martes, 7 de septiembre de 2010

PERALEJOS DE LAS TRUCHAS



Peralejos de las Truchas, allá por las sierras más meridionales del viejo señorío molinés, es un apelativo con significado de bienestar. Entra en esa media docena de pueblos de la provincia que merecen ser vistos y disfrutados.

Para saber de Peralejos es preciso entrar en su pasado, en su pasado de siglos, cuando tuvo importancia y renombre en toda la comarca y más allá de ella, tanto por su número de habitantes, muy próximo a los mil, como por la distinguida condición de algunas de las familias que vivían en él, cuya memoria permanece en pie a lo largo del tiempo gracias al milagro de la piedra en tantas casonas selladas con escudos en relieve o con fechas que nos llevan a evocar épocas lejanas marcadas por la diferencia de clases, por la sencillez en el vivir diario al margen del mundo que camina dejando una estela en los caminos de la Historia.
En estas casonas señoriales de Peralejos parece como si se hubiese parado el tiempo, como si se hubiera detenido para siempre el inexorable tic-tac del reloj de los años y de los siglos; no así en el aspecto general de la villa, que se ocupa en sacar provecho de su condición de pueblo favorecido con generosidad por la madre Naturaleza, dádiva que hoy más que nunca tiene su importancia si se orienta debidamente hacia el turismo. El estrés y los males que casi sin que nos demos cuenta van minando los cuerpos, y todavía más, los espíritus de los hombres y mujeres del siglo XXI, tienen en Peralejos de las Truchas un seguro y eficaz remedio. Las casas rurales, los restaurantes, y algún que otro hotel donde acoger a quienes deseen aprovecharse de tanta bonanza, son hoy en éste, como en algunos otros pueblos de la serranía del Alto Tajo, un nuevo escape por donde encontrar los caminos del sobrevivir.

En las dehesas próximas a Peralejos pastan los caballos de raza cuando no los toros de lidia. El toro bravo y el caballo de raza son figura de aquella tierra agreste y de estampa distinguida, noble y hermosa como la que más, pero temible en los días de cellisca, en las noches crudas de los inviernos cuando el sólo hecho de salir de casa es toda una aventura a la que las buenas gentes del lugar, campesinos y pastores de otro tiempo, tendrían que hacer frente en tantas ocasiones.
Al otro lado del Cabrillas los soberbios farallones que por encima de las copas de los pinos alzan su testa de piedra, nos traen a la memoria aquellos otros tan espectaculares de la vecina Serranía de Cuenca, alineados como murallas siguiendo el cauce del río. El pueblo aparecerá a la vuelta de una curva como final del largo viaje. Muchas de las casas están restauradas o son nuevas en las orillas del pueblo. Peralejos ocupa el fondo de una caldera natural inmensa, rodeada formaciones montañosas grises en cuyas cumbres se levanta el abrupto roquedal: la Muela de Utiel, los cortes violentos de la Vieja y de Zaballos, dioses protectores y guardianes perpetuos del pueblo antiguo en donde se fraguó la leyenda, anidaron las aves rapaces y se sentía en las noches de luna, escalofriante, en aullido del lobo.
Al entrar por la primera calle, en la calle larga que lleva por nombre el de Arroyo de Arriba, todavía es posible encontrarse con viviendas de vieja concepción, reliquia de aquel otro Peralejos de hacheros y leñadores, de gancheros y taladores de bosque, en las que salen a la luz cargadas de años las galerías de palitroques de pino o de sabina en las primeras plantas de las casas, enseña de un tipo de construcción propio de aquella sierra, y que hemos visto cómo se sigue manteniendo con exquisito cuidado en algunas de las viviendas para el verano que se han ido levantando alrededor durante los últimos diez o quince años.
En Peralejos de las truchas hay tres plazas: la Plaza Mayor, la de la Fuente y la Plaza de la Taberna. A la Plaza de la Fuente se asoma, altivo y con carillón de hierro, el campanario de la iglesia de San Mateo. Las casonas señoriales del siglo XVIII caen a las otras plazas, recuerdo de apellidos sonoros de larga y profunda raíz, que durante centurias pusieron en la sociedad serrana del Bajo Señorío cierto ambiente de nobleza: los Arauz, los Sanz, los Díaz, los Jiménez en la calle de la Cañada, cuyas familias dieron al mundo de la cultura y de las letras personajes de memoria imborrable.
La Virgen de Ribagorda es la patrona de Peralejos. Su ermita está situada entre los pliegues de la sierra a tres o cuatro kilómetros de distancia. El origen de esta advocación mariana es antiquísimo, y la primera ermita se debió construir en el hervor de la Edad Media, a la que sustituye la actual del siglo XVIII levantada a expensas de la familia Arauz. Cuenta la tradición que la imagen de la Virgen de Ribagorda fue encontrada por un pastor de cabras en el fondo de una cueva, y que a su lado yacía el cadáver de un guerrero y ermitaño medieval de nombre Ruy Gómez, quine, al parecer, había salvado la imagen de las furias de la morisma infiel y había construido la primitiva ermita. Historia o leyenda, la aparición de la Virgen de Ribagorda cuenta como uno de los pilares más firmes de la cultura autóctona de Peralejos y de toda su comarca.

En el diccionario “Madoz”, escrito en los años medios del siglo XIX, con datos precisos ofrecidos generalmente por el escribano de turno en cada uno de los pueblos de España, se recoge un hecho histórico ocurrido en Peralejos que nunca había tenido ocasión de leer o escuchar en ningún otro sitio, y que dada su brevedad y su interés paso a transcribir literalmente. Dice: «En 24 de enero de 1840, el carlista Palacios con dos batallones de Tortosa y una compañía de tiradores de caballería cayó al amanecer sobre esta población, sorprendiendo en ella una columna de la reina al mando del coronel Rodríguez, compuesta del provincial de Laredo, cuatro compañías de francos de Cantabria, y sesenta caballos, a cuya columna hizo 40 prisioneros y cogió todas las municiones con algunos otros efectos. Esta ventaja costó sin embargo alguna pérdida a los carlistas por el valor que en medio de su sorpresa, y sin lograr rehacerse hasta una altura próxima a Checa, manifestaron las tropas liberales.»
Dejando aparte el lo rústico de siglos y todo su pasado, Peralejos de las Truchas es hoy un pueblo considerado como uno de los referentes principales de nuestra provincia a la hora de hablar de pesca, de caza, de senderismo y de paisaje, ingredientes todos ellos que llaman al turismo, y bien que se nota al andar pos sus calles en los carteles que nos ponen al corriente de los establecimientos de acogida que hay por todas partes: restaurantes, hoteles, pensiones, a los que no les suele faltar clientela a lo largo del año; y es que Peralejos, un pueblo antiguo como tantos más llamado a desaparecer, se ha convertido por aquellas del destino y por la definitiva colaboración de la Naturaleza, en un lujo apartado del mundanal ruido, lo que supone un mucho más en su favor.

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