Va para medio siglo que conozco el hayedo de Cantalojas. Fue por aquellos años en los que los hombres del pueblo trabajaban a jornal repoblando de pino silvestre muchos de los espacios de bosque que hoy contemplamos con admiración, por aquellos parajes donde la madre Naturaleza todavía se sigue manifestando en las esencias más puras que cabe imaginar. Era por entonces un sitio desconocido, olvidado, por tanto. El tiempo lo ha ido convirtiendo en un centro de atracción de extraordinaria importancia, simplemente porque la tiene, como antes también la tuvo; si bien, hace casi treinta años, cuando en 1978 la autoridad competente, con el más acertado de los criterios acordó declararlo Parque Natural, dada su importancia, y posteriormente Zona de Especial Protección y Lugar de Interés Comunitario, es cuando a esta singular masa boscosa, con más de 1.600 hectáreas de superficie, se le ha comenzado a prestar la atención que merece, tanto como reserva natural que como por ser muestrario de infinidad de especies vegetales y animales, dispuestas en todo momento no sólo para el goce y la contemplación, sino también para el estudio.
Hace sólo unas horas que he vuelto a casa después de una última visita a los Hayedos. Desde que los conocí, he sido un incondicional de aquellos parajes en los que hay tanto que ver y que aprender, incluso ciertos detalles de interés relacionados con nuestra propia historia; pues no es noticia conocida por todos que por aquellos valles de matorral entre montañas, pusieron a salvo los arrieros de Atienza en el año 1162 al Rey-Niño Alfonso VIII, en aquella arriesgada aventura que habría de variar, y no poco, el porvenir del Reino de Castilla, y por extensión también de España toda. Tampoco es nada nuevo Tejera Negra en la nomenclatura de tierras y paisajes del centro peninsular, pues ya en el siglo XIV el sitio era conocido con ese mismo nombre, con el que lo conocemos hoy, como así queda constancia en el libro de “La Montería” escrito por Alfonso XI, y que en frase escueta, específica y breve, dice así: “Texera Negra es buen monte de osso et de puerco en todo tienpo”; monte de oso y de jabalí, así nos lo dejó escrito el rey castellano, tan experto en esas aventuras cinegéticas del que era su reino.
Curiosidades y otros detalles
Pero desde hace sólo unos años a Tejera Negra, y en general al resto de los hayedos de Cantalojas, hay que considerarlos de manera distinta y desde un punto de vista diferente. Ya no es bosque de caza y de “bozerías” al servicio de los poderosos como lo fue en la Baja Edad Media, sino, muy por el contrario, reserva natural de especies protegidas por cuanto a su fauna autóctona, y escaparate, prácticamente único, de árboles y arbustos impropios de estas latitudes, por lo que a todos nos interesa conocer y, desde luego, cuidar escrupulosamente, como espacio singular que es, enriquecedor de una de las regiones más variadas de España, y como paradoja, también de las menos conocidas y apreciadas. Se han tomado medias para su conocimiento y para su cuidado; confiamos en que no sean insuficientes. El chorreo de visitantes es continuo a lo largo de todo el año, y de manera muy especial durante los meses de otoño (octubre y noviembre) cuando el color de la fronda en el espeso robledal, y más concretamente en los propios hayedos, se convierten en un espectáculo natural único, con el que colaboran de manera eficiente la orografía y los infinitos regatos que brotan del subsuelo y que, reunidos bosque abajo, dan lugar a los dos ríos señeros de la comarca: el Lillas y el río de la Zarza, que tanto tienen que ver con el vigor permanente de aquellos privilegiados rincones serranos.
Entre las diversas especies vegetales que encontramos en este bosque, es el haya (fagus silvática) el principal reclamo para los cientos y miles de visitantes que pasan por allí a lo largo del año. Su particularidad es que se trata -compartiendo la misma masa boscosa con el de Montejo de la Sierra, en la provincia de Madrid- del hayedo más meridional de Europa, pero en el que existen muchas más especies vegetales, todas ellas protegidas, que crecen junto al haya compartiendo el mismo espacio, al amparo de la humedad, de la altura, y de las bajas temperaturas que a lo largo del año se suele mantener en las distintas épocas.
No es el haya, en cambio, la que desde la más remota antigüedad da nombre a aquel rincón de la sierra, sino el tejo (texus baccata), uno más de los tipos de árboles que allí se dan, si bien en una cantidad más exigua de los que pudieron existir siglos atrás, cuando la extensión de estos bosques debió de ser mucho mayor, y apenas frecuentado por el hombre, debido sobre todo a la abundancia de osos y de otros animales dañinos, como acabamos de ver que los hubo hace seis o siete siglos. El roble melojo, el pino silvestre, el acebo, el serbal, junto al haya, propia de climas fríos y de tierras húmedas, y otras clases más entre las que conviene dar a los arbustos y matas la importancia que merecen en tal ecosistema (jara, retama, brezo, arándano, gayuba), entornan un paisaje nada común, en el que el hombre es capaz de sentir, como en ninguna otra parte de nuestro entorno más o menos próximo, el deleite de sentirse no sólo espectador, sino parte de una naturaleza nueva, completa, incontaminada y, por supuesto, diferente.
Cómo llegar
Al Hayedo se va desde Cantalojas; no hay otro camino posible. Es preciso llegar hasta el pueblo, a cuyo término municipal pertenece, para encontrarse con el inicio de la pista que conduce hasta el bosque de hayas. A dos kilómetros de Cantalojas, como final de la pista de asfalto y principio de la de tierra firme, hay que detenerse en la casilla del Centro de Interpretación, donde tomarán la matrícula del vehículo con el que vamos a entrar, y nos proporcionarán información precisa acerca del Parque Natural que pretendemos visitar. La pista, por ser de tierra, se encuentra en un estado medianamente aceptable, de manera que los vehículos pueden pasare por ella sin demasiada dificultad. Son cuatro o cinco los kilómetros de pista que hay que recorrer antes de llegar al espacio previsto para estacionamiento de vehículos. El paisaje, bordeando a tramos desde diferentes alturas el valle del río, es sencillamente espectacular, soberbio. El espeso bosque de robles y de pinos comienza enseguida.
Una vez en el lugar destinado a estacionamiento de coches, junto a las corrientes del río acabado de nacer, existen expositores con el correspondiente dossier que informan sobre el lugar y sobre las especies vegetales y animales que existen en el Parque. La “ruta corta”, que va directamente a conocer el bosque de hayas, tiene una longitud aproximada de seis kilómetros que hay que recorrer a pie. Las primeras hayas comienzan a aparecer al poco de emprender la marcha, mezcladas entre los robles y los pinos; y más adelante en una cantidad mayor, formando una masa espesa de ejemplares de la propia especie, con sus troncos en tonos blanquecinos, y la fronda en verdes, cambiantes a lo largo del verano, y así hasta la llegada del otoño en que se van tiñendo de tonalidades amarillas y rojizas, dando lugar en su conjunto a una visión única, antes de que el mes de noviembre las comience a desnudar siguiendo el ciclo que la naturaleza marca cada año a las especies arbóreas de hoja caduca.
La afluencia de visitantes a los hayedos suele ser continua durante todo el año, pero especialmente durante el verano; y más todavía en otoño, tiempo en el que conviene tomar la precaución de solicitar -así me lo han asegurado- permiso con cierta antelación, para disponer de entrada libre y tener reservada la plaza de estacionamiento correspondiente; pues hay días en los que el número de vehículos sobrepasa el doble centenar.
El comportamiento que se requiere por parte de los visitantes dentro del Hayedo deberá ser el más exquisito. No encender fuego; respetar las especies, tanto vegetales como animales; conservarlo limpio, por tratarse de un lugar único, que el azar ha querido dar como regalo a nuestra tierra, y, por tanto, somos nosotros los principales responsables de su atención y cuidado.
Hace sólo unas horas que he vuelto a casa después de una última visita a los Hayedos. Desde que los conocí, he sido un incondicional de aquellos parajes en los que hay tanto que ver y que aprender, incluso ciertos detalles de interés relacionados con nuestra propia historia; pues no es noticia conocida por todos que por aquellos valles de matorral entre montañas, pusieron a salvo los arrieros de Atienza en el año 1162 al Rey-Niño Alfonso VIII, en aquella arriesgada aventura que habría de variar, y no poco, el porvenir del Reino de Castilla, y por extensión también de España toda. Tampoco es nada nuevo Tejera Negra en la nomenclatura de tierras y paisajes del centro peninsular, pues ya en el siglo XIV el sitio era conocido con ese mismo nombre, con el que lo conocemos hoy, como así queda constancia en el libro de “La Montería” escrito por Alfonso XI, y que en frase escueta, específica y breve, dice así: “Texera Negra es buen monte de osso et de puerco en todo tienpo”; monte de oso y de jabalí, así nos lo dejó escrito el rey castellano, tan experto en esas aventuras cinegéticas del que era su reino.
Curiosidades y otros detalles
Pero desde hace sólo unos años a Tejera Negra, y en general al resto de los hayedos de Cantalojas, hay que considerarlos de manera distinta y desde un punto de vista diferente. Ya no es bosque de caza y de “bozerías” al servicio de los poderosos como lo fue en la Baja Edad Media, sino, muy por el contrario, reserva natural de especies protegidas por cuanto a su fauna autóctona, y escaparate, prácticamente único, de árboles y arbustos impropios de estas latitudes, por lo que a todos nos interesa conocer y, desde luego, cuidar escrupulosamente, como espacio singular que es, enriquecedor de una de las regiones más variadas de España, y como paradoja, también de las menos conocidas y apreciadas. Se han tomado medias para su conocimiento y para su cuidado; confiamos en que no sean insuficientes. El chorreo de visitantes es continuo a lo largo de todo el año, y de manera muy especial durante los meses de otoño (octubre y noviembre) cuando el color de la fronda en el espeso robledal, y más concretamente en los propios hayedos, se convierten en un espectáculo natural único, con el que colaboran de manera eficiente la orografía y los infinitos regatos que brotan del subsuelo y que, reunidos bosque abajo, dan lugar a los dos ríos señeros de la comarca: el Lillas y el río de la Zarza, que tanto tienen que ver con el vigor permanente de aquellos privilegiados rincones serranos.
Entre las diversas especies vegetales que encontramos en este bosque, es el haya (fagus silvática) el principal reclamo para los cientos y miles de visitantes que pasan por allí a lo largo del año. Su particularidad es que se trata -compartiendo la misma masa boscosa con el de Montejo de la Sierra, en la provincia de Madrid- del hayedo más meridional de Europa, pero en el que existen muchas más especies vegetales, todas ellas protegidas, que crecen junto al haya compartiendo el mismo espacio, al amparo de la humedad, de la altura, y de las bajas temperaturas que a lo largo del año se suele mantener en las distintas épocas.
No es el haya, en cambio, la que desde la más remota antigüedad da nombre a aquel rincón de la sierra, sino el tejo (texus baccata), uno más de los tipos de árboles que allí se dan, si bien en una cantidad más exigua de los que pudieron existir siglos atrás, cuando la extensión de estos bosques debió de ser mucho mayor, y apenas frecuentado por el hombre, debido sobre todo a la abundancia de osos y de otros animales dañinos, como acabamos de ver que los hubo hace seis o siete siglos. El roble melojo, el pino silvestre, el acebo, el serbal, junto al haya, propia de climas fríos y de tierras húmedas, y otras clases más entre las que conviene dar a los arbustos y matas la importancia que merecen en tal ecosistema (jara, retama, brezo, arándano, gayuba), entornan un paisaje nada común, en el que el hombre es capaz de sentir, como en ninguna otra parte de nuestro entorno más o menos próximo, el deleite de sentirse no sólo espectador, sino parte de una naturaleza nueva, completa, incontaminada y, por supuesto, diferente.
Cómo llegar
Al Hayedo se va desde Cantalojas; no hay otro camino posible. Es preciso llegar hasta el pueblo, a cuyo término municipal pertenece, para encontrarse con el inicio de la pista que conduce hasta el bosque de hayas. A dos kilómetros de Cantalojas, como final de la pista de asfalto y principio de la de tierra firme, hay que detenerse en la casilla del Centro de Interpretación, donde tomarán la matrícula del vehículo con el que vamos a entrar, y nos proporcionarán información precisa acerca del Parque Natural que pretendemos visitar. La pista, por ser de tierra, se encuentra en un estado medianamente aceptable, de manera que los vehículos pueden pasare por ella sin demasiada dificultad. Son cuatro o cinco los kilómetros de pista que hay que recorrer antes de llegar al espacio previsto para estacionamiento de vehículos. El paisaje, bordeando a tramos desde diferentes alturas el valle del río, es sencillamente espectacular, soberbio. El espeso bosque de robles y de pinos comienza enseguida.
Una vez en el lugar destinado a estacionamiento de coches, junto a las corrientes del río acabado de nacer, existen expositores con el correspondiente dossier que informan sobre el lugar y sobre las especies vegetales y animales que existen en el Parque. La “ruta corta”, que va directamente a conocer el bosque de hayas, tiene una longitud aproximada de seis kilómetros que hay que recorrer a pie. Las primeras hayas comienzan a aparecer al poco de emprender la marcha, mezcladas entre los robles y los pinos; y más adelante en una cantidad mayor, formando una masa espesa de ejemplares de la propia especie, con sus troncos en tonos blanquecinos, y la fronda en verdes, cambiantes a lo largo del verano, y así hasta la llegada del otoño en que se van tiñendo de tonalidades amarillas y rojizas, dando lugar en su conjunto a una visión única, antes de que el mes de noviembre las comience a desnudar siguiendo el ciclo que la naturaleza marca cada año a las especies arbóreas de hoja caduca.
La afluencia de visitantes a los hayedos suele ser continua durante todo el año, pero especialmente durante el verano; y más todavía en otoño, tiempo en el que conviene tomar la precaución de solicitar -así me lo han asegurado- permiso con cierta antelación, para disponer de entrada libre y tener reservada la plaza de estacionamiento correspondiente; pues hay días en los que el número de vehículos sobrepasa el doble centenar.
El comportamiento que se requiere por parte de los visitantes dentro del Hayedo deberá ser el más exquisito. No encender fuego; respetar las especies, tanto vegetales como animales; conservarlo limpio, por tratarse de un lugar único, que el azar ha querido dar como regalo a nuestra tierra, y, por tanto, somos nosotros los principales responsables de su atención y cuidado.
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