sábado, 3 de marzo de 2012

Rutas turísticas: LA ALCARRIA BAJA (y III)



ZORITA DE LOS CANES Y OTRAS VILLAS DE SU ALFOZ

     Muy poco es, por no decir casi nada, lo que la Vieja Zorita posee para ofrecer al visitante fuera de su larga lección de Historia, tan ajustada a los acontecimientos más trascendentales de la Castilla bajomedieval, como cabecera que fue, nada menos, que de la Orden de Calatrava. Un leve caserío al amparo del cerro roqueño que sostiene las ruinas de su castillo, es aquí lo poco que se puede ver con los ojos; ya que lo demás, el significado y la razón de ser de cada piedra, así como lo que la dilatada vega por la que el Tajo desciende manso, describiendo meandros entre campos de hortalizas, de viñedos, de trigo y de girasol, son impresiones que atañen más directamente al mundo interior de cada uno, al mundo de los sentimientos, de la imaginación y del espí­ritu.

     Conviene subir hasta las ruinas de su castillo cuando se va a Zorita. Y ha de hacerse por una doble razón: para identificarse mejor con su pasado, y para gozar junto a las piedras ocho veces centenarias, del grandioso espectáculo de las riberas del Tajo desde aquel ideal mirador. El castillo de Zorita es uno de los más ruinosos, de los peor conservados que tiene la Alcarria, y, tal vez, el más interesante de todos ellos. Se trata, por cuanto a su origen, de una fortaleza antiquísima, pues su nombre aparece ya con motivo de las guerras internas entre musulmanes por los años del Califato de Córdoba; siendo opinión muy común, en la que coinciden la tradición por una parte y el testimonio de los hallazgos por otra, que se edificó con bloques de piedra acarrea­dos desde la ciudad visigoda de Recópolis, aquella que reconstru­yó el rey Leovigildo en honor de su hijo Recaredo, y cuyas ruinas fueron descubiertas en el llamado Cerro de la Oliva, próximo a Zorita. Los arcos ojivales y los de herradura que se intercalan entre sus ruinas, los torreones que difícilmente subsisten al soplo de los siglos, y la capilla románica restaurada en parte, hablan de otros tantos pueblos y vicisitudes que hubieron de atravesar la firme peña amurallada, la cual sirve ahora de corona a la modesta aldea ribereña heredera de su nombre.

     Pero sigamos a campo abierto por estas dilatadas vegas del Tajo. Almonacid de Zorita aparece a renglón seguido,  muy cerca, andando con dirección sur por la carretera que antes dejamos atrás y que baja desde Pastrana hacia Tarancón. Almonacid fue pueblo amurallado con cuatro puertas de acceso, de las que toda­vía pervive una de ellas, la llamada Puerta de Zorita. Su histo­ria como lugar calatravo corre paralela a la de su cabecera de alfoz, es decir, de Zorita, por cuyo fuero se rigió y en ella dejó la Orden una especie de palacete con torreón. A partir del último tercio del siglo XVI se convirtió en asiento de comendado­res, que se trasladaron aquí desde la propia Zorita.


     Con la acertada reconstrucción de su ayuntamiento, la Plaza Mayor de Almonacid acrecienta en valores la bella imagen tradi­cional de coso soportalado al gusto castellano que tuvo siempre. Hacia un ángulo de la plaza viene a caer el viejo torreón del Reloj; avisador de horas y de nuevas al vecindario, que se le­vantó en 1590, siendo gobernador del partido de Zorita el caba­llero don Juan de Céspedes.

     No deja de ser interesante en ciertos detalles la fábrica inconclusa de la parroquia; con portada en estilo gótico isabeli­no de finales del XV, y rica ornamentación, bastante deteriorada por el mal de la piedra, por el tiempo o por todo junto. Tras abandonar el primitivo proyecto, del que tan sólo se llegó a construir parte del ábside al gusto ojival, la iglesia de Almona­cid destaca hoy por su extraordinaria capacidad; tres naves y alguna capilla más sin mayores intereses ni detalles artísticos dignos de una especial reseña.

     La novedad del arte barroco pasó por Almonacid y dejó una valiosa señal en el Colegio y Convento de Jesuitas. La iglesia, de una sola nave, y sobre todo el crucero con cúpula en hemisfe­rio, son un ejemplo claro del modelo arquitectónico tan peculiar de la Compañía de Jesús. Sobre el suelo de la nave se conservan algunas lápidas mortuorias, que cubren los enterramientos de varios hidalgos y personajes notables de los siglos XVI y XVII. Anexo se levanta el edificio del colegio y convento, construido durante el siglo  XVIII, y en el que deben tenerse en cuenta sus escalinatas y galerías interiores, con artísticos balaustres, ventanales y rejas de buena forja.

     Del palacio de los Condes de San Rafael, ya en extra­muros, son dignos de admirar en su parte externa la portada y los escudos heráldicos. El convento de monjas Concepcionistas que hay cerca de él está deshabitado. Dentro, se recorre en toda su extensión la única bóveda por un vistoso entrelazado de nerva­duras góticas. Tuvo este convento de Concepcionistas un excelente retablo plateresco, un retablo que fue durante cuatro siglos la estrella de todo su arte; tallado por Juan Correa de Vivar y Juan Bautista Vázquez en el siglo XVI, pero enajenado recientemente, en 1952, por la comunidad religiosa en beneficio de un particu­lar; hoy se luce en la iglesia del convento toledano de las ma­dres Oblatas de Oropesa, lejos de estas entrañables y apacibles vegas de la Alcarria que se quedaron sin él para siempre. Muy característico en las afueras de Almonacid, solemne preámbulo a los campos, es el templete del Humilladero, bella estampa román­tica con cuatro arcadas en ojiva, lugar común para la meditación, la merienda familiar o la simple contemplación de aquellas sinuo­sidades que observan  de cerca el curso del Tajo.

     En Almonacid de Zorita ‑saciando su alma lírica en medio de estas buenas gentes y preparando específicos‑ pasó una temporada  larga como boticario el poeta León Felipe. De su es­tancia en la villa, dejó al morir un manojo de sentidos versos. El sombrío recodo de la Farmacia, la ventana enrejada que viene a caer a la callejuela estrecha por la que se va a la plaza, son, después de muchos años, recuerdo vivo del insigne autor.

Albalate de Zorita saldrá, poco más adelante, a nuestro encuentro en la misma carretera.  Muy cerca, a mano izquierda y entre las dos villas, queda la urbanización "Nueva Sierra de Madrid", al amparo de una suave serrezuela que alcanza a caer en la otra vertiente sobre las aguas embalsadas de Bolarque.

     Lo mismo que Zorita, que Almonacid y que Pastrana, También Albalate fue vendida en su tiempo  por Alfonso VIII de Castilla a la Orden de Calatrava. De los detalles artísticos a tener en cuenta dentro de la villa, destacan tres de manera especialísima: la iglesia parroquial dedicada a San Andrés Apóstol, la fuente pública de junto a la carretera, y el cementerio a doscientos metros escasamente de la población.

     En Albalate tienen como patrona a la Cruz del Perro, bella pieza de orfebrería románica del siglo XIII en bronce dorado; descubierta milagrosamente por un perro en 1514 a orillas del río Tajo. Tal llegó a ser su popularidad y su buen nombre, que el emperador Carlos I y el rey de las Españas Felipe III, se despla­zaron desde la Corte ex profeso para rendirle culto.

     La iglesia de Albalate es de estilo renacentista; bellísima, bien cuidada; tiene dos portadas de enorme interés, siendo la principal de ellas muy semejante a la que dejamos atrás en Almo­nacid; los relieves góticos que la adornan, son de lo más exqui­sito y fino que cabe imaginar. El interior es de  tres naves, con impresionantes bóvedas de crucería recorridas por nervaduras. Consta que fue construida por el arquitecto del siglo XVI Miguel Sánchez de Yrola. En la capilla dedicada a baptisterio, existe una artística pila bautismal plateresca, tallada sobre alabastro, posiblemente en el taller de Esteban Jamete.

     A la caída de la carretera, dentro del pueblo, queda la fuente renacentista más interesante de toda la provincia de Guadalajara. Su trazado es mural, con ocho, doce o catorce caños, según se cuente; pero que alimenta su abundoso manar por enreve­sados sistemas de canalización subterránea, posiblemente árabe. Sobre el muro principal de la fuente pública se ve impreso en relieve sobre la piedra el escudo de la villa, con la Cruz del Perro como motivo único.


     El cementerio viene a caer ligeramente en las afueras. Se llega hasta él por un camino estrecho pero bien cuidado. Ocupa en su interior las ruinas de la primitiva ermita de la Virgen del Cubo, o de Cubillas. En el muro sur, que es a su vez el de acceso al cementerio, se encuentra una hermosa portada románica, de múltiples archivoltas apuntadas sobre capiteles foliados. Varios canecillos muecosos sostienen, sobre sus cabezas de piedra des­gastada de hace setecientos años, la cornisa que recorre en toda su longitud el muro frontal. Pudo ser ésta, por qué no, la primi­tiva iglesia de Albalate, y en cualquier caso, tal y como refie­ren las gentes del pueblo, reliquia quizá de un viejo convento de los Templarios.

     Cada día 3 del mes de febrero celebran en Albalate de Zorita la fiesta tradicional del obispo San Blas, abogado de la gargan­ta, con botargas extrañamente ataviados y danzantes que bailan durante la procesión al paso de la imagen del santo.

     Desde este mismo lugar, desde las piedras tardorrománicas del cementerio de Albalate, estamos casi dispuestos a concluir la ruta por el pico sur de la provincia de Guadalajara. No obstante, es razón de justicia andar algunos kilómetros y llegarse hasta Illana, el pueblo más meridional de la provincia allá por las vegas del Tajo, lindero a los parajes conquenses de Leganiel y de Saceda. Es pueblo antiquísimo, con origen presumiblemente romano. Resulta interesante un paseo a pie por las calles de Illana. Un vistazo siquiera a las portadas palaciegas de algunas de sus casonas del siglo XVIII, sobre todo a la de los Goyeneche, resul­tará siempre interesante; su recuerdo, quizá por inesperado, es de los que difícilmente se van de la memoria con el pasar del tiempo. La Plaza Mayor, que tiene curiosa entrada por el arco que dicen "el Puntío"; su estimable conjunto de viviendas populares al gusto casi manchego (a las que en otro tiempo había que añadir las del llamado "barrio de las Cuevas", como dato muy peculiar de la estructura urbanística de Illana), se completa con la visita a la iglesia parroquial del siglo XVI, en la que se premia la curiosidad con la sola presencia del retablo mayor, impresionan­   te, de veinte metros de altura aproximada; un juego armónico de contorsiones churriguerescas en madera vista  que uno no está acostumbrado a ver frecuentemente, y como aquí, También sorpren­dentemente. La fiesta mayor de Illana, en honor de Nuestra Señora del Socorro, se celebra en el pueblo con gran pompa y nutrido programa de actos el día 8 de septiembre de cada año.

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