LOS MUSEOS DE ATIENZA
De la que fuera parroquia de San Gil, antigua
iglesia asilo, debe señalarse sobre todo su ábside románico
del XII, menos espectacular, pero
muy parecido en disposición y trazado al de
La Trinidad. Fue de exquisito gusto el artesonado de
madera que sirve de cobertura a
la nave. Se ha dispuesto la iglesia de
San Gil como Museo de Arte Religioso y depósito de lo mejor del arte
atencino en general, sobre todo
por cuanto se refiere
a pintura y a orfebrería. Se inauguró con gran júbilo por parte del
vecindario en el mes de julio de 1990, obra personal y meritoria del párroco de la villa don Agustín
González.
El
contenido del Museo es de lo más variado dentro del arte religioso, tomando como punto de partida el siglo
XII, del
que puede admirarse una estupenda pila bautismal, o un magnífico "Cristo en la Cruz" del XIII; buenas pinturas
de Matías Jimeno representando "La Anunciación" y "La
Adoración de los Reyes", o las
famosas "Sibilas" y "Profetas" de Santa María del Rey, bello muestrario de pinceles renacentistas
atribuidos a Berruguete; una "Natividad" de
excepcional ejecución al gusto
italiano; dos "Ecce‑Homo", y un conjunto completísimo de pinturas
anónimas en las que bien merecería la pena detenerse a
investigar a fondo . La abundancia
de tallas y de
imágenes hace imposible
una enumeración meticulosa, si
bien predominan las piezas renacentistas
y barrocas, entre ellas una "Virgen del Rosario", de José Salvador Carmona. Por cuanto a vasos
sagrados , cruces procesionales y de
altar, así como otras muchas muestras interesantes de orfebrería, la riqueza expuesta en el
Museo es de imposible valoración. Lo mismo ocurre con la colección de
documentos en los que se recogen algunos
de los privilegios que los reyes y los
papas vinieron a conceder, a lo largo de su historia, a la villa y a la
iglesia de Atienza. El Museo de Arte Religioso continúa incrementando su fondo
paulatinamente con nuevas obras, todas ellas
procedentes de las distintas iglesias de Atienza, sobre todo de las que permanecen cerradas al culto.
Se muestran, así mismo, muebles tallados en
maderas nobles del siglo XVI al XVIII, hachas de piedra del
Paleolítico y del Neolítico, ajuares visigodos de bronce,
algunos utensilios celtibéricos, así como varios centenares de fósiles
encontrados en la comarca de Atienza,
procedentes de la Era Secundaria,
periodo Cretáceo, con algunos otros ejemplares de más lejano yacimiento
y que resultan de un alto interés paleontológico.
Posteriormente, como consecuencia del celo del cura párroco del lugar, el ya referido don Aguistín González, y urgido por la abundancia de arte de sus antiguas iglesias, se han ido abriendo otros dos museos mas: el de San Bartolomé y el de la Trinidad, en las iglesias de esos mismos nombre. El museo de la Trinidad, está dedicado en gran parte a la Caballada; fiotografías, documentación, vestuario propio de los miembros de Hermandad, y todo lo relacionado con esta festividad historico-religiosa, de la que escribinmos a continuación
L
A C A B A L L A D A
Se trata del acontecimiento festivo más importante de los que, con el
paso de los siglos, se vienen celebrando en la provincia de Guadalajara,
al menos por cuanto se refiere a
la antigüedad del hecho histórico que se conmemora y a loa trascendencia que tendría después en la historia de Castilla.
Resulta innecesario para los atencinos insistir
en los orígenes de esta fiesta
con ocho siglos de tradición, nada menos, sobre
sus espaldas. Para quienes no
conocen la aventura de la villa desde sus orígenes, la razón que
motiva este acontecimiento anual
puede resultar interesante. Es difícil,
pero intentaré resumir cuanto
sea posible las ideas más elementales
que el profano debe conocer en
torno a la fiesta de La Caballada.
Es la Historia de Castilla la que
cuenta cómo el pequeño rey Alfonso VIII, con sólo tres años de
edad, fue traído de noche a caballo desde San Esteban de Gormaz hasta el
castillo de Atienza por Pedro Núñez de Fuentealmexir, para librarle de
las garras de su
propio tío, el ambicioso rey de León Fernando II,
quien deseaba a toda costa acabar con la vida del niño, a fin de reunir
bajo su cetro todo el reino que había
dejado al morir su padre Alfonso VII.
El
tierno infante de Castilla pasó en paz sólo unos días en la peña de Atienza a
salvo del mortal perseguidor, pues, enterado el
rey leonés de la estratagema y de
la burla de la que había sido objeto, mandó de inmediato un
cuerpo de su ejército para que sitiase
la fortaleza, con intención de
coger prisionero a su
sobrino el infante don Alfonso.
Ahí es donde entra en acción el ingenio y la astucia de los
arrieros de la villa. Ni cortos ni
perezosos, encomendando tal vez la operación a su patrona la Virgen
de la Estrella, a las del alba del domingo de Pentecostés del año 1162 tomaron
al niño, lo disfrazaron de arriero como
uno de tantos, lo montaron sobre una
cabalgadura de las que llevaban
habitualmente, y abandonaron el
caserío dirigiéndose como por costumbre
lo solían hacer, valle abajo hasta la ermita de la Patrona de
Atienza, ante cuya portada se pusieron a danzar cumpliendo con el viejo rito,
para emprender al instante la huida por
otra dirección bien distinta, fuera ya
de la
vigilancia del ejército sitiador, sin
que los soldados leoneses hubieran podido sospechar
lo más mínimo.
Siete días tardaron en poner a salvo al pequeño rey dentro de
las murallas de la ciudad de Avila. Siete
tortillas con distintos ingredientes que cada año se comen los herederos
de aquellos bravos atencinos la víspera de Pentecostés, para
así conmemorar el hecho y dar
principio a la fiesta de La Caballada
que les tendrá ocupados durante el día siguiente.
Los hermanos de la cofradía ‑cuyas
Ordenanzas son aún las mismas, las
auténticas que en su día otorgó y firmó
el propio Alfonso VIII‑ se reunen
bien de mañana en la puerta del prioste o hermano mayor. Allí se leen las multas habidas
durante el año, que
los cofrades infractores acatarán
y pagarán en libras
de cera. Acto seguido, con los músicos,los seises,el mayordomo y el abad,
se baja a caballo, campo abierto,
hasta la ermita de La Estrella, donde se procede a la subasta y
a la función religiosa. Es costumbre que
durante la Misa algunos cofrades dancen
en la puerta, organizándose
luego la procesión hasta la Peña
de la Bandera, en donde se
reza por los cofrades fallecidos. El momento más emotivo quizás, y también el
más pintoresco, es la galopada a todo
correr que, a la caída de la tarde, llevan a cabo los cofrades
subidos sobre sus caballos en el arrabal de la villa, con la Atienza histórica y la silueta
de su castillo roquero como telón de fondo.
Salvo contadas excepciones, que por motivos muy especiales se dejó de celebrar en el
transcurso de los últimos ocho siglos,
la fiesta de La Caballada es puntual cada año en el día de Pentecostés. Se
cree que el propio Alfonso VIII, ya como rey de Castilla, tuvo ocasión de asistir a ella personalmente
en más de una edición, dotándola de
excepcionales privilegios.
POR
LAS SENDAS DEL ROMANICO RURAL
Conviene completar la impresión que nos produjo
Atienza saliendo unos cuantos
kilómetros más allá, adentrándonos en
las vecinas sierras, donde se conservan interesantes muestras
del quehacer artístico de los pueblos cristianos que por allí vivieron, a
caballo de los tres últimos siglos
de la Reconquista. Atienza nos
pudo servir de interesante
botón de
muestra por cuanto al gusto
arquitectónico de aquellos tiempos, sobre todo en portadas y en
ábsides de algunas de sus iglesias que
todavía recordamos. Ahora serán
los pueblecitos de aquella serranía los
que se
descubran, ante los ojos del visitante, con sus
viejas piedras labradas con
precisión geométrica, colocadas en arco
de medio punto, y luciendo en aquellas soledades todo el encanto del
estilo cluniacense en su
más sabrosa modalidad castellana
y rural.
Cañamares será la primera escala
de esta ruta en busca de las muestras
románicas de las que hemos hablado. El
pueblo de Cañamares se quedó durante los últimos años casi
sin habitantes de hecho.
Llaman la atención al entrar en
Cañamares la buena planta y mejor disposición de algunas
de sus viviendas, situadas en ambas
márgenes del río que lleva su mismo nombre. Al otro lado de las
casas, se cruzan las limpias aguas del río Cañamares
a través de un puente medieval, muy grande, con tres ojos, montado sobre recia piedra arenisca en tonalidades grises y rodenas, que sirvió
de vía para caminantes y carruajes durante ocho siglos, y aún sigue empleándose
para la misma función. Vamos a cruzar el
puente. Entre sombraje de acacias y de
nudosos lombardos, siguiendo
siempre de cerca el cauce del
arroyo, se llega a la
solitaria iglesia parroquial. El pequeño templo
tiene doble campanario de sillería y portada románica que los canteros labraron en archivoltas lisas y acordonadas.
Está oculta dentro de un portalón
añadido algunos siglos más tarde. (Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario