamos casi dispuestos a concluir
la ruta por el pico sur de la provincia de Guadalajara. No obstante, es razón
de justicia andar algunos kilómetros y llegarse hasta Illana, el pueblo más
meridional de la provincia allá por las vegas del Tajo, lindero a los parajes
conquenses de Leganiel y de Saceda. Es pueblo antiquísimo, con origen
presumiblemente romano. Resulta interesante un paseo a pie por las calles de
Illana. Un vistazo siquiera a las portadas palaciegas de algunas de sus casonas
del siglo XVIII, sobre todo a la de los Goyeneche, resultará siempre
interesante; su recuerdo, quizá por inesperado, es de los que difícilmente se
van de la memoria con el pasar del tiempo. La Plaza Mayor, que tiene curiosa
entrada por el arco que dicen "el Puntío"; su estimable conjunto de
viviendas populares al gusto casi manchego (a las que en otro tiempo había que
añadir las del llamado "barrio de las Cuevas", como dato muy peculiar
de la estructura urbanística de Illana), se completa con la visita a la iglesia
parroquial del siglo XVI, en la que se premia la curiosidad con la sola
presencia del retablo mayor, impresionan
te, de veinte metros de altura aproximada; un juego armónico de
contorsiones churriguerescas en madera vista
que uno no está acostumbrado a ver frecuentemente, y como aquí, También
sorprendentemente. La fiesta mayor de Illana, en honor de Nuestra Señora del
Socorro, se celebra en el pueblo con gran pompa y nutrido programa de actos el
día 8 de septiembre de cada año.
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