Los bosques que existen alrededor han tenido mucho que ver con el pasado artesanal de estos pueblos en el trabajo de la madera, esos apretados bosques de pinar que durante más de una centuria sirvieron de fuente inagotable de materiales para varias generaciones de carpinteros, cuya bien ganada fama se extendió por toda la comarca y por muchos lugares en provincias limítrofes. Las puertas de madera de pino, las mesas, las sillas y banquetas que durante décadas, y siglos quizá, fueron cubriendo las necesidades de tantos hogares, han de tener su espacio en las meritorias páginas de la artesanía provincial, una de las más brillantes de nuestro pasado.
Hablar de carpintería en la provincia de Guadalajara nos trae enseguida a la memoria el nombre de Condemios. Los Condemios son dos, el de Arriba y el de Abajo. Los separa por carretera recta una distancia de diez minutos de camino a pie. El mayor de ellos, tanto en actividad como en número de habitantes, es Condemios de arriba, considerando como hermano menor al de Abajo, que a pesar de su proximidad nunca se ha tenido como pueblo rival, sino como pueblo amigo. Tanto el uno como el otro se han venido desenvolviendo con cierta holgura a lo largo de su historia, gracias al pinar vecino que les ha venido proporcionando material y trabajo. La ganadería, y algo también la agricultura, cuentan así mismo entre sus principales fuentes de subsistencia.
Hasta hace tan sólo unos años, al andar por las calles de Condemios de Arriba (el primero que visitamos hoy) se respiraba envuelto en el aire sano de aquella sierra un suave olor a madera de pino, y llegaba hasta los oídos desde uno y otro rincón el sonido chirriante de las máquinas aserradoras. En estos últimos años se echa en falta al andar por la calle Mayor aquella esencia, a veces penetrante, a corazón de pino, y el soplido de las cuchillas en los talleres. Si el tiempo acaba con todo, así lo ha hecho también con las carpinterías de Condemios. Hace años que dejaron de trabajar las tres últimas que quedaban manteniendo encendida la llama de la tradición. Los carpinteros se fueron apartando del oficio por mandato de la edad, sin que haya habido nadie después que los sustituya. Dicen que la gente joven no siente el menor interés por seguir en el oficio de sus padres y de sus abuelos, y han preferido mirar al mundo bajo otra perspectiva.
Todavía guardo en los archivos de la memoria algunos datos referentes a veinticinco años atrás con relación a Condemios de Arriba, en los que queda constancia de que su ayuntamiento ya mantenía un empleado municipal dedicado a mantener en orden la limpieza de las calles y de los jardines; contaban con una red general de gas propano a la que podía conectarse libremente cualquier vecino que lo desease; tenían así mismo un Centro Rural de Higiene dotado con toda clase de instrumental y Rayos X, y algunos otros servicios más de los que podía beneficiarse la población, tales como una panadería con maquinaria suficiente, pescadería y frutería. Las administraciones municipales funcionaban de manera distinta a como funcionan hoy, y la de Condemios de Arriba disfrutó, además, de la buena gestión del siempre recordado don Jesús Moreno, secretario de aquel ayuntamiento durante casi treinta años, y, desde luego, de los importantes ingresos que el municipio venía recibiendo cada año producto de sus bosques.
En el pueblo se desprende todavía aquella chispa de distinción que ha venido manteniendo durante los últimos cincuenta años; pero el vivir diario es diferente. Los 250 habitantes de hecho que tuvo entonces se han ido reduciendo a menos de la tercera parte. El pueblo sigue limpio, muchas de las viejas viviendas han sido restauradas o vueltas a construir de nueva planta. Conserva su cuartel de
Al final de la calle Mayor, subiendo una empinada cuesta se llega hasta la leve explanada de la iglesia de San Vicente Mártir, un rincón sugerente y romántico en esa hora que precede a la caída del sol en las tardes del verano. Desde la explanada de la iglesia uno ve cómo van cambiando de color las piedras del campanario bajo la pomposa sede de las cigüeñas. Condemios de Arriba tiene unos atardeceres característicos, transparentes, teñidos de tonalidades cálidas cuando el sol se descompone en cientos de luminarias entre las copas de los pinos a su caída por el camino de Galve. Y abajo el pueblo, en el llano, con el campanil del ayuntamiento señalando más o menos el punto medio de la calle Mayor, por donde están los parques y el juego de pelota; y al otro lado el denso pinar, y las torres de metal plantadas sobre la cima del Alto Rey, la montaña sagrada.
Ya con el último sol nos ponemos en marcha hacia el otro Condumios. Con el coche se tarda dos minutos escasos en llegar. El pueblo, situado junto a la carretera, ligeramente en la solana, queda al pie de los altos de blancal que dicen de Los Llanos. Unas vacas con el pelo color caoba, todas iguales, pastan plácidamente en los pequeños prados al lado de los arbustos. Ya hemos llegado al pueblo. Hay una señora sentada a la puerta de su casa limpiando hongos de los de vender, los primeros boletus de la temporada que mañana pondrá a secar al sol en un harnero y que, con un poco de suerte, le pagarán después a precio de oro. La señora me dice que no es de allí, que es de Somolinos, pero que al morir su marido pensó quedarse allí a vivir con sus hijos.
En Condumios de Abajo hay en realidad dos calles importantes que suben paralelas hasta la placita de la iglesia de
Condumios de Abajo contará seguramente con la mitad de habitantes que su homónimo de arriba, restringiéndose todavía más cuando comienzan a aparecer los primeros fríos en el mes de noviembre: “Para Los Santos la nieve en los cantos”, se dice por aquí. Estamos en junio y ya han comenzado a venir de la capital los primeros jubilados que, contando con la benevolencia de la climatología serrana, podrán disfrutar del ambiente de su pueblo hasta más allá de la fiesta del Pilar, dejando al pueblo después casi desierto, huérfano de juventud, sobre todo, que es el peor de los males posibles; pero con el tanto a su favor de muchas viviendas arregladas, auténticos palacetes para el verano algunas de ellas, casas de temporada que marcan el destino fin al de estos pueblos entrañables, a veces agónicos, a los que la vida ha dado al vuelta en el corto espacio de una generación.
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