La primera vez que estuve en Alovera fue en el mes de diciembre del año ochenta y seis. Con ese espacio de tiempo de por medio he vuelto a leer lo que dejé escrito a raíz de aquel viaje, y noto que la inclinación por la cultura, por la buena imagen, por distinguir lo realmente válido de lo mediocre que ya entonces hallé en el pueblo, ha venido a dar al cabo de los años fruto abundante, a pesar que desde tiempos antiquísimos la primera, casi la única actividad de sus vecinos, haya sido el cultivo del campo y en muy menor escala también el pastoreo, actividades éstas nada en línea con los movimientos culturales que pudo haber en el pasado.
«Alovera se ofrece al viajero como un pueblo llano, eminentemente campiñés, de casas bajas en las que predominan el adobe y el ladrillo enrojecido, de calles largas y rectas como velas. Su entorno es todo campo de labor, tierra riquísima donde los antiguos dejaron, en tiempos ya olvidados, mucho de su sudor y no poco de sus vidas». El párrafo entrecomillado pertenece al largo artículo que publiqué con motivo de aquel primer viaje, hace ahora dieciséis años, y al que nada debería quitar en este momento y sí añadir, porque Alovera es uno de esa media docena de pueblos del valle del Henares, cuyo cambio a favor durante las dos últimas décadas ha saltado muy por encima de lo imaginable.
Ya no es Alovera el pueblecito campiñés con 1200 habitantes o poco más que tenía en aquel momento; donde la gente dependía del campo en un porcentaje elevadísimo; donde mi amigo Antonio Inés luchaba contra las circunstancia adversas a golpes de paciencia empeñado en sacar adelante una banda de música juvenil, sin escatimar esfuerzo en horas de trabajo con los muchachos en su tienda de ultramarinos y estanco de la Calle Mayor; donde don Sebastián Sanz López, cura del pueblo, mostraba con entusiasmo a quienes pudiera interesar, lo poco que de arte se guarda en la iglesia de San Miguel y en las dos ermitas que hay en el pueblo, necesitadas todas ellas de un repaso minucioso con una buena parte de sus enseres y ornamentos: el bello retablo mayor de González de Vargas, el Cristo de Alonso del Arco o La piedad de la escuela de Morales. Hoy todo es distinto. La iglesia ha sido restaurada con meticulosidad, aseada, ampliada en servicios parroquiales por don Pedro a la cabeza de la feligresía. El esfuerzo y la ilusión de Antonio Inés se vieron recompensados cuando en 1998, por fin, se fundó la banda municipal como entidad, que de vez en cuando ofrece algún concierto a sus convecinos y el Ayuntamiento le nombró hijo predilecto como justo premio al esfuerzo y tesón de tantos años.
En fechas muy recientes hice una escapada hasta Alovera. La tarde era fría y desapacible, una de esas tardes crudas que lo que menos aconsejaba era callejear como suele ser mi deseo en cada salida. En Alovera, en sus calles y fuera de ellas, siempre hay algo que ver y que descubrir. La Casa de la Cultura, nueva, flamante, cómoda, completa, ha sido para mí uno de esos descubrimientos, y como tal juzgué que podría ser el sitio adecuado en donde detenerme, pues uno sospechó que la vocación cultural de Alovera (lástima que no se repita en tantos sitios más) tendría allí su sede. Enseguida supe que no me había equivocado, que las autoridades locales se muestran especialmente sensibles hacia ese hermoso tipo de menesteres, lo que a largo, incluso a medio plazo, tiene una repercusión notable en la vida del pueblo, cosa que no todos los mandatarios suelen tener en cuenta, y en tantos sitios, sólo por eso, así les luce el pelo. El bien vivir, con una formación cultural y humana deficientes, es algo que no se concibe.
Aunque en veinte años se haya multiplicado por tres la población de Alovera, el pueblo debe de andar no mucho más allá de las tres mil almas, es cierto que las instalaciones y servicios de los que dispone en su moderna Casa de la Cultura podrían servir perfectamente para atender las necesidades de una ciudad con un censo no inferior a las quince o a las veinte mil almas. Seguro que se pensó antes de construirla en lo que Alovera llegaría a ser en un periodo de tiempo no demasiado largo. Actuaron con visión de futuro y eso merece aplauso aun en el peor de los casos, que no es el de este pueblo precisamente según las expectativas. Cuentan con un salón de actos cómodo y amplio, capaz de acoger a más de trescientas personas –y no hablo a humo de pajas, porque lo he visto lleno alguna vez- y que muy bien pueden dedicar a actuaciones musicales, a representaciones teatrales, a salón de conferencias, y a tantas cosas más de carácter usual en la vida moderna, a poco que se tenga una programación cultural medianamente interesante como es la que tiene Alovera. Cuentan con una biblioteca pública, todo un reclamo, con 1.300 socios, casi la mitad de la población entre niños y adultos, y unos 10.000 volúmenes disponibles por el momento, de los que suelen hacer uso, tanto en la sección de niños como en la de adultos, con una asiduidad sorprendente. La literatura infantil para los más pequeños, la narrativa para los mayores, y los libros de consulta, sobre todo de carácter provincial y regional, para unos y otros, suelen ser los preferidos por el público, según nos informó Mercedes García, la simpática bibliotecaria que en horario de tarde está al tanto de todo aquello.
La sala de lectura es inmensa si se tiene en cuenta la entidad de población con la que cuenta el municipio, las estanterías pueden alcanzar hasta cinco metros de altura, con departamentos perfectamente organizados por secciones para facilitar la búsqueda, y un número suficiente de sillas-pupitre que permiten tanto leer como escribir con comodidad. Eso sí, también hay que decirlo, los mejores clientes de la biblioteca son las mujeres y las niñas, que, como en casi todas partes, en asuntos referentes al saber ganan al otro género por goleada. En Alovera, por lo que se ve, las mujeres tienen mucho que decir y bien que se nota, aunque no tanto como componentes de la banda municipal de música (que es cultura, y de la buena), pues tengo idea de que todos son chicos.
Cerca de 600 vídeos y 450 discos compactos de música clásica completan las actuales existencias, siempre con los libros, de la biblioteca, todo a disposición de un pueblo empeñado en viajar por los carriles del siglo XXI con un importante vagón dedicado exclusivamente a la cultura en el convoy de esta vida que nos lleva. El día 8 de enero pondrán en funcionamiento la sala de Nuevas Tecnologías, con servicio público de internet y de otros medios tanto o más necesarios.
Tal vez me haya entretenido demasiado tiempo en la Casa de la Cultura al hablar de Alovera. Pienso que el hecho lo requiere y que es una simple razón de justicia. El pueblo, antes agrícola y ahora industrial por lo menos en partes iguales, merecía llevarlo a nuestros lectores como ejemplo vivo de lo que se puede hacer cuando los encargados de llevar las riendas se empeñan en ello. Pero Alovera da para mucho más. Espero que en otra ocasión podamos hablar de su desarrollo, y de un Aula de la Naturaleza que hace años puso en funcionamiento allí la Diputación Provincial, y sigue cumpliendo con su misión formativa para niños y jóvenes sobre todo, aunque ello queda anotado en la agenda para una ocasión futura. La tarde anda de caída, y sigue lloviendo sobre las tierras de la Campiña.
«Alovera se ofrece al viajero como un pueblo llano, eminentemente campiñés, de casas bajas en las que predominan el adobe y el ladrillo enrojecido, de calles largas y rectas como velas. Su entorno es todo campo de labor, tierra riquísima donde los antiguos dejaron, en tiempos ya olvidados, mucho de su sudor y no poco de sus vidas». El párrafo entrecomillado pertenece al largo artículo que publiqué con motivo de aquel primer viaje, hace ahora dieciséis años, y al que nada debería quitar en este momento y sí añadir, porque Alovera es uno de esa media docena de pueblos del valle del Henares, cuyo cambio a favor durante las dos últimas décadas ha saltado muy por encima de lo imaginable.
Ya no es Alovera el pueblecito campiñés con 1200 habitantes o poco más que tenía en aquel momento; donde la gente dependía del campo en un porcentaje elevadísimo; donde mi amigo Antonio Inés luchaba contra las circunstancia adversas a golpes de paciencia empeñado en sacar adelante una banda de música juvenil, sin escatimar esfuerzo en horas de trabajo con los muchachos en su tienda de ultramarinos y estanco de la Calle Mayor; donde don Sebastián Sanz López, cura del pueblo, mostraba con entusiasmo a quienes pudiera interesar, lo poco que de arte se guarda en la iglesia de San Miguel y en las dos ermitas que hay en el pueblo, necesitadas todas ellas de un repaso minucioso con una buena parte de sus enseres y ornamentos: el bello retablo mayor de González de Vargas, el Cristo de Alonso del Arco o La piedad de la escuela de Morales. Hoy todo es distinto. La iglesia ha sido restaurada con meticulosidad, aseada, ampliada en servicios parroquiales por don Pedro a la cabeza de la feligresía. El esfuerzo y la ilusión de Antonio Inés se vieron recompensados cuando en 1998, por fin, se fundó la banda municipal como entidad, que de vez en cuando ofrece algún concierto a sus convecinos y el Ayuntamiento le nombró hijo predilecto como justo premio al esfuerzo y tesón de tantos años.
En fechas muy recientes hice una escapada hasta Alovera. La tarde era fría y desapacible, una de esas tardes crudas que lo que menos aconsejaba era callejear como suele ser mi deseo en cada salida. En Alovera, en sus calles y fuera de ellas, siempre hay algo que ver y que descubrir. La Casa de la Cultura, nueva, flamante, cómoda, completa, ha sido para mí uno de esos descubrimientos, y como tal juzgué que podría ser el sitio adecuado en donde detenerme, pues uno sospechó que la vocación cultural de Alovera (lástima que no se repita en tantos sitios más) tendría allí su sede. Enseguida supe que no me había equivocado, que las autoridades locales se muestran especialmente sensibles hacia ese hermoso tipo de menesteres, lo que a largo, incluso a medio plazo, tiene una repercusión notable en la vida del pueblo, cosa que no todos los mandatarios suelen tener en cuenta, y en tantos sitios, sólo por eso, así les luce el pelo. El bien vivir, con una formación cultural y humana deficientes, es algo que no se concibe.
Aunque en veinte años se haya multiplicado por tres la población de Alovera, el pueblo debe de andar no mucho más allá de las tres mil almas, es cierto que las instalaciones y servicios de los que dispone en su moderna Casa de la Cultura podrían servir perfectamente para atender las necesidades de una ciudad con un censo no inferior a las quince o a las veinte mil almas. Seguro que se pensó antes de construirla en lo que Alovera llegaría a ser en un periodo de tiempo no demasiado largo. Actuaron con visión de futuro y eso merece aplauso aun en el peor de los casos, que no es el de este pueblo precisamente según las expectativas. Cuentan con un salón de actos cómodo y amplio, capaz de acoger a más de trescientas personas –y no hablo a humo de pajas, porque lo he visto lleno alguna vez- y que muy bien pueden dedicar a actuaciones musicales, a representaciones teatrales, a salón de conferencias, y a tantas cosas más de carácter usual en la vida moderna, a poco que se tenga una programación cultural medianamente interesante como es la que tiene Alovera. Cuentan con una biblioteca pública, todo un reclamo, con 1.300 socios, casi la mitad de la población entre niños y adultos, y unos 10.000 volúmenes disponibles por el momento, de los que suelen hacer uso, tanto en la sección de niños como en la de adultos, con una asiduidad sorprendente. La literatura infantil para los más pequeños, la narrativa para los mayores, y los libros de consulta, sobre todo de carácter provincial y regional, para unos y otros, suelen ser los preferidos por el público, según nos informó Mercedes García, la simpática bibliotecaria que en horario de tarde está al tanto de todo aquello.
La sala de lectura es inmensa si se tiene en cuenta la entidad de población con la que cuenta el municipio, las estanterías pueden alcanzar hasta cinco metros de altura, con departamentos perfectamente organizados por secciones para facilitar la búsqueda, y un número suficiente de sillas-pupitre que permiten tanto leer como escribir con comodidad. Eso sí, también hay que decirlo, los mejores clientes de la biblioteca son las mujeres y las niñas, que, como en casi todas partes, en asuntos referentes al saber ganan al otro género por goleada. En Alovera, por lo que se ve, las mujeres tienen mucho que decir y bien que se nota, aunque no tanto como componentes de la banda municipal de música (que es cultura, y de la buena), pues tengo idea de que todos son chicos.
Cerca de 600 vídeos y 450 discos compactos de música clásica completan las actuales existencias, siempre con los libros, de la biblioteca, todo a disposición de un pueblo empeñado en viajar por los carriles del siglo XXI con un importante vagón dedicado exclusivamente a la cultura en el convoy de esta vida que nos lleva. El día 8 de enero pondrán en funcionamiento la sala de Nuevas Tecnologías, con servicio público de internet y de otros medios tanto o más necesarios.
Tal vez me haya entretenido demasiado tiempo en la Casa de la Cultura al hablar de Alovera. Pienso que el hecho lo requiere y que es una simple razón de justicia. El pueblo, antes agrícola y ahora industrial por lo menos en partes iguales, merecía llevarlo a nuestros lectores como ejemplo vivo de lo que se puede hacer cuando los encargados de llevar las riendas se empeñan en ello. Pero Alovera da para mucho más. Espero que en otra ocasión podamos hablar de su desarrollo, y de un Aula de la Naturaleza que hace años puso en funcionamiento allí la Diputación Provincial, y sigue cumpliendo con su misión formativa para niños y jóvenes sobre todo, aunque ello queda anotado en la agenda para una ocasión futura. La tarde anda de caída, y sigue lloviendo sobre las tierras de la Campiña.
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