martes, 28 de septiembre de 2010

EL RECUENCO, DEL VERDE COLOR DEL VIDRIO


Antes de ponerme a escribir la primera palabra del presente reportaje, se me ha ocurrido echar un vistazo en el archivo a lo que en el verano de 1981 escribí acerca de este pueblo. Hace sólo unas fechas que he vuelto por allí, y las diferencias entre lo que entonces dije y ahora podría decir -veintitrés años por medio- serían muchas, y sobre todo bastante significativas. El pueblo se ha ido modernizando al paso del tiempo, y al mismo paso también, cosa lógica, la gente ha ido envejeciendo, hasta el punto de que, si no me han informado mal, ya no vive ninguna de aquellas personas con las que tramé conversación y me fueron contando tantas cosas referentes al vivir diario y a las costumbres y tradiciones del pueblo, tantas y tan vivas aún en el querer de las gentes de entonces.
En esta última ocasión me he limitado a ver, a otear en el mundillo exterior, en los cambios habidos desde entonces a hoy en este pueblo rayano, marcado en el mapa entre las dos Alcarrias, la de Guadalajara y la de Cuenca, y hasta adonde llegan de cerca los aires saludables de la serranía conquense, con sus parajes únicos, y sus misterios, únicos también.
El Recuenco asienta en mitad de una vega bañada por el arroyo Alcantud, que nace muy cerca de allí y baja hasta desembocar en el Guadiela cerca de Priego. Se llega al pueblo salvando los vericuetos a que da lugar junto a la carretera un vallejuelo violento, cortado entre enormes peñascos, al que llaman Los Corzos. El cerro de la Rastra es el accidente más considerable, mientras que el pueblo, sus casas y sus chalés, queda al pie, en el llano, de cómodo andar, pero expuesto a las avenidas torrenciales de las tormentas que en más de una ocasión les dio algún disgusto serio, y que han intentado buscar solución por medio de un canal colector de aguas.
Allá debe de andar su número de habitantes con el centenar como población de hecho. Medio siglo atrás anduvo rondando el millar de almas. Sus viviendas, en torno a la Plaza Mayor que preside el edificio restaurado del ayuntamiento y una buena parte de la Calle Mayor por añadidura, cuentan entre los conjuntos urbanos de mayor prestancia y señorío, dentro de los lugares conocidos de su misma entidad.
Por lo que desde tiempos remotos el pueblo de El Recuenco tuvo de original, debe de ser un camino de rosas hurgar en su pasado, sobre todo en su pasado no demasiado lejano, y con ello quiero referirme a no mucho más lejos de un siglo atrás en los caminos del tiempo. Hasta hace casi cien años que se cerraron sus hornos (en algunos documentos leo que fueron dos, y en otros que fueron tres) de fundición de vidrio, esta especialidad laboral llegó a alcanzar justa fama, no solo en los humildes vasares de las buenas gentes de la comarca, sino también en los palacios, en las boticas de los monasterios y en la mayor parte de las casas señoriales del país. Hubo algún rey de España que se llegó a interesar personalmente por las piezas y los útiles de vidrio salidos de los hornos de El Recuenco, hasta el punto de que una buena parte del instrumental con el que fue equipada la Real Botica salió de allí. Hoy, mucho tiempo después, las viejas redomas, los matraces y los jarrones de El Recuenco suelen viajar más allá de nuestras fronteras y de nuestros mares como piezas codiciadas en las maletas de los coleccionistas. En el pueblo hay quien todavía conserva alguna pequeña muestra, herencia familiar, de aquellas que los arrieros del lugar llevaban a vender en serones con sus caballerías, hasta los límites de las dos Castillas. En los anaqueles de la botica del monasterio del Escorial se guardan todavía ricas piezas de aquel vidrio de color verdoso cocido en El Recuenco.
Sobre todos los demás reflejos de su pasado, es la industria del vidrio la que ha marcado al pueblo con esta nota imborrable. Hace sólo unos años, el día 15 de agosto del 2001, por iniciativa de María José Sánchez Moreno, hija destacada del pueblo, se colocó en el centro de un pequeño jardín, junto a la iglesia, un sencillo monumento en memoria de aquella industria y de los hombres que trabajaron en ella.
Como pueblo de ribera, aun teniendo en cuenta que el Alcantud no es precisamente de los arroyos considerados de gran caudal, en la vega de el Recuenco se cultivaron durante muchos años, y siglos quizá, importantes extensiones de judías, de patatas, de forraje, que con el apoyo de la ganadería y de la industria del vidrio, sirvió para sostener a cuantas familias vivieron allí hasta los años sesenta y setenta del pasado siglo en que se inició el éxodo hacia las ciudades, como en los demás pueblos en busca de un futuro mejor. Durante varias décadas, coincidiendo ya con la falta de manos jóvenes para el cultivo de la huerta, la vega se vio repoblada de otra especie vegetal que precisaba de menos atención y que venía dando buenos resultados en otros valles cercanos y de características similares. Me refiero al cultivo del mimbre, que en esta última visita he echado en falta, seguramente porque los resultados no fueron los apetecidos, o porque la exportación de productos manufacturados de este antiguo vegetal haya caído en desuso. En Priego, vega abajo, se sigue cultivando, aunque sospecho que en cantidades menores a las de antes.
Considero que sería un grave error al hablar de El Recuenco, pasar por alto una de sus más antiguas y más vivas tradiciones: la famosa peregrinación anual al santuario de Nuestra Señora de la Bienvenida, donde es creencia que la imagen que allí se venera fue encontrada en el campo por un pastor del pueblo vecino de Tinajas, ya en la provincia de Cuenca, quien, después de considerar la magnificencia del hallazgo, se la llevó a su pueblo para que allí pudiese recibir el homenaje devoto de sus paisanos, como así reza en los gozos que se cantan el día de su fiesta mayor.

El pastor que os encontró
sobre piedras, Virgen Pura,
a Tinajas os llevó,
patria de su gran ventura,
para que vuestra hermosura
de todos fuera aplaudida.

Cuenta la misma tradición que la imagen desapareció, y la volvieron a encontrar en el mismo lugar del monte, donde allí se conserva en una bella ermita, donde cada 8 de septiembre recibe la visita masiva de sus devotos, no sólo de El Recuenco sino de algunos otros pueblos colindantes de la provincia de Cuenca, que así mismo la veneran desde tiempo inmemorial. Dicen que cuando los romeros caminaban a pie hasta la ermita, las sendas del cerro de la Rastra eran como una procesión continua de devotos y penitentes desde las primeras horas del día.
Las cosas deben de ser distintas al día de hoy. La falta de población en los municipios de la comarca, incluido el propio Recuenco, y los modernos medios de transporte, le han debido de restar, cuando menos el calor humano que tuvieron antes aquellas jornadas; pero ahí está, como una más de las viejas tradiciones que dan color al bello tapiz de nuestra cultura autóctona, honrando a un pueblo y contribuyendo a conservar, pese a la erosión constante del tiempo y las costumbres, la personalidad y el buen nombre que siempre tuvo.

1 comentario:

  1. Que buenos recuerdos tengode El Recuenco, donde nació mi madre, y pase estupendos veranos en mi infancia. Los críos buscábamos prqueñas lagrimas verdes procedentes de la fabrica de vidrio que guardábamos como pequeños tesoros. Enhorabuena y gracias por el articulo.

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